Crianza

Por qué nos burlamos de los grupos de amigas mamás

Poco se habla de la soledad de la maternidad, menos aún del privilegio de conectar con otras madres para apoyarse, compartir vivencias o promover crianzas felices. ¿Tan extraño es?

La maternidad es fascinante, pero también abrumadora, transformadora y profundamente aislante. El bebé es una segunda piel que te confina frente a cervezas con amigos, cenas y otros planes. Cualquier propuesta llega siempre en el momento inoportuno, incluso una llamada de móvil. Prometes responder, pero cuando tu hijo por fin se duerme, caes con él. Y si en un último esfuerzo marcas el teléfono, la conversación se reduce a lactancia, insomnio y los dichosos cambios hormonales. Tu amiga de la infancia solo quería contarte que había roto con el chico aquel tan mono que conoció en Tinder. El bebé se despierta y tienes que colgar. “¿Pero te encuentras bien?”, preguntas. “Sí, bueno. Ya te contaré”.

Ese “ya te contaré” no llega nunca. Respiras hondo y por primera vez te das cuenta de la soledad de la maternidad. Las mujeres necesitamos conectar, compartir, hablar. No es capricho, sino química. La oxitocina, conocida como hormona del vínculo, se libera en grandes cantidades durante el parto y la lactancia. Esta hormona reduce el estrés y promueve el apego, no solo con el bebé, también con el entorno. ¿Quién no se ha explayado en la sala de espera de la consulta pediátrica con otras mamás? Los padres, móvil en mano, miran de reojo y se quedan atónitos. “¡Qué maravilla!”, piensan.

Buscar apoyo social es una estrategia de supervivencia. Evolutivamente, esto nos ayudó a proteger a nuestras crías y a sobrevivir en entornos hostiles. El cerebro femenino activa más regiones vinculadas con el lenguaje y la empatía. Es verdad que, al menos a nuestro alrededor, no hay esa amenaza ancestral, pero las redes de apoyo siguen siendo útiles para alejar la depresión posparto, el desgaste emocional, la ansiedad o la sensación de fracaso a medida que crecen. ¿Quién ha puesto de moda ridiculizar a los grupos de amigas mamás?

Abundan los memes, los chistes fáciles y las críticas, pero las mamás necesitan conectar entre ellas. Se buscan, organizan citas con sus hijos, se envían mensajes, coinciden en los parques o forman corrillo en la piscina. ¿Ociosas? No. Se están ocupando de sus hijos. En esta tesitura se encuentran todas las madres: abogadas, contables, periodistas, limpiadoras o taxistas. Es desalentador ver cómo las redes y las burlas convierten los grupos de mamás en campos minados de dinámicas toxicas y cotillas. Lo habrá, pero como en cualquier contexto.

Si hubiese algo extraño en ello, no sería un fenómeno tan común y extendido en todas las culturas del mundo. No debería avergonzarnos. Además, forjar amistades con otros padres, más o menos sólidas, más o menos duraderas, beneficia a los hijos, más si tenemos en cuenta que, de cada tres niños, uno es hijo único, según Eurostat. Limitarnos por prejuicios significa privarles de esas oportunidades de socialización y juegos compartidos.

Somos adultos y la madurez debería servir para valorar si esos padres con los que conversamos casi espontáneamente en el entorno escolar o en cualquier otro coinciden en valores e intereses con nosotros y si merecen una relación más estrecha. Se habla poco de la soledad de la maternidad. Cuando una rompe su silencio, suele haber otra que escucha. Es el inicio de una tribu que se irá ampliando y profundizando en la medida que cada una quiera. Mamás cuarentonas que hace cuatro días discutían si el Satisfyer Pro era el mejor invento del mundo ahora se ríen de sí mismas hablando de su suelo pélvico o de si viejo método del doctor Estivill es el más idóneo para dormir a sus criaturas.

¿No es poderoso? Para entenderlo basta con redefinir el concepto amistad y bajarlo a tierra. Es hermandad, apoyo, equipo de supervivencia. Confías en ellas para que te echen una mano si el trabajo te impide llegar a tiempo, te sostienen cuando el agotamiento te hace caer, os apoyáis en la tarea vital más intensa. No importa que esto saque de quicio a quienes odian las fiestas infantiles o detestan a la gran mayoría de las madres.

Sería triste que, mientras nos rompemos intentando conciliar el trabajo y la familia, tuviésemos que librar a estas alturas ese tipo de batallas de mamás en las que unas a otras se acusan de negligentes, egoístas u ociosas. Por cierto, merecen capítulo aparte los famosos grupos de WhatsApp de papás y mamás donde confluyen todo tipo de atropellos y en los que hay tanto ruido que nadie acaba enterándose de lo realmente importante.

Las madres amigas validan sus emociones, promueven vivencias de crianza felices, reducen el estrés, comparten desafíos, se animan, se apoyan y se aconsejan. A menudo son relaciones con fecha de caducidad, duran lo que dura cada etapa escolar. Para entonces, se habrán relajado y habrán olvidado sus episiotomías, pero fue una red de seguridad que sirvió. La vida son etapas. Puede que, entre todas, quede alguna sin la que puedas imaginarte el resto de tu vida. Como aquellas que conociste en el colegio.