Las casas de acogida para víctimas de violencia machista están pensadas como un recurso de protección temporal y confidencial destinado a mujeres que han sufrido maltrato por parte de su marido o pareja. En muchos casos, se ven obligadas a acudir con hijos e hijas menores de edad a su cargo. Obligadas porque no tienen un lugar mejor adónde ir. Es su única opción.
¿Cómo funcionan las casas de acogida?
Este espacio se ofrece como un lugar seguro donde se debería brindar un apoyo integral para ayudar a rehacer las vidas de las mujeres. Para acceder deben ser derivadas de servicios sociales, policía, juzgados o directamente solicitándolo de forma individual.
Estas casas están pensadas para que el agresor no pueda localizar a la víctima. Proporcionan alojamiento, alimentación y atención básica. Además, se tiene en cuenta la atención psicológica para tratar el trauma de violencia, asesoramiento legal, apoyo social y laboral para facilitar la independencia económica, y atención educativa y recreativa para los hijos e hijas.
La duración de la estancia depende de las necesidades de la víctima, la evaluación del riesgo y el progreso de su recuperación y autonomía. La estancia puede ir desde semanas a meses.
Esto es la teoría. Sin embargo, muchas mujeres denuncian que no todo se cumple. No es la primera vez que se quejan por recibir alimentos caducados, ropa en muy mal estado, no tener calefacción en ciudades frías y de un control excesivo de cada uno de sus movimientos.
Pocos recursos y control excesivo
Chelo Álvarez, presidenta de la Asociación Alanna, está en contacto con mujeres que actualmente se encuentran en esta situación: “desde horarios muy rígidos, control de la cartilla del banco, de tus ingresos. Algunas nos han contado que han tenido que dar explicaciones cada vez que van, por ejemplo, a una entrevista de trabajo y pedir un justificante de dónde han ido”.
“Yo a veces pienso si hubiese sido mejor aguantar el maltrato psicológico y, de vez en cuando, recibir golpes para no estar en esta situación porque una se siente como si hubiera sido ella la que cometió el delito”. Es el relato de Maribel, nombre ficticio (en adelante, n.f.). Mantenemos su anonimato porque actualmente es usuaria de una casa de acogida y se encuentra en una situación de extrema vulnerabilidad. “Hay veces que te dan ropa manchada o rota, bikinis usados… yo entiendo que son donaciones, pero hay ropa que está descosida, con agujeros, es antihigiénico”, concreta.
“Depender del hombre es lo que nos mata”
Maribel (n.f.) se está planteando retirar la denuncia. Ella es una mujer migrante, no tiene documentación, y conseguir trabajar se está volviendo una auténtica odisea. Lo que quiere es poder ser independiente económicamente porque “depender del hombre para sobrevivir es lo que nos mata. Yo no necesito que me regalen nada, quiero una oportunidad para trabajar y salir adelante”, explica.
Precisamente, esa es la razón por la que Teresa (n.f.), exresidente en otra provincia española, dejó hace un tiempo la casa de acogida en la que estaba. “Yo necesitaba trabajar para poder pagar mis cosas. En ese momento, tenía un bebé de dos meses y supuestamente nadie se podía hacer cargo hasta que empezara la guardería. No había ninguna opción para que yo pudiera buscar trabajo. Una de las psicólogas me dijo: ‘tómatelo como si fueran unas vacaciones’. Pero eso es imposible, tu cabeza no te lo permite. Ellas no entienden que la que está allí por violencia de género, su cabeza no permite que entienda eso como unas vacaciones”.
Denuncian “falta de empatía” en la atención psicológica
El primer contacto que Teresa (n.f.) tuvo con el centro de emergencia fue tras dar a luz por cesárea. Recuerda subir las escaleras “hasta el último piso con mi bebé en brazos”. Allí estuvo al menos una semana “descalza y sin ropa interior. Hasta que se dieron cuenta de que no tenía ni zapatos ni bragas”. Le hubiera gustado una entrevista de reconocimiento al llegar. Tampoco nadie se sentó con ella para asesorarla legalmente y ayudarla a leer y comprender su propia denuncia: “en esos momentos eres incapaz de leerlo, yo lo hice hace poco, cuatro años después. Y se cometen muchos errores”, añade.
La atención psicológica es uno de los mayores reclamos de las residentes que la califican como “pésima” y “poco empática”. “A mí me llegó a decir una de las psicólogas que me iba a resultar más cómodo volver con mi expareja que solucionar los problemas económicos que me supuso irme de casa”, expresa Teresa (n.f.).
Ellas respetan y entienden que existen unas normas de convivencia. Pero a esta situación se les suman los horarios estrictos a los que tienen que obedecer. Tienen hora de levantarse, de acostarse, de entrada y salida. “A nivel estatal, hay casas de acogida y centros de emergencia donde las mujeres son totalmente tuteladas. Trabajan con ellas como si fueran menores infractores. El pasar de un control a otro control, se llama violencia institucional”, aclara la presidenta de la Asociación Alanna.
Maribel (n.f.) lo reconoce en su propia piel: “Entras aquí y parece que la que ha cometido el delito eres tú. Me dijeron que si hablaba con mi agresor me echaban del programa de la casa de acogida. Nos sentimos castigadas”.
“Es como si estuviéramos en libertad condicional”
Además, hay mujeres que, por el peligro al que están expuestas, son destinadas en otras provincias. Sienten que se han alejado, todavía más, de quienes podían ser su apoyo. Amigos cercanos, padres, madres… Maribel (n.f.) lo vive en primera persona.
Una de sus compañeras está a más de mil kilómetros de sus familiares: “Al que se supone que tienen que sancionar es al agresor. Le deberían tener aislado a él, no a nosotras. Nos alejan de la familia y los amigos. Solo nos dejan volver a la provincia donde estábamos si es para trámites legales. Es pagar casa por cárcel. Es como si estuviéramos en libertad condicional”.
Desde la Asociación Alanna piden que sean “ellas mismas las que se autogestionen en las viviendas. Las víctimas no son ni menores tuteladas, ni son tontas. Son mujeres resilientes y mujeres muy valientes que han salido de una violencia aterradora. Lo mínimo es darles la respuesta reparadora a todo lo que han vivido”.
Porque un centro de acogida donde se supone que empieza tu libertad y empiezas a rehacer la vida que te arrebataron, no debería sentirse como un castigo, sino como el primer abrazo seguro hacia una vida digna y libre, es decir, un refugio.