“Lo que ven es una escuela de violencia contra las mujeres”

Las asociaciones de víctimas coinciden en que se deben tomar medidas contra el acceso de los menores a este contenido

unos niños muestran interés en el teléfono de un amigo que está viendo porno
Los menores acceden al porno de media a los ocho años KiloyCuarto

Es sutil, casi imperceptible, pero existe un hilo que recorre el trecho entre un vídeo porno y el malestar y la vergüenza de María (nombre ficticio). Esta adolescente confesó que para mantener relaciones sexuales su pareja la obligaba a meter la cabeza en el retrete. Sin entrar a valorar los gustos personales, la imagen es bastante llamativa. ¿Qué lleva a un joven, sin apenas experiencia sexual, a exigir a su novia una violencia de ese calibre? ¿En qué se ha inspirado y de dónde nace la idea de humillar a su pareja mientras practican sexo?

Marta es otra joven que cuenta que su novio no le mostraba cariño. No recibía besos, ni caricias, ni miradas de complicidad, pero le pedía que cuando él llegase tenía que estar en su cuarto con los pantalones y las bragas bajadas. No había mucho más después de eso. Se sentía “como una muñeca hinchable”.

Carmen recuerda entre lágrimas cómo fueron sus primeras experiencias sexuales. Cuando tenía 14 años, su primer novio, le repetía que las relaciones “tenían que doler” y que ese sufrimiento era, además, una muestra de amor. Este chico fue más explícito. Le contó, como el que ha leído varios tratados de sexología, que si no le dolía significaba que no le amaba. O algo peor, si no había tormento durante el acto podía ser porque ella le había sido infiel. Una vagina debía estar contraída y el sexo tenía que incluir su malestar para ser auténtico y con amor. Así es como Carmen normalizó contraer la vagina y el sexo con dolor. Ha necesitado 12 años de terapia para superar el trauma y lograr relajarse físicamente para mantener una relación sexual sana con su actual pareja.

Falta de empatía, cosificación y banalización de la violencia

A María, Marta y Carmen las han atado con ese hilo del que hablábamos al principio. El que une el consumo de pornografía violenta en la ficción con sus historias reales. Y ese hilo invisible existe y los estudios son claros al respecto. Los jóvenes, y también los adultos, que se excitan y obtienen placer con pornografía violenta tienden a reproducir esas fantasías y lo hacen porque, tras el consumo prolongado a escenas donde se humilla, veja o se viola a una mujer, se desarrolla una falta de empatía hacia el género femenino, se intuye una cosificación de la mujer y una banalización de la violencia hacia ellas.

Todas estas historias se las han contado a Ana Bella, que desde la asociación que lleva su nombre atiende desde hace casi dos décadas a niñas y adolescentes que han sufrido malos tratos de sus parejas.
Cuenta Bella, que “el vídeo porno más visto en Internet suma un total de 225 millones de visitas. En él se recrea cómo cuatro hombres raptan a una mujer, la desnudan en contra de su voluntad y finalmente la acaban violando con una agresividad brutal. Mientras, ella intenta sin éxito zafarse de los violadores, llora y grita desconsoladamente, pero no lo consigue”.

Millones de personas se han excitado con la violación ficticia de esa mujer. Han encontrado placer en una de las pesadillas más frecuentes de todas las mujeres del planeta. ¿Une ese hilo el vídeo más visto con el aumento de las violaciones perpetradas por menores y por manadas?

Ejemplos de manadas

Mónica Alario, investigadora en pornografía y violencia sexual, cree que sí. Asegura que “la consecuencia principal es que se construye una sexualidad masculina en la que es compatible el obtener placer sexual con el ejercer violencia contra las mujeres. Hay casos de violaciones muy ligados a la pornografía, como el de las manadas”.

Ana Bella considera que podemos palpar cómo “la influencia de la pornografía vejatoria hacia la mujer se traspasa a las relaciones entre adolescentes que reproducen las violencias sexuales a las que tienen acceso ilimitado, anónimo y gratuito a través de las redes”.

Asegura, además, que la mitad de los vídeos porno contienen agresiones verbales, y el 90 por ciento muestran agresiones físicas. “Los más vistos, siguen el mismo guion: los hombres quieren realizar alguna práctica sexual, las mujeres se niegan, ellos terminan ejerciendo algún tipo de coacción, violencia o de presión y ellas acaban accediendo. Con el porno los niños aprenden que el placer reside en dominar a la mujer”, explica.

Porque Bella vivió su propia historia de violencia. “Mi marido casi me mata en varias ocasiones estrangulándome, y cuando escucho a las adolescentes contándome que a su novio les pone estrangularlas mientras practican sexo y que incluso a ellas también porque si no se sienten como si su pareja no las deseara, se me ponen los pelos de punta recordando las veces que perdí la consciencia y pensé que me moría cuando mi marido me estrangulaba, porque esta pornografía basada en la violencia contra las mujeres cambia la mentalidad tanto de los niños como de las niñas”, concluye.

¿Y si ese hilo también estuviese unido a la violencia de género? Chelo Álvarez, de la asociación Alanna, lo tiene claro. “La pornografía es una escuela de violencia contra las mujeres. El resultado es un aprendizaje totalmente amenazante para las relaciones sanas. Ellos normalizan la violencia y ellas se someten”. Señala también que es otra puerta a la esclavitud sexual y al consumo de prostitución, lo q perpetúa las relaciones de desigualdad entre mujeres y hombres. “Este acceso temprano debe ser cortado sin duda alguna, tanto la familia como la propia escuela deben hacer su labor desde el espacio educativo. Es preciso que el Gobierno intervenga”, reclama.

La violencia como algo normal

Olga Caldera, presidenta de la asociación AMAR, cree también que la pornografía afecta a las relaciones sexuales, “puesto que normalizan esa violencia” y lo hila con problemas en la adolescencia. “Ahora mismo la edad media de acceso al porno es a partir de los 8 años lo que provoca que los menores crezcan pensando que las relaciones sexuales son así. No es sano que lo normalicen, no deja de ser una denigración a la mujer”.

También cree en el hilo invisible que lo une todo Natalia Morlas, presidenta de la asociación Somos Más. Piensa que los menores que tienen acceso a contenido violento, pueden llegar a ver la violencia como algo normal y corriente en su día a día y utilizarla para solventar situaciones cotidianas. “Así, son violentos con su entorno, su familia y lo son con su pareja ya que no tienen medida a la hora de dar rienda suelta a su agresividad”.

Por lo tanto, insiste en la importancia “de la educación en igualdad, tanto para los menores como para los adultos. Y por supuesto, que el Gobierno debe no sólo complicar, si no imposibilitar el acceso a los adolescentes tanto a la pornografía como al contenido violento en cualquier plataforma para preservar a nuestras hijas e hijos de la influencia que ejercen sobre ellos y sobre su educación y crecimiento”.