Emma Lustres ha ganado la Medalla de Oro de los Premios Forqué y el reconocimiento funciona casi como una síntesis luminosa de todo lo que ha construido desde una esquina atlántica del mapa. Productora y empresaria, gallega “de los pies a la cabeza”, cofundadora de la productora Vaca Films junto a Borja Pena, es una de las responsables de que títulos como Celda 211, El niño, Cien años de perdón o Hasta el cielo hayan redefinido, desde La Coruña, el lugar del cine español en la conversación pública y en el mercado internacional. Su idea de producción no es la del mero engranaje financiero: habla de “películas relevantes”, de historias con capas, de personajes fuertes que dialogan con la realidad social española y de un vínculo constante con el público, al que considera el verdadero destino de cada decisión de casting, de guion o de puesta en escena.
Lustres reivindica la figura del productor como ese eslabón que conecta la creación con la audiencia y asume sin rodeos la responsabilidad ética de las imágenes que pone en circulación: desde cómo se representa la corrupción o la culpa hasta algo tan aparentemente “mínimo” como revisar un diálogo entre una madre y una hija para no repetir, por inercia, estereotipos gastados. Defensora convencida del impacto de las plataformas en la consolidación del audiovisual español y, a la vez, de la necesidad de proteger las salas de cine, encarna una forma de entender el oficio en la que la ambición industrial convive con una conciencia clara de género y territorio. Que esta Medalla de Oro recaiga en ella, y en ella sola, no sólo celebra una trayectoria, sino también una manera de estar en el centro de la industria sin renunciar a mirar el mundo —y el cine— desde la periferia.

Hablas con mucha pasión de las películas que produces. ¿Qué es lo que más te gusta de tu trabajo como productora?
Siempre digo que, cuando hemos adaptado novelas al cine, la vocación de partida era muy sencilla: “Esta película me encantaría verla”. Lo más bonito de nuestro trabajo es justo eso: convertir algo que tú desearías ver en una pantalla de cine o en una televisión en una realidad que, además, emociona a la gente.
Todo el proceso es maravilloso: el trabajo de darle forma al guion, de localizar, de trabajar codo con codo con los jefes de equipo, con el director o la directora, el casting… Y luego la fase de montaje, en la que vuelves a reescribir la película de otra manera. Es un trabajo muy creativo, pero también muy humano: te obliga a relacionarte con muchísima gente.
Y después está ese momento en el que ves que la película llega al público, que le emociona, que le toca. Esa sensación es increíble. Me siento muy afortunada de haber convertido en profesión algo que, en origen, era casi un hobby. Y de que, además, la empresa haya tenido títulos relevantes, que hayan trabajado alrededor de Vaca Films tantas personas y que hayamos contribuido a construir un audiovisual fuerte en Galicia. No lo hemos hecho solos, por supuesto —ahí están las ayudas, otras productoras como Portocabo, etc.—, pero haber estado en ese movimiento, haber contribuido a que varios gallegos estuvieran nominados o ganaran Goyas, es una satisfacción brutal. Es casi como construir algo donde antes había muy poco o casi nada.
Sueles decir que Vaca Films nació en 2003 de una mezcla de intuición y necesidad. ¿Qué intuición y qué necesidad había entonces para montar una productora en Galicia?
Yo tenía clarísimo, desde que terminé la universidad, que quería tener mi propia empresa. No es que soñara específicamente con ser productora de cine, pero sí con tener un negocio propio, proyectos propios. Creo que tiene mucho que ver con mi carácter y también con lo que vi en mi familia: mis abuelos tenían su pequeña empresa y me fascinaba más esa vida que la de mi padre, que era funcionario.
Siempre me llamó más tener “mi propio negocio”. Soy muy mandona, muy controladora, me gusta que las cosas se hagan a mi manera, no me entusiasma que me manden; prefiero decidir yo. Tengo alma de empresaria. Cuando surge el máster y aparece la posibilidad de que la empresa sea una productora, yo ya tenía claro que quería montar una productora, pero quien más me empuja es Borja, mi marido y socio. Yo era más prudente, pensaba que era pronto, que teníamos que aprender más. Él venía de una experiencia previa, de haber montado otra productora con amigos, y le tenía menos miedo al salto.
Al final dimos el paso muy pronto, con poquísima experiencia profesional después del máster —él un año más que yo— y montamos la empresa. Desde el principio teníamos algunas cosas claras: que estaría en Galicia, que haríamos películas relevantes, con cierta trascendencia, películas comerciales que aspirasen a grandes audiencias y fueran importantes dentro del cine español; y que viajaran internacionalmente, que pudieran prefinanciarse fuera y estrenarse en otros países. Ese ha sido siempre el objetivo: ir encontrando y desarrollando esos proyectos, dando pasos, viajando mucho a Madrid, a festivales, a mercados internacionales.

¿Cuáles fueron las fases de desarrollo de la productora?
Siempre digo que Vaca tiene tres momentos: una etapa de aprendizaje; una etapa de estabilidad; y la etapa en la que estamos ahora, muy marcada por el streaming y las plataformas —sobre todo Netflix—, en la que damos el salto a producir también series y a tener un sistema de producción mucho más estable, con más recursos humanos, más personal, más proyectos y, evidentemente, más facturación. Si alguna vez dije que Vaca nacía de una necesidad, no era tanto una necesidad económica como una necesidad vital.
Y luego está otra cosa: soy gallega de los pies a la cabeza. Me siento muy comprometida con mi tierra y con el sector al que pertenezco. Creo que España es mejor cuando hay diversidad y crecimiento económico también fuera del centro de poder. Lo pienso a nivel estatal y a nivel Galicia. Allí se habla de la “Galicia de la AP-9”, la autopista que recorre de norte a sur. Yo, que soy “de la autopista para el mar”, quiero que le vaya igual de bien o mejor a “la autopista para dentro”, porque así nos irá mejor a todos.
Hay muchos tipos de productores: desde quienes se limitan a financiar hasta quienes se involucran en cada detalle creativo. ¿Cómo defines tu manera de producir y tu relación con las películas y con el público?
El sector audiovisual es un sector económico más, como cualquier otro, y dentro de él hay muchos perfiles. Hay productores con un perfil muy empresarial, para los que la productora es una pata más dentro de un grupo grande; quizá están pegados a algunos proyectos, pero no a todos. Yo pertenezco al grupo mayoritario de productores que están muy pegados al producto, al contenido, a la película. Y dentro de ese grupo, yo estoy “pegada con pegamento”. También es verdad que depende del volumen de producción que tienes: no es lo mismo producir poco que producir muchísimo.
A mí me gusta definir Vaca Films como una productora “boutique”. Y siempre digo que me sigo sintiendo, en muchas cosas, como una cortometrajista: me encanta ese espíritu de cómo se hacen los cortos, desde la implicación absoluta. El productor es, normalmente, el primero en llegar a un proyecto y el último en irse. Es quien está más tiempo, con diferencia. Formar parte de todo ese proceso es muy bueno: cuanto mejor sea el productor, mejor va a ser la película. Y ese acompañamiento director–productor me parece esencial: es un matrimonio. Siempre lo digo así a los directores: cuanto mejor avenido sea el matrimonio, mejor. Eso no significa que no haya discusiones, enfados o divergencias, pero el fin creativo debe ser el mismo: compartir gustos, ideas, querer hacer todos la misma película. No solo director y productor, pero especialmente ellos dos.
En ese afán de estar en todos los procesos, saber de todo sin ser experta en nada e involucrarme en cada etapa, está el resultado final de la película. Y sí, creo que el productor es ese link con la audiencia, y para mí ese vínculo es fundamental. Siempre estoy pensando qué puede sentir el público con lo que estamos haciendo: desde la elección del casting hasta lo que pasa en el guion, los diálogos, el estilo, el tono. Trabajamos para la audiencia, trabajamos para la sociedad. Somos muy responsables de lo que hacemos, de los mensajes que lanzamos, de los estereotipos que reproducimos.

¿Un productor puede llegar a influir en el guion?
En mi opinión, debe. Yo me doy cuenta de cómo influye también mi momento vital. Ahora, por ejemplo, estoy muy pendiente de las relaciones madre–hija en los guiones. Es muy habitual verlas siempre enfrentadas: “mamá, eres una pesada”, “déjame en paz”, como si el patrón por defecto fuera el gato y el ratón. Y yo digo a los guionistas: “Eso existe, pero no es la única realidad”. Vengo de leer en un avión un guion donde la conversación madre–hija y he pedido que lo cambien. Son detalles, sí, pero creo que importan mucho, porque la imagen que transmitimos acaba calando.
Por eso me parece esencial estar pegada a la sociedad, a los gustos, a las tendencias, a lo que puede interesar o no. Y también ser realista: hoy hay muchos posibles partners en el mercado, muchas ventanas. Si desarrollas un proyecto, lo mueves, lo presentas y nadie lo quiere hacer, yo tiendo a pensar que quizá no hay que hacerlo, que quizá no interesa, o no está bien enfocado. Esa idea de “están todos equivocados, esta es la película del siglo y hay que hacerla cueste lo que cueste” me parece más propia de hace 40 años. Hoy, con toda la diversidad de modelos y financiadores que hay, si nada cuaja, seguramente sea por algo.

Vaca Films ha firmado títulos clave del cine español reciente, como Celda 211, El niño o Cien años de perdón, muy centrados en cuestiones como la corrupción, la culpa o la imagen de España. ¿Habéis tenido siempre un propósito “político” o “ético” al elegir las historias?
Nosotros nunca hemos querido hacer películas educativas o moralistas, ni cine “de tesis”. No era, ni es, nuestro leitmotiv. Lo que sí hemos querido siempre es que nuestras películas tengan capas, como una cebolla. Que haya espectadores que se queden en la primera, otros en la segunda y otros que lleguen a la capa décima.
Queremos contar historias muy vinculadas a nosotros, a España, a la sociedad española y a su realidad, y al mismo tiempo que sean películas con cierto mensaje, con cierta trascendencia, que apunten a temas de calado. Todo eso dentro de dramas de entretenimiento, donde lo fundamental son la trama y los personajes.
Para mí las películas son, sobre todo, personajes. La trama es importante, pero si tienes trama sin personajes que importen, te da igual lo que les pase y la película deja de interesarte. Cuando hemos tenido personajes muy fuertes, las películas han funcionado mejor. Intentamos mezclar siempre trama y personaje en un contexto cercano a nuestra realidad y tocar temas que puedan generar conversación, que es algo de lo que se habla mucho ahora, pero que hemos buscado desde el principio.
Y luego está la mirada: intentamos huir de los blancos y negros. No nos interesa que uno sea el buenísimo y otro el malísimo. A veces al “malo” le damos su parte buena y al “bueno” su parte mala. Nos gusta movernos en esa escala de grises, que es la que existe en la sociedad y en las personas.
Has insistido en la importancia del personaje. ¿Qué papel juega entonces el casting? Y, en concreto, ¿qué significa Luis Tosar para Vaca Films?
El casting es fundamental. Hemos tenido la suerte de que, para mí, el mejor actor de España es gallego, es amigo nuestro y ha trabajado muchísimo con nosotros. Luis Tosar es familia: es como un hermano. Como actor es excepcional, el más grande sin ninguna duda, porque es capaz de hacerlo todo. Y como persona es igual de excepcional: se aprende los nombres de todo el equipo, saluda a todo el mundo, trata fenomenal a todos, es una persona sencillísima, es el primero que ayuda a cargar algo si hace falta… Es alguien tocado por una varita mágica. Ojalá hubiera muchos Luis Tosar en el planeta.
Como actor, Luis habla con los ojos. Tú le ves pensar. Cuando un actor no necesita hablar para hacer sentir al espectador, cuando basta con una mirada o con cómo mira las cosas, ya te puedes imaginar lo que ocurre cuando, además, habla. Es hipnótico.

Vaca Films fue de las primeras productoras en ver las plataformas como una oportunidad y no como una amenaza, en un momento en que incluso en festivales como Venecia se abucheaba a Netflix. ¿Cómo ves hoy el impacto del streaming en el cine español?
Desconocía esos abucheos en festivales y me parece alucinante. Sinceramente, me parece ridículo. Y no lo digo porque trabajemos mucho con plataformas, que alguien podría pensarlo; quienes me conocen saben que diría lo mismo aunque no tuviera proyectos con ellas. Creo que las plataformas, y en concreto Netflix —porque es la que más produce y más invierte en España—, son lo mejor que le ha pasado al audiovisual español en los últimos 10, 15 o 20 años. Lo mejor que nos ha pasado a todos.
Primero, porque están haciendo inversiones muy grandes. Eso significa mucho más trabajo para actores, técnicos y productores. No todos los productores trabajan con plataformas, pero muchos sí, y esas empresas facturan más, tienen una producción más estable, pueden hacer mayores inversiones, asumir más riesgos. Han consolidado la industria.
Segundo, porque han hecho que las producciones españolas viajen mucho más. Se ven en muchísimos más sitios. Antes el cine español viajaba, claro, y las series también, pero no a este nivel. Nunca se ha visto tanto contenido español en el mundo: tantas series, tantas películas. Hoy hay actores que salen de España y los conoce todo el mundo, algo que antes ocurría con muy pocos nombres.
Tercero, porque han cambiado la imagen que los propios españoles tienen del audiovisual español. Las series se hacen con más dinero, muchas películas también; entran en casa constantemente. Antes también se veían, pero en general eran productos de plató, con otro perfil. Ahora muchas series tienen producciones elevadísimas, son casi cine. Eso ha elevado el listón.
Y además han cambiado la percepción institucional del sector. Antes el tópico era el productor “pedigüeño”, “muerto de hambre”, siempre pidiendo. De repente, gracias a ese volumen de producción, ya no es así. Las plataformas nos han hecho más libres, menos dependientes del ICAA o de una o dos cadenas de televisión que, si te cierran la puerta, te dejan sin salida.
Dicho esto, son un competidor enorme para las salas de cine, como antes lo fueron la televisión y los videoclubs. Es un mazazo más. Competir con tanta producción en casa es muy difícil. Por eso creo que las instituciones deberían intervenir para equilibrar: proteger el cine, las salas, el consumo de películas en cines. Yo soy muy crítica con la normativa actual de ventanas; la ampliaría mínimo a seis meses. Creo que sería bueno para todos. La mayoría de la gente ve más cine en casa que en salas, porque no va al cine todos los días. Pero precisamente por eso hay que proteger y promocionar las salas: por redistribución de riqueza, por fomentar el consumo cultural en comunidad, por sacar a la gente de casa.
Además, la parte del sector más vinculada a ayudas y a la sala de cine es la que facilita la incorporación de directores, productores, guionistas y actores nuevos. Montar hoy una productora con 26 o 27 años, desarrollar proyectos y que te compre una plataforma es más complicado. Es más fácil para Vaca Films por la trayectoria, como ocurre en cualquier negocio: no es lo mismo entrar en un supermedio que en un medio pequeño digital. Por eso creo que todo es compatible: plataformas muy potentes y un cine en salas cuidado. Y el Estado debería ayudar donde se necesita, no donde no se necesita. Yo no es que crea que las plataformas han sido buenas para el audiovisual español: es que soy fan número uno. Es un hecho.
Artículoe14 es un medio centrado en las mujeres. Eres productora, empresaria y acabas de recibir la Medalla de Oro de los Premios Forqué. ¿Cómo ves la evolución del papel de las mujeres en el sector y qué significa para ti ese reconocimiento?
Las mujeres, en el audiovisual y en la sociedad en general, han venido a mejorar las cosas. En el momento en que hay mujeres, todo mejora. No tiene ningún sentido vivir en una sociedad que le pone más difícil las cosas o deja de lado a la mitad de la población, porque en esa mitad hay muchísimo talento que se estaba perdiendo, en parte, por el hecho de ser mujer.
En mi caso, ser mujer nunca me ha frenado. Nunca. Pero que no me haya frenado a mí no significa que a otras no las haya frenado. Si no, no se explica que, en cuanto se ayuda, se potencia, se fomenta, se generan referentes, de repente aparezcan muchas más mujeres, y haciéndolo increíblemente bien.
Ahora hay productoras estupendas —no quiero dar nombres para no olvidarme de ninguna—, algunas de mi generación, otras mayores, que han dado ciertos pasos más tarde, quizá porque su carácter no era tan arrollador. Yo lo soy para lo bueno y para lo malo, y eso ha ayudado. Pero el contexto también cuenta: ayudas, puntos, políticas específicas. Sí, se comete alguna injusticia con algún hombre, seguramente. Pero era necesario, es pura justicia intentar correr un poco, regularizar y avanzar hacia una sociedad más igualitaria. Deberíamos quererlo todos, hombres y mujeres, porque una sociedad más igualitaria será mejor para todos.
Eso se nota también en los productos audiovisuales: en las perspectivas, en los diálogos, en los temas. Lo que parecen pequeñas cosas —como esa conversación madre–hija—, sumadas, son muy grandes. Los referentes son fundamentales: yo tuve los míos en las películas; otras mujeres quizá nos tienen ahora a otras.
La Medalla de Oro me hace mucha ilusión también por eso. Beatriz de la Gándara la recibió con Fernando Colomo; no es lo mismo. No por desmerecer en absoluto, sino porque la lectura social no es igual. A mí me alegra mucho que, en mi caso, sea “la productora que recibe la Medalla de Oro” y que detrás esté mi marido, no yo “detrás de mi marido”. Él tiene muchísimo que ver con esto, por supuesto; siempre digo que hay que elegir muy bien a las parejas, porque te marcan la vida. Pero me hace feliz ser la primera mujer que recibe este galardón en solitario. Espero que sea la primera de muchas.

Para terminar: con todo lo que has conseguido, ¿qué sueñas aún con hacer? ¿Qué te queda por pedirle a este oficio?
De pequeña era una soñadora absoluta, “Antoñita la fantástica” al cubo. Con siete u ocho años decía que quería protagonizar el anuncio de Freixenet, salir en la portada de ¡Hola!, todo eso. Siempre tuve un afán enorme de tener, de saber, de llegar, de triunfar. Hace años que eso cambió. No porque haya salido en Freixenet ni en ¡Hola!, que no ha pasado ni lo pretendo. Es porque he conseguido lo más importante. Y cuando consigues lo más importante, todo se recoloca.
Siento que vivo en una película de amor y de lujo emocional, una comedia romántica merengue total. Tengo una familia maravillosa, amigos increíbles, me siento muy querida, hago lo que me gusta, vivo en una ciudad preciosa como A Coruña, me siento respetada, querida, admirada, tengo un trabajo que me apasiona y una vida cómoda. No necesito un avión privado ni siete casas por el mundo, no le envidio nada a los más ricos de la lista Forbes. No sabía, con ocho o diez años, que esto era lo esencial; los años te lo enseñan.
Hoy me siento una privilegiada y una afortunada. Lo único que pido es que esto se mantenga, que no se acabe. Tengo salud, tengo amor, tengo dinero para vivir bien. Lo tengo todo. Y con eso, de verdad, me doy por más que satisfecha.

