El Ministerio de Cultura ha concedido este año el Premio Nacional de Cinematografía al actor Eduard Fernández (Barcelona, 1964), una de las figuras más potentes y respetadas del panorama audiovisual español. El jurado ha querido reconocer no solo su trayectoria de más de tres décadas, sino especialmente su excepcional aportación al cine en 2024, con dos interpretaciones deslumbrantes y su primer trabajo como director. “Por ser uno de los actores más destacados de nuestra cinematografía y por haber protagonizado dos películas radicalmente distintas con excelencia: El 47 y Marco“, destaca el acta de concesión.
En El 47, dirigida por Marcel Barrena, Eduard Fernández interpreta a Manolo Vital, un hombre sencillo, generoso, de profundas convicciones democráticas que lucha por mantener viva la memoria histórica en la posguerra. En Marco, de Aitor Arregi y Jon Garaño, se transforma en Enric Marco, el impostor que se hizo pasar por superviviente de los campos nazis y acabó desenmascarado públicamente. Su encarnación de ese personaje ambiguo, vanidoso y trágico le valió este año el Goya al mejor actor protagonista, además del premio Platino al mejor intérprete latinoamericano. La distancia entre ambos papeles, y la maestría con la que Eduard Fernández transita esos mundos tan opuestos, son una muestra de su calibre interpretativo.

Pero el 2024 también supuso para él un nuevo reto: su debut como director con El otro, un cortometraje íntimo en el que aborda sin filtros su lucha personal contra las adicciones. Con sensibilidad y valentía, Fernández convierte su experiencia en una obra conmovedora que habla del miedo, del deseo de redención y de la necesidad de mirarse de frente. Esta pieza ha sido aplaudida por su mirada honesta y su elegancia narrativa, y ha cerrado una temporada excepcional en la vida de un actor que sigue desafiándose a sí mismo.
Una carrera constante
Eduard Fernández se formó en el Institut del Teatre de Barcelona, donde estudió mimo antes de integrarse en compañías míticas como Els Joglars o el Teatre Lliure. Su salto al cine llegó en 1999 con Zapping y Los lobos de Washington, que ya mostraban su capacidad para encarnar personajes complejos, heridos, a menudo con una intensidad soterrada. Desde entonces, su presencia en el cine ha sido constante, construyendo una filmografía de enorme solidez. Ha trabajado con algunos de los cineastas más prestigiosos del país, como Alejandro Amenábar, Pedro Almodóvar, Isabel Coixet, Gracia Querejeta, Iciar Bollaín o Cesc Gay.

Su versatilidad le ha llevado a interpretar desde mafiosos a profesores, desde padres ausentes a héroes éticos, con una capacidad camaleónica que no renuncia nunca a la verdad emocional. Entre sus trabajos más memorables se encuentran Smoking Room, Biutiful, El Niño, Mientras dure la guerra, Pa negre, Todas las mujeres o Perfectos desconocidos. También ha brillado en televisión, con papeles en series como Historias para no dormir, 30 monedas, Mano de hierro o la aún inédita adaptación de La casa de los espíritus y Anatomía de un instante, donde interpreta a Santiago Carrillo.
Las tablas, su verdadero hogar
El teatro, sin embargo, nunca ha dejado de ser su casa. Entre sus montajes más recordados destaca su Hamlet, dirigido por Lluís Pasqual y compartido en escena con Marisa Paredes, una obra por la que obtuvo el premio Max al mejor actor protagonista. También ha participado en propuestas contemporáneas y en textos clásicos, demostrando una intuición precisa para la palabra y el gesto. “El teatro es el lugar donde uno no puede mentir”, ha afirmado en varias ocasiones, reivindicando el contacto directo con el público como una forma de verdad.

Lejos de los grandes focos, Eduard Fernández ha mantenido siempre un perfil discreto. No es una estrella al uso, sino un actor de oficio. Alguien que se ha ganado el respeto no con declaraciones altisonantes ni con proyecciones públicas, sino con su trabajo sostenido, con su humildad, con su entrega a cada personaje. “Actuar es colocarse en el abismo con cada nuevo papel”, afirma. Y es precisamente esa disposición constante a la búsqueda, al riesgo, a la verdad, lo que le convierte en un referente para varias generaciones de intérpretes.
Este galardón se suma a una larga lista de reconocimientos: cuatro premios Goya, una Concha de Plata en San Sebastián por El hombre de las mil caras, varios premios Gaudí, un Max, entre muchos otros. Pero sobre todo, le confirma como una de las voces esenciales del cine español contemporáneo. A sus 60 años, Eduard Fernández no parece interesado en mirar atrás. Suma nuevos proyectos, prepara una serie, explora la dirección y, como él mismo confiesa, sigue “aprendiendo cada día”. No se considera un actor de método, ni un intelectual del escenario. Se define más bien como alguien que escucha, que observa, que se lanza. “Mi forma de entender este oficio es muy física. Entro en los personajes por el cuerpo, por la mirada, por la respiración. Y desde ahí empiezo a construirlos”.
El Premio Nacional de Cinematografía le llega en un momento de madurez plena, cuando su carrera se expande hacia otras formas de narrar, cuando su voz resuena más clara que nunca, y cuando su presencia en la pantalla sigue siendo sinónimo de calidad y de autenticidad. “No sé si soy mejor actor que antes”, ha dicho recientemente. “Pero sí sé que cada vez estoy más cerca de mí mismo”.
Con este reconocimiento, se une a una nómina de grandes nombres del cine español que incluye a Penélope Cruz, José Sacristán, Antonio Banderas, Josefina Molina o Carla Simón. Todos ellos artistas que, como Eduard Fernández, han hecho del cine no solo una profesión, sino una forma de entender el mundo.