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La historia de Juan, el joven músico al que Bruce Springsteen le regaló su armónica

Juan Monsalve es profesor de Música en un colegio de la Comunidad de Madrid, y preparaba un concierto tributo a Bruce Springsteen en el congreso cultural EncuentroMadrid cuando decidió acudir al concierto del Boss... y el músico de Nueva Jersey le regaló su armónica. Él mismo relata su historia

Juan Monsalve (centro), rodeado de sus amigos y su hermana en el concierto de Bruce Springsteen en el Estadio Metropolitano de Madrid
Juan Monsalve (centro), rodeado de sus amigos y su hermana en el concierto de Bruce Springsteen en el Estadio Metropolitano de Madrid Juan Monsalve

Mi hermana, tres amigos y yo habíamos comprado las entradas con meses de antelación. Tras 2012 y 2016 en la grada del Bernabéu, esta vez queríamos experimentar el directo del Boss en la pista delantera e intentar luchar por las primeras filas para ver a Bruce Springsteen y su E Street Band de cerca.

Nuestro plan inicial poco o nada meditado era salir pitando después del trabajo y así intentar estar en el Metropolitano sobre las 14:00, para hacer cola en la mejor posición posible. No obstante, la víspera del concierto, mi hermana y yo, en un momento de realismo, caemos en la cuenta de que, si queremos tener buen sitio en pista, debemos ir no más tarde de las 12:00. Lo pensamos mucho. ¿Merece realmente la pena pasar horas bajo el sol madrileño haciendo cola? Parecía demasiado desproporcionado. Aparece en mí la vena moralista: “Juan, pareces un adolescente, te mueves de manera desproporcionada, das importancia a cosas que en el fondo son banales, invierte tu tiempo en cosas más importantes”. Esto me hace tambalear. Pero algo dentro de mí se rebela a este pensamiento: “No quiero renunciar a nada de mí, estoy hecho para disfrutar hasta el fondo de las cosas concretas que más me gustan”. ¿Quién es Bruce? ¿Por qué deseo tanto de un concierto suyo? Cuando se trata de la oportunidad de verle de cerca, se insinúa en el corazón el deseo de no quedarse a medio camino, de no ir a medio gas. Hay que ir a por todas, hasta el final. Secundar esta intuición en cada detalle fue la puerta que abrió paso a todo lo que sucedería al día siguiente.

10:33 de la mañana. Tras una mala noche por los nervios, salimos de casa mentalizados y preparados para pasar el día haciendo cola al sol. Ponemos rumbo al supermercado Ahorramás para coger provisiones de supervivencia. Es característico de los conciertos de Bruce Springsteen que los fans de las primeras filas le muestren decenas de carteles con mensajes personales: peticiones de canciones, mensajes cariñosos, a veces incluso le piden su armónica… La oportunidad que nos brindaba el poder estar en las primeras filas me había hecho pensar en la posibilidad de llevar también algún cartel. Así, los pasillos del supermercado nos tenía preparado un primer imprevisto tan contingente como providencial: un joven empleado estaba apilando cajas de cartón de desecho. ¡Cajas de cartón! “Perdone, ¿podría conseguirme una de este tamaño, blanca a ser posible?”. Al poco rato, apareció ofreciéndome dos de ellas. Idóneas. Todavía tengo que volver a Ahorramás a agradecerle a ese empleado. Si él supiera…

Los hermanos Monsalve, antes de entrar al concierto de Bruce Springsteen en el Estadio Metropolitano

Los hermanos Monsalve, antes de entrar al concierto de Bruce Springsteen en el Estadio Metropolitano

Sobre las 11:20 aparcamos a media hora andando del Cívitas Metropolitano. Ya de camino al estadio, un temblor sonoro sacude de pronto el barrio. Mi hermana Ana y yo nos miramos. ¡Es la mismísima E Street Band, que empieza la prueba de micrófonos! Aceleramos el paso con creciente entusiasmo, abandonando Google Maps para guiarnos por aquel atrayente sonido. Un miércoles a esas horas, esos grandes parques están prácticamente desiertos. Sin embargo, fuimos a toparnos casualmente con el único paseante que, por nuestras caras ilusionadas o por las cajas de cartón, se acercó amablemente y adivinó: “Venís a ver a Bruce, ¿no?”. “¡Sí!”. “¿Y tenéis ya un número reservado?”. Nos habíamos encontrado con Antonio, uno de los responsables organizadores del orden y entradas para los fans con pase en pista delantera.

Resulta que hay un sistema de numeración según orden de llegada que se abre días antes y de cuya existencia no teníamos absolutamente ni idea. Novatos. Nos explicó todo con detalle, nos acompañó al estadio y nos guio al lugar donde apuntaron nuestro nombre en una lista y nos dieron un número a cada uno. 431 y 432. A las 15:00 debíamos estar atentos, pues pasarían lista de uno en uno y nos encaminarían en perfecto orden a la puerta correspondiente. De entre todos los asistentes con entrada en pista delantera, los numerados tendríamos el privilegio de entrar los primeros y coger el mejor sitio posible, según nuestro número. Luego entraría el resto. ¡Providencial el fortuito encuentro con Antonio!

Las letras con las que hemos crecido

Tenemos tiempo para pensar en qué escribir en el cartón. “I want your harmonica” parecía algo sencillamente caprichoso. Poca cosa para lo que significa Bruce Springsteen. Algo nos falta. De algún modo, también queremos agradecerle su música, sus letras, que tanto nos han acompañado. Hemos crecido con él, le estamos agradecidos y queremos que el cartel lo refleje. Damos entonces con la fórmula sintética: “I’ve grown up with your music. Could I still grow with your harmonica?”. Nos gusta. Nos ponemos manos a la obra con los rotuladores de la hermana de Pablo y al rato nos damos cuenta de que al lado hay una mujer portuguesa que también le pide la armónica en una cartulina. ¡No hemos tardado en encontrar competencia! Además, tiene mucho mejor número que nosotros… Pero estamos satisfechos con nuestro cartel. Deja entrever algo verdadero. Esa es nuestra baza.

Evidentemente, la idea del cartel tenía algo de quimera. No obstante, uno no se empeña en algo si en el fondo no hay una puerta que deja resquicio a la posibilidad de lo que desea, por remota que sea. Así pues, cuanto más escribíamos, más crecía ese deseo de que sucediese aquello que sabíamos que tenía un alto porcentaje de improbabilidad. Ya en la cola, no pocos nos preguntaban, lo leían y nos miraban sonriendo, en parte porque les gustaba, y en parte como diciendo: “Qué monos, qué ilusos, si supieran lo que están pidiendo y a quién…”. Poco tenía yo que replicar, la verdad. Pero, ¿y si…?

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Por fin, tras varias horas de espera, entramos al estadio en el orden asignado. Hasta el 431 ya había bastante gente ocupando los mejores puestos. Nos situamos delante de donde tocará el gran Steve, mano derecha del Boss, en una sexta o séptima fila. Aunque tenemos algunos metros de gente por delante, es un buen sitio. Estaremos cerca de los músicos y podremos verles bien. Además, Bruce Springsteen busca a menudo la cercanía con el público.

Las ganas de que empiece el espectáculo son grandes. ¡Las oportunidades de escuchar a estos gigantes del rock and roll en directo son únicas! Mientras hacemos tiempo, veo que hay muchísima gente con sus carteles o pancartas. Decenas. De hecho, varios piden al cantante su armónica. La mayoría están en filas más adelantadas que la mía. ¿En qué momento pensé que tendría alguna posibilidad?. La evidencia de la improbabilidad hiere un poco el ánimo. Soy uno entre tantísimos. Primero, que vea tu cartel. Luego, que lo lea antes que otros. Y luego, que quiera darte su armónica. A ti y no a otros que están más cerca. Pero, ¿te imaginas que…? Nuestra posición algo alejada de la primera fila me hacía comentar con mi hermana, en parte en broma, en parte deseándolo: “Ya verás, me va a tener que hacer un gesto con la mano para que me acerque para darme su armónica”.

El Boss también es frágil

El concierto fue especial. Espectacular como siempre, pero además fue bonito. Bruce Springsteen siempre ha sido un cantante muy humano en sus canciones, eso no es nuevo. Tiene el mundo conquistado desde hace décadas y, sin embargo, muchas de sus letras te hacen percibirle cercano, incluso amigo. Porque no es una estrella todopoderosa del rock. En su magnanimidad, fuerza y descaro, el Boss también es frágil, tiene preguntas, deseos y lleva expresando durante medio siglo esa esperanza intrínseca al ser humano de encontrar la “Tierra Prometida” para la que estamos hechos, siempre animoso para recorrer el camino que nos lleva a ella.

Esto llama especialmente la atención cuando, a mitad del espectáculo, los casi veinte miembros de la E Street Band dejan el escenario. Se queda Bruce solo con su acústica y empieza a contarnos de sus inicios en la música con su primera banda de rock cuando era adolescente. Su discurso aparece subtitulado y traducido en las pantallas gigantes, algo fuera de lo normal. Es evidente que lo ha preparado y quiere que entendamos bien lo que está diciendo. Empieza a hablarnos de George Theiss, el guitarrista que lo introdujo en aquel grupo, con quien mantuvo amistad hasta su muerte hace pocos años: “A medida que envejeces [Bruce tiene ya 74], la muerte te proporciona una cierta claridad mental. El regalo duradero que nos hace la muerte es una visión ampliada de lo que podría ser la vida. Y la aflicción que sentimos no es más que el precio que pagamos por amar bien.”

Me quedo de piedra. El gran Bruce Springsteen, conocido como The Boss, vuelve a poner delante de casi 60.000 personas las cuestiones fundamentales de la vida: el sentido, el afecto, la muerte. Un alma grande. Más de piedra me deja el estribillo de la canción, también subtitulada, y que canta como una súplica alzando su voz ante un público que escucha en silencio: “Roca de Eternidad, elévame de algún modo a algún lugar alto, potente y bullicioso. Algún lugar en lo más profundo del corazón del público.” ¡Se dirige directamente a lo Eterno! Y no le basta cantar ante miles de personas. Explicita el deseo de llegar a lo profundo del corazón del público, para acompañarle “en su misteriosa travesía.” Sus canciones me llevaban acompañando desde hacía años y por eso yo ya le estaba agradecido antes del concierto. Pero, tras esta canción, se desveló más quién es Bruce para mí. Compañero en mi misteriosa travesía, al compartir él la suya. Unidos de algún modo en nuestras preguntas, inquietudes y deseo de gustar la vida. De aquí nacía la gratitud que quería que pudiese vislumbrarse en el cartel.

La armónica ya la había dado previamente a una chica al final de The Promised Land, lo cual, evidentemente, mermó bastante la esperanza de que pudiese ser el afortunado. No obstante, ese chasco en The Promised Land me tenía preparado algo mucho más especial aún. Más allá de que sea una de las canciones más apreciadas por los fans de Bruce Springsteen, Thunder Road es una canción que me marcó de manera particular cuando con 14 años conocí la música del de Nueva Jersey. Es una canción especialmente significativa y querida para mí, que realmente me ha dado forma en mi “misteriosa travesía”.

El espectáculo se va adentrando en sus momentos de mayor intensidad. Recta final. Entonces, en la oscuridad tras la festiva Badlands, la armónica en Fa de Bruce rasga sosegada el silencio, acompañada del delicado piano del maestro Bittan. Inconfundible: es Thunder Road. Mientras todo el estadio corea sus versos, Bruce Springsteen baja del estrado para acercarse a las primeras filas del público. Le gusta ser cercano. No obstante, vuelve a irse una vez más al lado opuesto al que nos encontramos y se pasea por ahí gran parte de la canción. Reparte alguna que otra púa entre el público… nada más.

Un encuentro trascendente

En un momento avanzado de la canción, Bruce Springsteen se da la vuelta para dirigirse de nuevo hacia el centro, de modo que, al volverse, está de cara a nosotros. Es el momento de subir el cartel. Última oportunidad. Estiro los brazos hacia arriba todo lo que puedo. Se tiene que ver claro. Y quiero también que vea mi cara, me gustaría interceptar su mirada. Quiero hablarle de algún modo con la mía. No sé por qué, en ese momento mi cartel es el único que se yergue entre las cabezas de ese sector del público. Bruce está cerca y, de reojo, parece que lo ha visto. “Ya sabe que el cartel está”, pienso. Mi hermana: “¡Juan, lo ha visto!” En un momento dado, Bruce queda totalmente de cara al cartel. La canción va creciendo en intensidad, se acerca a su culmen. Mientras canta una nota larga, fija su mirada en él. Lo está leyendo. De pronto, la posibilidad que parecía remota se presiente increíblemente cercana.

Y entonces, me mira. Yo le respondo con la mirada queriendo expresarle muchas cosas a la vez; sobre todo, agradecimiento. Él asiente con la cabeza. Lentamente, se lleva la mano derecha al bolsillo trasero del pantalón y… ¡sí, parece que está sacando la armónica! Se acerca sosegado a nuestra zona mientras continúa cantando y me hace un gesto con la mano para que me acerque. Yo, atónito. ¡Me está llamando a mí! En un primer movimiento para acercarme, me topo con un hombre que, receloso de su posición, saca violentamente los brazos y codos para, deliberadamente, impedirme pasar. Dificulta bastante la operación y, por un momento, pienso que puede esfumarse la oportunidad. Grito: “¿Pero no ves que Bruce me está llamando?”. Springsteen persiste y me espera. ¡Me está esperando!

Momento en el que Bruce Springsteen le regala la armónica a Juan Monsalve

Momento en el que Bruce Springsteen le regala la armónica a Juan Monsalve

Me vuelve a hacer el gesto. ¡Qué minuto de intenso e impensable diálogo visual! ¡Bruce y yo entre 55.000 personas! Mi hermana consigue abrir hueco, los de alrededor me ayudan a llegar a él y le dan mi cartel. Entonces él estira el brazo hacia mí, me está regalando su armónica. Me la entrega en mano. Hace ademán de volverse para terminar la canción junto a la banda. Yo tengo su armónica en mi mano derecha, bien apretada, pero… casi sin pensar, le tiendo decidido la izquierda. Necesito agradecerle. No tanto la armónica, que también, pues es un detalle increíble y absolutamente excepcional, sino su música, él. ¡Cuán compañero de camino ha sido Bruce Springsteen en mi crecimiento! Y ahora, el mismo Bruce Springsteen me está regalando su armónica de Thunder Road, la canción más querida para mí. Con calma, me tiende la suya. Y en ese estrechamiento de manos le miro sincero y le agradezco: “Thank you”. Él me devuelve las gracias con la mirada, sonriente, en lo que fueron sin duda los segundos más bonitos. Luego me despide y se vuelve con la banda, para terminar cantando ese enérgico último verso: “It’s a town full of losers, I’m pulling out of here to win!”. Del mítico solo de saxo final apenas tengo recuerdos…

La armónica es algo absolutamente excepcional, único, memorable. Un regalo precioso y extraordinario por el cual uno ya está inmensamente agradecido. Pero yo necesitaba decir ese “thank you”. Esos segundos de estrechamiento de manos en el que pude mirarle sincero y agradecerle, ver que él me entendía, y me devolvía el gesto con su mano y su mirada, fue lo que más me conmovió. Euforia llena de agradecimiento y conmoción.

Victoriosos, mi hermana y yo dejamos las primeras filas para reunirnos con nuestros tres amigos, que se habían quedado algo más atrás. Yo estaría apretando con fuerza la armónica en mi mano derecha hasta mucho mucho después… Gozamos, cantamos y bailamos juntos todos los temas de la traca final del concierto. Lo más potente de su repertorio. Bruce y su banda disfrutan sobre el escenario y nos hacen disfrutar a lo grande. Con un épico Tenth Avenue Freeze Out y un larguísimo Twist and shout, cierran la noche con el público extasiado a sus pies. Y, entonces, cuando la E Street Band se retira definitivamente, Bruce Springsteenvuelve a quedarse solo en el escenario con su acústica. Podría irse por todo lo alto tras el éxtasis musical de la última media hora; sin embargo, quiere cerrar el concierto con la tranquila e íntima I’ll see you in my dreams. Vuelve a proyectar los subtítulos en las pantallas. De nuevo, quiere que entendamos bien lo que nos está diciendo en la canción con la que nos despide.

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Comienza a cantar: “El camino es largo y parece no tener fin (…)”. Le canta a un amigo fallecido. Expresa cuánto le echa de menos. Y, “aunque parece que se hayan rasgado las costuras de mi alma”, la canción no es triste. El arpegiado de su guitarra transmite una paz serena. Continúa: “Nos volveremos a ver cuando nuestros veranos lleguen a su fin (…) porque la muerte no es el final”. Me vuelve a dejar de piedra. ¿Quién termina así un concierto de rock? Los miles de oyentes escuchan en silencio, para unirse discretamente en el estribillo: “Te veré en mis sueños”.

Se me hace evidente que necesito algo más sólido que un sueño en lo que apoyar mi esperanza. Pero me asombra lo que dice. Me asombra que nos lo diga. Vuelve a impresionarme su tipo humano. Un hombre vivo, en camino, que busca e intuye algo más grande que la muerte. Y nos lo cuenta. Mientras le miro y le escucho conmovido, pienso: “Amigo Bruce, qué alegría que sigas en camino después de tantos años. Gracias por querer hacernos partícipes. Qué alegría haber encontrado en mi camino un alma grande como la tuya. Compañeros en nuestra ‘misteriosa travesía’, que continúa hacia esa ‘Tierra Prometida’ que tanto intuyes, llamados a encontrarla.” Sigo creciendo con tu música… y ahora también con tu armónica.

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