La novedad editorial de la que todo el mundo habla: un drama romántico que revela el Tinder de los años 50

Uno de los grandes logros de 'El amor que pasa' es su capacidad para entrelazar los hilos del pasado y el presente, la emoción y la historia

El amor que pasa - Cultura
Fragmento de la portada de 'El amor que pasa', la novela de Care Santos
Destino

En una época en la que el amor se escribe con emojis y se borra con un swipe, una novela viene a recordarnos que hubo un tiempo en que amar era cuestión de papel, tinta y espera. Se titula El amor que pasa, llega a las librerías el 21 de junio y lleva la firma de una de las autoras más leídas y admiradas de la literatura española contemporánea: Care Santos.

Con un estilo delicado y apasionado, esta historia de corte íntimo y familiar está destinada a convertirse en uno de los grandes fenómenos del verano. Y no es para menos. A través de unas cartas descubiertas tras la muerte de una madre, la autora reconstruye una historia que no solo es personal, sino también universal. El amor que pasa es, al mismo tiempo, un retrato del alma y una fotografía nítida de la España de los años 50.

El regreso de la carta de amor

En cada página de El amor que pasa late una pregunta esencial. ¿Cómo amábamos antes de las redes? ¿Qué fuerza tenía una carta escrita a mano, enviada con retraso, leída en soledad, respondida con fervor y devuelta al remitente con esperanza? El hallazgo de una caja con correspondencia secreta actúa como detonante narrativo y como símbolo de una forma de relacionarse que ya no existe.

Esa caja, que la narradora encuentra tras la muerte de su madre, guarda un puñado de misivas donde se encierra el germen de un romance prohibido entre Antonio y Claudina, sus padres.

En este sentido, El amor que pasa se convierte en el Tinder de los años 50. Pero con tinta azul, márgenes doblados y silencios entre líneas. Una historia que no necesita notificaciones para ser intensa, ni fotos de perfil para generar deseo. La novela nos recuerda que el deseo puede caber en una frase subrayada o en la espera de una carta que quizás no llegue nunca.

La novedad editorial de la que todo el mundo habla: un drama romántico que revela el Tinder de los años 50
La portada de ‘El amor que pasa’, la novela de Care Santos
Destino

Care Santos sitúa El amor que pasa en el contexto de dos familias muy distintas: una andaluza, otra barcelonesa. A través de ellas, la autora da forma a una España dual, marcada por las diferencias culturales, los códigos morales de la época y la huella del franquismo, que impregnaba cada gesto de la vida cotidiana. Y, sin embargo, lo que podría ser un telón de fondo anecdótico se convierte en parte esencial del drama.

La relación entre Antonio y Claudina —un amor que desafía convenciones, distancias y silencios familiares— sirve como metáfora de un país que se reconstruye y se reinventa. El amor que pasa es también una historia sobre el destino, sobre cómo las elecciones íntimas acaban por trazar las biografías colectivas. Y sobre la memoria: la que se oculta, la que se hereda, la que se escribe para no olvidar.

Una novela autobiográfica, pero también universal

Care Santos ha dicho que nació para escribir esta historia. Y es fácil entender por qué. Hay algo profundamente auténtico en El amor que pasa. Como si cada palabra estuviera escrita con el temblor de quien acaricia el pasado con los dedos. No es casualidad que la narradora —trasunto literario de la propia autora— se enfrente a la historia de sus padres desde una doble perspectiva: la de la hija que busca comprender su origen y la de la escritora que transforma la realidad en literatura.

Pero, aunque El amor que pasa tenga un germen autobiográfico, su alcance trasciende lo personal. Esta es una novela que nos interpela a todos. Porque todos, en algún momento, hemos querido saber qué secretos guardaban nuestros padres. Porque todos hemos sentido que el amor es una herencia, un idioma que se transmite, a veces sin palabras, de generación en generación. Y porque, como demuestra esta historia, el amor que pasa no siempre se va. A veces se queda, agazapado en una caja, esperando a ser leído.

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