TRIBUNA

La prevención obvia el sexo y aumenta los riesgos

Sara García de las Heras, secretaria de Acción Sindical y Empleo de USO, trata la prevención de riesgos laborales para Artículo14

Una trabajadora bien protegida en su trabajo.

Desde USO, llevamos años detectando que la prevención de riesgos en los centros de trabajo está fallando en su primera fase, que es la evaluación. Por ello, hemos denunciado de manera reiterada, en consonancia con lo que refleja Inspección de Trabajo en sus informes, que se tiende a realizar una Prevención de Riesgos Laborales (PRL) destinada exclusivamente a evitar sanciones; es decir, una prevención “de papel”.

En 2019, desde USO lanzamos la campaña “Sin evaluación, no hay prevención”, para denunciar que las evaluaciones de riesgos son genéricas o de “corta y pega”, que no recogen los riesgos específicos del puesto de trabajo ni las características concretas del trabajador o trabajadora que va a desempeñar dicha actividad. Y que tampoco se actualizan ante los cambios en las condiciones laborales ni por los daños que se producen en la salud.

Si la evaluación de riesgos no es específica y no está actualizada, es imposible evitar los riesgos, realizar una planificación de la acción preventiva, prevenir accidentes de trabajo, dolencias derivadas del trabajo, enfermedades profesionales, actuar en caso de riesgo durante el embarazo, etc. Es decir, es la clave para una acción preventiva eficaz y para desarrollar nuestro trabajo en un entorno seguro y saludable.

Desde aquella campaña, la situación no ha mejorado. Desde USO, formamos a la Representación Legal de las Personas Trabajadoras para intentar modificar esta realidad y, además, tanto en la formación como en los criterios de negociación colectiva, llevamos años planteando la necesidad de incluir la perspectiva de género en la prevención de riesgos.

De cara a la campaña del Día Internacional de la Seguridad y la Salud en el Trabajo, este año hemos lanzado el lema “Mismo riesgo, diferentes consecuencias”, porque entendemos que tanto la edad como el género constituyen factores lo suficientemente diferenciadores como para tenerlos en cuenta e integrarlos a lo largo de toda la acción preventiva de la empresa.

Desde USO consideramos que es una realidad totalmente ignorada la existencia de riesgos que afectan de forma diferente a hombres y mujeres (más allá de las que se pueden presentar en las situaciones de embarazo y lactancia). De hecho, las mujeres tienen más probabilidades de padecer problemas de salud relacionados con el trabajo que los hombres. El análisis de los riesgos se realiza con mirada “masculina”, sin tener en cuenta la presencia de las mujeres y si los riesgos pueden tener consecuencias diferentes.

Basta con ir a algo tan básico como los equipos de protección individual, los EPI: las mujeres no cuentan con el mismo nivel de protección que los hombres, ya que los equipos de protección se diseñan de forma genérica para el cuerpo masculino, no para el de la mujer. Normalmente, no existen tallas ni número de calzado apropiado, por poner algunos ejemplos. Si un EPI no está adaptado a la persona que lo lleva, el resultado puede ser el contrario al que se busca; es decir, en lugar de proteger, puede aumentar el riesgo.

Además, las mujeres ocupan de forma mayoritaria los empleos a tiempo parcial. Y, en muchas empresas, los trabajadores a tiempo parcial son trabajadores “de segunda”, incluida en esta consideración la gestión de la prevención. Este colectivo es “descuidado” a la hora de integrar la prevención en la empresa.

El problema es que la integración de la perspectiva de género en la prevención de riesgos laborales no está regulada; el único avance hasta el momento es muy reciente. Tan reciente, que no es hasta la Estrategia de Seguridad y Salud en el Trabajo 2023-2027 que establece como objetivo la integración de la perspectiva de género en la prevención de riesgos laborales: promover la igualdad como objetivo, planificación de la prevención por sexos, certificar la salud de la persona trabajadora y eliminar la asunción de la PRL por parte del empresario en empresas de 11 a 25 personas en plantilla.

Esperamos que este objetivo no se quede solo en la Estrategia y pase a la normativa, porque en la voluntariedad está la desprotección.
Las mujeres sufren menos accidentes mortales y graves que los hombres. Solo se invierte esta situación en los accidentes in itinere leves. La explicación la podemos encontrar en la dificultad de la doble jornada, la imposibilidad de conciliar.

Sin embargo, las mujeres sufren más enfermedades profesionales que los hombres. De nuevo, es una situación invisibilizada e infradeclarada y que, en la mayoría de los casos, acaba calificada como enfermedad común.

Además, el cuadro de enfermedades profesionales, tal como está redactado actualmente, solo refleja aquellas que están causadas por agentes o sustancias presentes en sectores “masculinizados”. Por ejemplo, no contempla los trastornos musculoesqueléticos consecuencia de las tareas correspondientes al cuidado de personas y limpieza, tanto en su ámbito doméstico como en el público (hoteles, oficinas, centros de trabajo); ni los trastornos y patologías referidas a la salud mental, consecuencia de riesgos psicosociales muy presentes en sectores como la educación o el sanitario.

Estas patologías forman parte de la realidad de las personas trabajadoras de estos sectores; tratándose, de forma frecuente y habitual, como contingencias comunes, lo que provoca su infradeclaración como patologías de origen laboral. Al no considerarse el origen laboral de estas dolencias, no se actúa sobre el foco que las origina, creando una situación de trato desigual frente a las personas trabajadoras de otros sectores que sí tienen reconocidas enfermedades profesionales asociadas a sus sectores.

Por último, añadir algunos puntos importantes que no por obvios hay que dejar de resaltar. Las mujeres pasan por las situaciones de embarazo y lactancia, lo que supone un riesgo añadido que los hombres no tienen.

Las mujeres están más expuestas a la intimidación y el acoso sexual en el trabajo. Y, al tener la doble presencia (ámbito laboral y ámbito doméstico), presentan mayor riesgo de sufrir estrés.

En definitiva, al no aplicar la perspectiva de género en la prevención, se está poniendo en peligro la vida y la salud de la mitad de la población.

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