A orillas del río Miño, justo en la línea que hoy separa Galicia de Portugal, se levanta una fortaleza que guarda en silencio una de las páginas más apasionantes de la Edad Media peninsular. Se trata del Castillo de Salvaterra de Miño, también conocido como el Castillo de Doña Urraca. No es solo un bastión militar reconvertido en museo: es una cápsula de tiempo. Un escenario de intrigas cortesanas, de alianzas quebradas y de resistencias heroicas. Todo ello encabezado por una mujer adelantada a su tiempo.
En el corazón de la Galicia medieval, el Castillo de Salvaterra de Miño fue testigo del poder político de Doña Urraca I de León y Castilla, la primera mujer en reinar en solitario en Europa Occidental. Su figura, legendaria y compleja, imprimió carácter a este enclave estratégico durante uno de los periodos más convulsos de la historia peninsular.
Una fortaleza construida entre la guerra y la leyenda
Aunque su origen se remonta a los siglos X y XI, la configuración actual del Castillo de Salvaterra de Miño responde a la reconstrucción que tuvo lugar en el siglo XVII durante la Guerra de Restauración portuguesa. Fue entonces cuando el arquitecto francés Carlos de Lessar adaptó sus estructuras medievales a las nuevas exigencias defensivas, dando forma a un recinto de 9.700 metros cuadrados que combina lo militar con lo estético.
Las murallas de sillería granítica, los arcos de medio punto y las torres sobrias evocan el tiempo en que Galicia y Portugal luchaban por cada metro de frontera. Sin embargo, es la escalera de caracol de doble rampa —una rareza arquitectónica que permite subir y bajar sin cruzarse— la que más asombra al visitante, junto al célebre Vestidor de Doña Urraca. Una estancia circular coronada por una bóveda de media naranja con una acústica perfecta que parece haber sido diseñada para susurros de poder.
Doña Urraca: reina, estratega y símbolo
El Castillo de Salvaterra de Miño no puede entenderse sin el nombre de Doña Urraca. Hija de Alfonso VI, madre de Alfonso VII y reina por derecho propio, su vida fue una continua pugna por el poder. Frente a su hermana Teresa —condesa de Portugal— y rodeada de obispos, nobles y maridos que intentaron doblegarla, Urraca gobernó con determinación, inteligencia y audacia.

Desde Salvaterra de Miño, lideró campañas militares en 1121 con la ayuda intermitente del astuto Diego Xelmírez, arzobispo de Santiago. La fortaleza fue entonces no solo un centro político, sino un refugio, un cuartel general y un símbolo de resistencia femenina. Hoy, caminar por sus estancias es recorrer el eco de una mujer que desbordó el papel que le asignaba su tiempo.
Cuevas, túneles y el mito de los pasadizos secretos
Las Cuevas de Doña Urraca, escondidas bajo el castillo, alimentan las leyendas que sobreviven en la memoria colectiva de Galicia. Se dice que estos pasadizos subterráneos conectaban el Castillo de Salvaterra de Miño con otros puntos estratégicos del valle. Por ellos habría escapado la reina en más de una ocasión, llevando consigo documentos, tesoros e incluso reliquias.

La figura de Urraca está tan imbricada con el paisaje gallego que otras fortalezas también reclaman haber sido escenarios de sus hazañas. La Torre de Caldas de Reis, donde nació Alfonso VII. El castillo de Lobeira, donde se dice que arrojó su corona para evitar ser capturada. O el castillo de Sobroso, en Mondariz. Pero es en Salvaterra de Miño donde se forja la leyenda, donde la política y el mito convergen.