La figura de Delcy Rodríguez, la vicepresidenta venezolana, vuelve a aparecer en el centro de la crisis que mantiene en vilo a Venezuela. En una semana marcada por el ultimátum de la Casa Blanca a Nicolás Maduro y por el aumento del poder militar norteamericano en el Caribe. Ante este panorama, crecen las dudas sobre el posible papel que jugaría la vicepresidenta del país latinoamericano si el tablero cambia.
La llamada entre Washington y Caracas del 21 de noviembre, revelada por Reuters y más tarde ampliada por el Miami Herald, ha resituado su nombre. El objetivo de aquella conversación era evitar una escalada, aunque el resultado terminara siendo justo lo contrario: dejó al descubierto la distancia real entre ambas partes y expuso, quizá por primera vez de forma tan explícita, que el futuro de Delcy Rodríguez también forma parte del cálculo.
Un gobierno interino liderado por Delcy Rodríguez
Según estas informaciones, Maduro planteó un escenario de salida que incluía una transición dirigida por su vicepresidenta. Un gobierno provisional, encabezado por ella, que permitiera preservar el control de las Fuerzas Armadas mientras se convocaban nuevas elecciones. La respuesta estadounidense fue rotunda: no. Trump exigió la renuncia inmediata, la salida del país de Maduro y su círculo familiar, y que la transición recayera en una autoridad pactada con la oposición. No en Delcy.

“Horas desesperadas”
Ese rechazo marcó un punto de inflexión. Desde entonces, la vicepresidenta ha intensificado su discurso. “Estamos en las horas desesperadas del imperialismo por tomar los recursos”, aseguró esta semana, denunciando que Washington prepara una operación para “hacerse de los recursos energéticos de Venezuela a través de la agresión militar letal”. Es el tono que ha caracterizado al chavismo en los momentos más críticos, pero llega ahora en un contexto distinto: un despliegue norteamericano sin precedentes en tres décadas.

Un relevo sin Maduro
A mediados de octubre, la prensa estadounidense publicó que la vicepresidenta y su hermano Jorge habían explorado, con intermediarios en Catar, un relevo sin Maduro. Fue entonces cuando circuló la idea de que Delcy aspiraba a presentarse ante Washington como una figura alternativa, libre de acusaciones directas y capaz de liderar un tránsito controlado.
Ella lo negó con contundencia. “FAKE!!”, escribió en redes, acusando a los medios de “carroña” y “guerra psicológica”. Para el chavismo, la posibilidad de una negociación independiente con Estados Unidos constituye una amenaza política. Para Washington, en cambio, era una señal clara de que la estructura de poder venezolana no es impermeable.

Delcy Rodríguez y España
La vicepresidenta no sólo es una figura central dentro de Venezuela. También lo es fuera. Su escala en Barajas en 2020 –el conocido como Delcygate- abrió una grieta política y diplomática que todavía hoy resuena. Se confirmó que pisó territorio español pese a una prohibición de entrada al espacio Schengen.
Ese episodio reforzó dos cosas: que Delcy es una figura de peso dentro del chavismo y que sus vínculos internacionales forman parte del funcionamiento real del poder en Caracas.

El futuro de Rodríguez
El futuro de Delcy Rodríguez dependerá de varios factores todavía abiertos. El primero, la evolución del pulso con Estados Unidos. Los movimientos militares siguen en aumento y Washington ha endurecido su marco legal contra el régimen y ha ampliado su margen de acción en Venezuela. A esto se suma una presión diplomática cada vez más estricta.
El segundo factor es la cohesión interna del chavismo. Maduro insiste en la unidad del “alto mando político-militar”. Delcy también. Pero los desmentidos, los rumores de conversaciones discretas y la insistencia en que todo es parte de una “guerra psicológica” evidencian que la incertidumbre alcanza también al interior del régimen.
Y el tercero, la visión norteamericana sobre la transición. Si Washington opta por presionar hasta el límite, Maduro intentará presentar cualquier movimiento como una invasión. En ese escenario, la vicepresidenta vuelve a situarse en un lugar intermedio: demasiado cerca del poder para ser aceptada por la oposición pero demasiado visible para que Washington la ignore.


