Ha sido el último intento para frenar una crisis que lleva semanas escalando. Una llamada entre la Casa Blanca y Caracas -adelantada por The New York Times y ampliada por el Miami Herald- que ofrecía a Nicolás Maduro un mensaje claro: abandonar Venezuela junto a su esposa, Cilia Flores, y su hijo ‘Nicolasito’ a cambio de una salida segura. La conversación, sin embargo, se bloqueó pronto. Trump exigió una renuncia inmediata, mientras Maduro propuso ceder el poder político siempre y cuando mantuviera el control de las Fuerzas Armadas. Ni Washington aceptó esa fórmula ni Caracas obtuvo la amnistía total que reclamó. Y desde entonces, ni en la Casa Blanca ni en el Palacio de Miraflores suenan los teléfonos.
Desde ese día, la tensión en el Caribe sólo ha aumentado. Trump anunció el cierre total del espacio aéreo venezolano y el despliegue estadounidense ha seguido creciendo. Buques, aeronaves y activos estratégicos operan ya en una franja donde la presencia militar norteamericana supera la habitual de las misiones antinarcóticos. “Es un movimiento que no veíamos desde hace tres décadas”, resume Francisco J. Girao, director de Defensa en ATREVIA, en conversación con este periódico, y recuerda que no se registraba una movilización así “desde la operación en Panamá en 1989”. El comentario, ya habitual entre los expertos en la región, recuerda que los movimientos estadounidenses ya no parecen simplemente una lucha contra el narcotráfico sino la antesala de algo mucho más grave.
Destino propuesto: Rusia
Si había alguna duda sobre que la llamada entre Trump y Maduro se hubiera producido, el senador republicano, Markwayne Mullin, se encargó de despejarlas en una entrevista en la CNN. El republicano aseguró que Washington ofreció a Maduro la posibilidad de exiliarse “a Rusia o a otro país”. En su relato, el objetivo de la Administración Trump sigue siendo proteger el territorio estadounidense y aumentar la presión sobre Caracas, no enviar tropas terrestres. Pero el mensaje reforzó la idea de que la oferta a Maduro era real, no un gesto diplomático. “La Administración Trump está realizando paso a paso todo lo que debe hacerse antes de un bloqueo o incluso un ataque“, puntualiza Girao.
La reacción del Gobierno venezolano fue responder con el patrón ya conocido: maniobras militares, mensajes de resistencia y el intento de presentar el despliegue norteamericano como una agresión exterior. En los últimos meses, señala Girao, el régimen ha elevado el tono y las consignas políticas. Venezuela, explica, es un país “intensamente dividido” y Maduro busca reforzar la narrativa de asedio. Si Washington llegara a plantear operaciones en suelo venezolano, la estrategia de Miraflores sería inmediata: describirlo como una invasión, no como una acción dirigida contra su entramado político y económico. Para Maduro, insiste el analista, mostrar fuerza frente al exterior sería su principal baza.

Lo cierto es que la presión estadounidense ha venido incrementándose en varios episodios. El cierre del espacio aéreo ha sido interpretado en Venezuela como un aviso previo a un siguiente paso; el aumento de operaciones marítimas, como parte de una estrategia para cortar rutas de salida y entrada hacia el país. Washington sostiene que el objetivo es frenar el flujo de drogas hacia Estados Unidos y desmontar redes criminales a través de “operaciones quirúrgicas” con las que Trump saca pecho cada vez que puede. Según la administración del magnate, desde septiembre ya han destruido a más de 20 embarcaciones y han causado decenas de bajas, aunque Caracas niega por completo esas cifras.
Y mientras suenan tambores de guerra, crece la cooperación regional. Repúblicas vecinas -como Trinidad y Tobago o República Dominicana– ya han autorizado el uso de infraestructuras para ejercicios o apoyo logístico. Es un elemento que ha llamado la atención de varios diplomáticos latinoamericanos, porque supone un respaldo público a la estrategia estadounidense, pero que también rompe la tradicional prudencia caribeña respecto a cualquier crisis venezolana.
Maduro intenta moverse entre estas presiones. La oposición venezolana considera, igual que Washington, que la única salida viable para iniciar una transición democrática pasa por su marcha. Para el régimen, en cambio, rechaza esa interpretación y sostiene que Estados Unidos busca un cambio político para controlar los recursos venezolanos, especialmente energéticos.

De momento, en la prensa estadounidense se mantiene la misma hipótesis: la ventana diplomática sigue abierta, pero es estrecha. Girao no descarta que, si no hay avances, Washington opte por medidas adicionales. Como explica, no sería extraño ver “algún tipo de acción militar ulterior” si la Administración Trump concluye que la presión actual no es suficiente.
El Caribe entra así en un escenario inédito en décadas. Lo único cierto, de momento, es que la tensión continúa aumentando… y que la llamada que debía frenar la crisis terminó abriéndola aún más. Respecto al riesgo de una posible intervención estadounidense, Girao lo resume así: “Caracas puede desactivarlo en cualquier momento si Maduro anuncia que deja el poder pero, a esta hora, las posibilidades suben del 70 al 80%”.


