Aquí rondo, en plan Ebenezer Scrooge, para desinflar un suflé creciente y comprensible, pero también gaseoso y, hasta cierto punto, cansino: no creo que un adelanto electoral se lleve por delante al Gobierno de Pedro Sánchez, ni siquiera tras el Jueves Negro, patrocinado por la UCO, de Santos Cerdán, ex secretario de Organización que disfruta ya de las hieles del ostracismo.
Las encuestas son asideros mercúreos, lianas resbaladizas. Amanecía junio y Sigma Dos mostraba en El Mundo que, hoy por hoy, el PP obtendría 149 diputados, 12 más que en 2023, y Vox, 39, sumando ambos 188; GAD3, en ABC, disparaba esa mayoría: el bloque de centro-derecha –si es que el PP es un partido de centro, si es que Vox es un partido de derechas– alcanzaba los 193 escaños; SocioMétrica, en El Español, colocaba en el hemiciclo a 151 genoveses y a 38 bambuítas, etcétera. La historia reciente, o sea, la de las generales del 23 de julio, confirmó con un bofetón de realidad del que muchos todavía no se han recuperado que las casas demoscópicas, como los Reyes Magos, son los padres; el CIS tezánico, evidentemente, es criatura de otra especie, un acantocéfalo o algo similar.
Como, dado su rol, es lógico e imperativo, el PP pulsa desde hace meses el timbre del adelanto electoral. Estoy convencido de que Feijóo, en efecto, volvería a ganar en las urnas. Ahora bien, ¿con qué fuerza? La mayoría absoluta es una quimera, Vox no parece un aliado del todo fiable y los puentes con los nacionalistas tienen denominación de origen Mostar. El gallego es harto consciente de sus limitaciones y, por ello, rechaza presentar una moción de censura –incluso este jueves, con Ferraz convertida en un escenario de The Walking Dead–, sabedor de que se la comería con papas pochas. Además, tampoco conviene olvidar las nefastas campañas electorales con las que los populares, en los últimos años, han invitado toscamente a sus votantes a pasarse a Ciudadanos, a Vox o a la abstención. En Génova, 13, suena una psicofonía: la melodía de “Verano Azul”.
Habrá quien invoque, con pertinencia, no lo niego, al tsunami de escándalos. Sin embargo, esta película ya la hemos visto, no es más que un refrito con más monstruos. Si en Jurassic Park nos acojonaban el tiranosaurio y los velocirraptores, en Jurassic World lo hacía un bicho que respondía al nombre de Indominus Rex, una mezcla de los dinosaurios antes citados con trazas de sepia e ingeniero de caminos –hay que ver lo listo que era el muy jodío–. Del mismo modo, la amnistía, Ábalos, Begoña Gómez, Beatriz Corredor –qué lejos queda el apagón, ¿verdad?–, Leire Díez y hasta el mismísimo Santos Cerdán no son más que los Indominus de un tío que pactó con Bildu y que lamentó en el Senado la muerte de un etarra. Siempre habrá una Santaolalla, un Espinar, un militante y un feligrés –quien dice uno, dice cientos de miles– que se refugiarán en un “sí, ¿pero y la ultraderecha?”.
Desde que estallara el caso Fontanera, varios socialistas han pedido a Sánchez que convoque elecciones. El presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page, viéndolas venir: “La política nacional no puede lastrar la política autonómica”. Javier Lambán, en X, señalaba que “gobernar es imposible desde 2023” e instaba al presidente a acabar “con esta agonía”. Alfonso Guerra, en la COPE: “La oxigenación de la política española pasa por unas elecciones, aunque no soy muy optimista”. Felipe González, este miércoles, en Toledo, cachondón, manifestaba estar de acuerdo con adelantar las elecciones si lo dice Page, pero no si lo dice Feijóo. Por su parte, Sánchez, también este miércoles, en sede parlamentaria, aseguraba que continuará “gobernando dos años más y los que quieran los españoles”. Así, ya digo, lo creo yo. Por lo civil o por lo criminal. Este jueves, el informe de la UCO reflejó que Cerdán ordenó a Koldo amañar las primarias de 2014. Recordemos también aquel post de Leire Díez en Facebook presumiendo de estar al frente del voto por correo en las últimas generales. Víctor Gómez, exalcalde de Vega de Pas, el municipio cántabro donde la socialperiodista fue concejala, comentaba en La Razón: “En esas elecciones –las de 2011–, se disparó el voto por correo al 20%. En un pueblo de menos de mil habitantes. Donde el voto por correo no llega nunca al 1%”. ¿Nuevo pucherazo a la vista? Cualquiera lo descarta…