En la Met Gala no hay reloj que valga. Allí el tiempo es una sugerencia y el momento exacto en que Rihanna pone un pie en la alfombra roja se convierte, irremediablemente, en el clímax. Este año, en una noche de homenajes a la sastrería negra, la artista apareció con su tercer embarazo como estandarte. Sin avisar y sin dar entrevistas.
Apareció al final, cuando ya parecía que no vendría. Que quizás estaba en casa, con los pies en alto y un batido de mango entre las manos. Pero no: llegó como se llega cuando sabes que eres la reina del tablero. Unos minutos tarde, pero con una entrada que reseteó la noche entera.

Apareció vestida de Marc Jacobs y, con lo que en otra sería una chaqueta de corte masculino, en ella se volvió escudo y manifiesto. Corsé ajustado -casi insultante de lo perfecto-, falda con raya diplomática que parecía cosida con la paciencia de un sastre de Savile Row y el pulso de una barbera caribeña. En la cabeza, un sombrero de ala ladeada, coqueteando con la irreverencia y el dandismo. Y allí, entre todo eso, la curva inequívoca de la maternidad: la barriga de su tercer embarazo.
A$AP Rocky, su pareja, impecable, caminaba unos pasos detrás como quien acompaña una leyenda. Había rumores desde horas antes. Que se la había visto en el Carlyle con un Miu Miu sospechosamente revelador. Que sus movimientos eran distintos, más pausados. Que la sonrisa era la misma, pero con un matiz nuevo…

El tema de la gala, Superfine: Tailoring Black Style, buscaba rendir tributo a la elegancia negra, al dandismo como acto de resistencia, al traje como arma. Rihanna tomó esa premisa y la llevó a su terreno: transformó la idea en cuerpo. Porque ser negra, mujer, artista y embarazada en un mundo que se empeña en compartimentarlo todo, es en sí una declaración de intenciones.
Y no es la primera vez. En la Super Bowl de 2023 ya jugó esta carta: embarazada, suspendida en el aire, vestida de rojo como un semáforo en verde. Ahora lo vuelve a hacer, con una sofisticación nueva, más sutil y menos explosiva, pero igual de impactante. Porque si algo ha hecho Rihanna en los últimos años es apropiarse de su narrativa: ser madre sin dejar de ser icono, mostrar la piel sin pedir permiso, vivir a su manera.
Hay quien dirá que estas cosas no deberían ser noticia. Que una mujer embarazada en la alfombra roja no debería sorprender. Pero se equivocan. Porque lo que hace Rihanna es más que desfilar con una tripa de embarazo: es reformular el lenguaje de la moda desde la carne y el deseo. Es usar el cuerpo, cambiante y fértil, como herramienta de estilo y de poder. A sus 37 años, madre de RZA y Riot Rose, con un imperio de belleza y moda a sus espaldas, Rihanna está más allá del trending topic.