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Salen a la luz las memorias de Bárbara Rey: “He subido a los cielos y he bajado a los infiernos”

Por primera vez, Bárbara Rey toma la palabra para contar su historia sin maquillaje. 'Yo, Bárbara' es el rugido de quien estuvo callada demasiado tiempo

Bárbara Rey presenta sus memorias. Fotografía: EFE

A Bárbara Rey la hemos visto en calendarios, en revistas, en platós donde el morbo se disfraza de entrevista y las lágrimas se cotizan mejor que los silencios. Pero nunca la habíamos leído. Nunca había escrito con su voz. Ahora, en Yo, Bárbara, por fin lo hace: sin filtros, sin retoques, sin obedecer a nadie.

En estas memorias, la artista recorre su vida como quien se sienta ante un álbum de fotos y, en lugar de describir lo que ve, confiesa lo que dolía fuera de cámara. Desde la niña de Totana que se escapaba de clase para soñar con otro mundo, hasta la mujer que compartió camerinos, camas y secretos de Estado, Bárbara escribe como quien por fin encuentra la voz que durante décadas le secuestraron los focos.

“Más de una vez he considerado escribir un libro, una autobiografía […]. Sin embargo, siempre pensé que lo correcto sería que viera la luz cuando yo ya no estuviera, y, probablemente, tampoco las personas implicadas. Pero todo lo que sucedió con mi hijo cambió por completo ese plan”

Su infancia está contada con una mezcla de ternura y dureza. Recuerda con admiración a su padre, un hombre estricto y justo, “el hombre de mi vida”, y con distancia a su madre, obsesionada con el qué dirán. Pronto descubrió que para escapar del destino había que conquistar la ciudad: Madrid fue la selva donde aprendió a sobrevivir con la belleza como bandera y la inteligencia como escudo.

Portada de la autobiografía de Bárbara Rey

Con apenas dieciocho años llegó a la capital, trabajó como actriz, modelo y artista de variedades. Su carrera creció rápido, con Gustavo Viciana como representante y un carisma natural que la hizo imbatible. Las primeras películas, las galas de Nochevieja, su papel central en el destape: Bárbara Rey se convirtió en un mito erótico nacional en plena Transición, pero su papel fue mucho más que el de musa: fue un reflejo de una España que deseaba libertad sin saber aún vivirla.

“Nunca hubo un momento en que lo justificara. Solo intentaba sobrevivir por mis hijos”, Bárbara Rey, sobre su relación con Ángel Cristo

Las memorias relatan también, con cruda sinceridad, su relación con Ángel Cristo. El domador y la vedette. Un matrimonio que comenzó como cuento y terminó como jaula. La violencia, las adicciones, el deterioro, las infidelidades. “Nunca hubo un momento en que lo justificara. Solo intentaba sobrevivir por mis hijos”, confiesa. Y cuando cuenta cómo cuidó a sus hijos en medio del caos, el lector siente que está leyendo a una madre antes que a una estrella.

De esa relación nacieron Sofía y Ángel, dos niños que vieron cómo su madre se deshacía y recomponía para protegerlos. Bárbara relata con especial dolor el distanciamiento con su hijo, con quien la relación se fracturó tras una exposición mediática sin su consentimiento. “No lo entenderá, pero el vínculo que nos une es más fuerte que todo lo que él ha intentado romper”, escribe. Y uno no sabe si leer eso con rabia, con lágrimas o con respeto.

Pero hay también otra historia dentro de la historia: la relación secreta con el rey Juan Carlos I. En un tono que huye del escándalo y busca la verdad emocional, Bárbara revela encuentros, cartas, una intimidad compartida durante años. “El me hablaba con dulzura, me abrazaba como quien pide perdón sin decirlo”, escribe. Pero también revela el uso político de esa relación, las amenazas, las cintas que aparecieron sin que ella supiera que estaban siendo grabadas. Todo contado con la contención de quien ya no quiere venganza, sino descanso.

“Siempre seré Marita, María y Bárbara. Tres nombres que conviven en mí y que dan lugar a multitud de facetas. Algunas públicas y muchas otras privadas. Porque yo he subido a los cielos y he bajado a los infiernos. He sido inmensamente feliz y, a veces al mismo tiempo, profundamente desgraciada”

Y entre estas dos historias -el amor y el poder-, Bárbara habla de otra adicción: el juego. Relata cómo comenzó con un bingo y terminó atrapada en una espiral de dependencia. Habla de cómo se confesó en televisión y sintió más interés por los titulares que por su dolor. Pero también reconoce su responsabilidad y habla del camino de recuperación con la honestidad de quien ha perdido y ha aprendido.

Yo, Bárbara es muchas cosas: un ajuste de cuentas con su pasado, un homenaje a su infancia, una carta abierta a sus hijos, y un espejo en el que se refleja un país entero. Bárbara Rey, la mujer que fue mito, escándalo y deseo, es ahora simplemente una voz. Y ese relato, tan privado y tan público, tan suyo y tan nuestro, es quizás el más importante que haya ofrecido nunca. Porque no habla de la estrella. Habla de la mujer que, contra todo pronóstico, sobrevivió al circo y aprendió a contar su historia sin domadores.

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