Las dos mujeres más importantes del Gobierno de Reino Unido protagonizan una pugna crucial para la segunda economía europea y para la suerte de un Laborismo a punto de cumplir su primer año en el poder. En una esquina de este imaginario cuadrilátero se encuentra Rachel Reeves, primera mujer al frente del Ministerio de Finanzas en sus más de ocho siglos de historia, preocupada fundamentalmente por la prudencia fiscal y contra las cuerdas por parte de sus propios compañeros de gabinete, que le exigen aflojar la cartera de gasto y reducir la asfixia tributaria. En el ángulo contrario aparece la vice primera ministra, Angela Rayner, responsable también de Vivienda y Gobierno Local, representante de las esencias más a la izquierda, fuertemente vinculada a los sindicatos y sempiterna postulante, según sus críticos, al codiciado cetro laborista, cuando el trono quede vacante.

Públicamente, Reeves y Rayner representan dos polos casi opuestos, un contraste beneficioso para una formación que necesita apelar a un amplio espectro del electorado. Reeves, “empollona” confesa, es la imagen de la cautela y la reserva, rozando con el tedio, pese a haberse convertido, a su pesar, en pararrayos del desagrado generado por el Ejecutivo británico, precipitado por controvertidas decisiones como la retirada de las ayudas a la calefacción de los pensionistas, una medida tan denostada que el primer ministro anunciaba recientemente que será revisada. Rayner, por el contrario, genera emociones encontradas entre quienes la consideran el futuro del Laborismo y aquellos que ponen en duda su capacitación como líder y los que creen que su falta de formación universitaria (abandonó los estudios a los 16 años, cuando se quedó embarazada) anula sus aspiraciones sucesorias.
El principal escollo entre Reeves y Rayner
Sin embargo, donde la diferencia entre ambas es trascendental es en cómo conciben la política. El credo de Reeves es la precaución fiscal y, para cumplirlo, se ha auto-impuesto complicados objetivos como equilibrar el déficit público en tres años, en lugar de cinco, pese a haber descartado subidas en la batería de impuestos que aportan el 70 por ciento de los ingresos del Gobierno: el equivalente británico al IRPF, las contribuciones de los trabajadores a lo que en Reino Unido supondría la Seguridad Social, el IVA y el impuesto de Sociedades. El reducido margen que le queda como consecuencia hace inevitables los tijeretazos e inconvenientes ajustes fiscales que le han valido ya la contestación de colegas, empezando por Rayner.

Pese a que las decisiones económicas competen exclusivamente a Reeves, en los últimos días la prensa británica publicaba un dossier supuestamente secreto que la vice primera ministra había enviado a la titular de Finanzas en las jornadas previas a la presentación de un importante paquete presupuestario en marzo. En él, Rayner planteaba una serie de subidas de impuestos, hasta ocho, especialmente a los estratos más acomodados, y dos cambios en materia de prestaciones sociales. Reeves ignoró el consejo en el llamado Discurso de Primavera que anunciaría en el Parlamento apenas días después de recibir las propuestas, pero el conflicto ideológico permanece.
Una brecha interna en Reino Unido
Lo que Rayner plantea es un desafío directo a la tesis de la ministra de Finanzas para este año, que apuesta por recortes de gasto por encima del aumento de la presión tributaria, y supone la prueba más evidente de la brecha interna en materia de estrategia económica. Adicionalmente, dada la vulnerabilidad de Reeves, a quien las quinielas no vaticinan que llegue al final de la legislatura en el cargo, cualquier movimiento que cuestione su gestión menoscaba gravemente su maltrecha autoridad. En el caso de la vice primera ministra, mientras, las maniobras son inevitablemente interpretadas como un intento de posicionarse para una eventual sucesión, independientemente de cuándo tenga lugar, y filtraciones como la del dossier con sus propuestas presupuestarias no hacen más que reforzar esta narrativa.

Reeves, no obstante, supone un blanco fácil, puesto que hay una creciente impresión de que no ha sido capaz de ofrecer una justificación convincente sobre los ajustes, ni explicar claramente que forman parte de un plan a largo plazo para apuntalar la economía y reducir el déficit y la deuda pública. Este mes, por si fuera poco, hace frente a una nueva prueba de fuego, con la llamada revisión integral de gasto, un paquete fundamental para la gestión del Gobierno, que concretará la financiación específica para cada departamento en los próximos tres años. Como le había ocurrido ya a prácticamente todos sus predecesores, negociarlo le está granjeando enconados enfrentamientos con sus colegas del Consejo de Ministros, dispuestos a luchar por cada libra esterlina que puedan perder sus respectivas carteras.
Las tensiones en el Gobierno de Reino Unido
La resistencia de Rayner habría sido tal que, según algunos medios británicos, habría abandonado encolerizada una reunión con el número dos de Reeves, un incidente negado por el entorno de la ministra de Finanzas, que no desmiente, no obstante, tensiones ante la definición de la estrategia plurianual de gasto. No en vano, la vice primera ministra se juega las promesas que su departamento tiene encomendadas para esta legislatura, entre otras, la construcción de 1,5 millones de viviendas nuevas, un objetivo inviable sin un aumento sustancial de la partida para vivienda social. Asimismo, como responsable de Gobierno Local, está obligada a lidiar y prevenir la bancarrota de muchas autoridades municipales al borde del colapso financiero, lo que irremediablemente exige partidas significativas.

Pero más allá de cifras, el activismo de Rayner es casi existencial. La número dos del Ejecutivo es también vice líder del Laborismo, un formación que, para ella, más que un partido, es un movimiento, que debe reflejar sus esencias en la acción del Gobierno, un purismo que contrasta con la aproximación más prosaica de Reeves. La concepción de la política por parte de la ministra de Finanzas es ampliamente pragmática, su influencia, reconocida por ella misma, es el Laborismo de Tony Blair y frente al baluarte que Rayner representa para la izquierda, cuando es preguntada si es socialista, Reeves siempre responde con la misma aclaración: “Soy social demócrata”.