La primera cumbre entre Reino Unido y la Unión Europea desde el Brexit contiene ingredientes similares a los que solían formar parte del menú durante las décadas en las que duró su matrimonio de conveniencia. Fricción por los derechos de pesca, rencillas instigadas por Francia y negociaciones hasta el último minuto son los componentes principales de una cita en la que el anfitrión, el primer ministro británico, Keir Starmer, aspira a reflejar, con la connivencia de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, el inicio de una nueva relación de madurez, basada en el respeto mutuo y libre, al fin, de las tensiones del divorcio.
Como cualquier pareja que ha superado una ruptura, en Londres y en Bruselas han podido comprobar que el tiempo cura la mayoría de las heridas, pero las cicatrices permanecen. La disposición positiva ante el encuentro de este lunes en la capital británica es apreciable en ambas partes, pero factores domésticos, desencuentros del pasado y maniobras estratégicas ejercerán una influencia significativa. Las conversaciones al máximo nivel que asumen ahora los líderes culminan semanas de negociación que evidenciaron que el mayor espacio de oportunidad y, a la vez, el compromiso más complicado aparece en pesca, movilidad juvenil e, inevitablemente en el actual contexto global, defensa.
Londres y Bruselas se necesitan
Cada contendiente defiende sus intereses y, como en una partida de póker, algunas cartas se guardan hasta el final. Cinco años después de la materialización oficial del veredicto del referéndum de junio de 2016, en la actualidad hay un compromiso compartido de mejorar la colaboración entre ex socios conscientes de que se necesitan. El cambio es el resultado, en parte, de un mayor pragmatismo, pero también de la llegada del Laborismo al poder: el programa electoral con el que arrasaron en las generales de hace un año prometía una “relación mejorada y ambiciosa con los socios europeos”, por lo que Starmer considera que tiene legitimidad para profundizar lazos.
La clave es cuánto. En Reino Unido, el fantasma del Brexit sigue pesando en la conciencia colectiva y el auge paulatino, pero aparentemente imparable, de Reforma, el partido del ultra Nigel Farage, considerado el gran padrino de la salida de la UE, preocupa al Ejecutivo. Para la UE, el dilema es más existencial: desde el plebiscito, Bruselas entendió que había un serio riesgo si cuajaba la percepción de que la ruptura había beneficiado a los británicos. Como consecuencia, nueve años después, se aferra a sus líneas rojas, con el propósito de aniquilar cualquier impresión de que el Reino Unido puede elegir libremente qué le conviene mantener de s relación anterior

Los escollos tras el Brexit
De ahí la cuidada coreografía que este lunes desplegarán los protagonistas de la cumbre. En última instancia, las decisiones son fundamentalmente políticas, pero afectarán a muchos aspectos prácticos a ambas orillas del Canal de la Mancha. Para la UE, lo más fácil son los acuerdos en materia de normativa agroalimentaria e intercambio de emisiones, porque se trata de ámbitos favorables a sus intereses, pero hay mucha precaución a la hora de permitir más flexibilidad de acceso al mercado común, sin garantizar primero concesiones británicas.
Pese a su deseo de mayor proximidad, el Laborismo ha dejado claro que ni pretende regresar al mercado único, ni ingresar de nuevo en la unión arancelaria, pero tanto Reino Unido como la UE han descubierto los beneficios de una mayor proximidad, sobre todo, en un contexto de evidente realineamiento de fuerzas a escala global. La revolución en la dinámica de bloques que ha supuesto la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca y las repercusiones para un Viejo Continente al que el presidente de Estados Unidos ha dejado claro que su seguridad depende ahora de sí mismo ayudará a centrar mentes este lunes.

Pacto en Defensa
Uno de los platos fuertes más esperados es el pacto en defensa, que podría permitir el acceso de compañías británicas al programa Acción de Seguridad en Europa (SAFE, en sus siglas en inglés), el paquete de la UE que aspira a facilitar 150.000 millones de euros en préstamos para rearmamento. Las conversaciones llevan meses y en las últimas semanas se han encallado por uno de los grandes sospechosos habituales en las negociaciones comunitarias: la pesca.
Durante el tira y afloja para decidir los términos del divorcio, el Gobierno de Boris Johnson había aceptado el acceso de la flota de la UE a aguas británicas, prácticamente como antes, hasta 2026 y ante el inminente fin del plazo, los Veintisiete quieren una extensión significativa, potencialmente permanente. Algunos países, como Francia, están dispuestos a emplearlo como palanca de presión y están incluso preparados a dejar a Starmer sin acuerdo, si no hay concesión. Asimismo, Bruselas prevé apretar con el proyecto de movilidad juvenil, para permitir a los menores de 30 años vivir y trabajar en ambos territorios, quedando así parcialmente exentos de las restricciones impuestas tras el Brexit.

En plena ola antimigratoria
Para la UE es una demanda irrenunciable, tanto que, hasta hace semanas, el Gobierno británico negaba la posibilidad de tal entendimiento, pero este mes ha admitido que una apuesta “controlada” sería aceptable. La incógnita es por cuánto tiempo, ya que el Ejecutivo rechaza cualquier planteamiento que dispare aún más los números de migración, pero tampoco resulta imposible, puesto que Reino Unido tiene ya iniciativas parecidas con otros países, incluyendo Australia, o Japón.
Starmer había prometido reformular a lo grande la relación con la UE. Su oportunidad es esta semana, y lo que consiga determinará no solo un importante punto político para el dirigente laborista, sino la piedra sobre la que se basará la interacción de dos ex socios condenados a entenderse.