Hay personas que transforman la televisión. Ricardo Medina fue una de ellas. Pionero, audaz, obsesionado con la audiencia, pero sobre todo con conectar. Con contar historias de verdad. Durante años lideró desde la televisión pública una batalla descomunal contra las privadas, y lo hizo con una idea sencilla: informar entreteniendo. Y hacerlo en directo, al segundo. Así nació Madrid Directo, el programa que cambiaría para siempre la forma de entender la actualidad de proximidad, y que sigue hoy en antena más de 30 años después, siendo el más longevo de la televisión española solo por detrás de Informe Semanal.
Ricardo no solo creó un formato: creó escuela. Convirtió el reportero de calle en protagonista. Dio ritmo a la narración informativa. Jugaba con la televisión como un niño con un juguete nuevo, pero con la precisión quirúrgica del realizador veterano que sabe lo que busca. Su éxito fue tan rotundo que Madrid Directo se exportó a prácticamente todas las televisiones autonómicas con versiones que aún hoy el público recuerda con nostalgia. Se convirtió en un género. Y él, en el rey de ese territorio.
Lo que pocos saben es que detrás de ese éxito había una maquinaria humana perfectamente engrasada. Yo lo viví de cerca, en España Directo, otro de sus grandes logros. Un formato en el que trabajábamos con una intensidad que solo puede entender quien ha vivido una redacción a contrarreloj, con compañeros desplegados por todo el país, dispuestos a contar en directo lo que estaba pasando, donde estuviera pasando.
Trabajar con Ricardo era asumir un reto diario. Sacar adelante una emisión nacional con más de un centenar de personas conectadas en tiempo real, llegar a rincones insólitos, captar las imágenes más significativas de los hechos, y hacerlo con frescura, con agilidad, con humanidad. Y no era solo la ambición del proyecto, era también la magia del equipo. Ese grupo con el que vivíamos jornadas maratonianas, con el estrés disparado pero también con una sonrisa constante. A día de hoy, muchos de esos compañeros siguen siendo mis amigos. Porque el vínculo que se crea en ese tipo de experiencias solo se forja bajo presión, pero también bajo una dirección generosa y apasionada como la de Ricardo.
Su huella está también en la comunidad de profesionales que crecieron en sus programas. Gente que hoy llena los prime time y conduce los espacios más relevantes de la televisión nacional: Roberto Leal, José Yélamo, y tantos otros que aprendieron en sus redacciones lo que significa mirar una noticia con ojos de ciudadano, contarla con rigor y emoción, y no olvidarse nunca de que el espectador es el que importa. Para muchos, Ricardo fue su gran maestro.
Ahora nos toca hablar de él en pasado. Y cuesta. Porque fue mucho más que un creador de formatos. Fue un agitador de conciencias en la televisión pública. Un defensor del servicio público sin perder nunca de vista la necesidad de emocionar. Un revolucionario que puso a correr a las privadas con recursos infinitamente menores. Y aún así, durante muchos años, salió victorioso.
En el equipo de España Directo le colocamos en la corona. Lo sabíamos entonces y lo sabemos ahora. Esta es, sin duda, la noticia que nunca querríamos contar.