“El fuego se tragó mi aldea y la de mis antepasados sin que nadie hiciera nada”

San Vicente de Leira, en Ourense, desapareció devorada por el fuego. Pese a las llamadas de auxilio, no llegó ninguna ayuda. Es el punto negro del peor incendio sufrido en la historia de Galicia

Una vecina entre las casas calcinadas de la aldea de San Vicente, este lunes en Vilamartín de Valdeorras (Ourense).
EFE/ Brais Lorenzo

“A continuación os muestro los últimos momentos de la aldea de San Vicente de Leira”. Con la voz entrecortada y ante la mirada desolada de su madre, Magdalena Nogueira lo graba todo. Cómo los cerca el fuego y cómo apenas pueden hacer nada más que mirarlo impotentes. “Ningún tipo de bomberos ni motobombas, hidroaviones o helicópteros. Absolutamente nadie, después de cuatro llamadas a Protección Civil”, denuncia. Lo cuenta sin saber quién podrá ver y escuchar esta grabación, ni cuál será el desenlace. Pero consciente de que por delante les quedan horas de combate a la desesperada con el fuego. “Mi padre y yo fuimos de los últimos en irnos. Nos dio tiempo a coger algunas cosas, como documentación y fotografías familiares, algo de ropa…”. A sus tres gatos no los ha vuelto a ver.

El humo lo inundaba todo. Recuerda un sonido atronador, “un ruido que no habíamos escuchado nunca, como un avión al despegar en Barajas”. Y lo impetuoso de su último gesto al notar el aliento de las llamas: “Antes de subirnos al coche humedecí las paredes de la casa de mis padres”. En la que vivió su niñez hasta los 16 años que marchó fuera a estudiar. Aunque siempre vuelve. Esta vez el 10 de agosto, seis días antes de que San Vicente de Leira se convirtiera en ruinas.

“Por la noche se quedaron José y Jaime, que sobrevivieron de absoluto milagro. Porque lo que vivimos desde las cuatro a las seis de la tarde fue terrorífico. En dos horas, el fuego avanzó más que en las doce horas anteriores”. Ella misma percibió el viraje del viento, que desencadenaría la voracidad posterior del incendio: “Noté mucho viento del oeste. Ahí ya dije: mal asunto”. Una fatídica premonición para alguien que conoce bien la comarca, acostumbrada al sonido de los helicópteros en cuanto empezaba el calor: “Era la sintonía de todos los veranos, pero con la virulencia y el tamaño de las llamas nunca lo había visto hasta ahora. También es la primera vez que no mandaron operativo”, recalca.

Pese a ser consciente de la situación que se vive en todo Ourense, arrasado de oeste a este en tan sólo seis días y con nueve focos en activo en algunos momentos. Al cierre de esta edición, la Xunta confirma las más de 20.000 hectáreas calcinadas por el foco de Larouco, que afectó a San Vicente de Leira. En total, superan las 75.000 en la provincia. Y se asume que serán más.

Vista de viviendas ardiendo en la aldea de San Vicente, este lunes en Vilamartín de Valdeorras (Ourense).
EFE/ Brais Lorenzo

Las secuencias de esos minutos previos a que el fuego alcanzase la aldea y la devorase casi al completo son la crónica de una muerte anunciada. “Lo grabé todo porque pensaba que nadie nos creería o pensaría que exageramos sin motivo”, confiesa Magdalena. “Esto ha sido un asesinato”, zanja Secundino, mientras recorre aferrado al brazo de su mujer el pueblo en el que nació y donde conservaba una casa después de mudarse a Barcelona. Con los ojos vidriosos señala un montículo de ruinas y cenizas. Uno de tantos en San Vicente de Leira: “Esa es la casa de un señor que tenía gallinas, que allá guardaba los tractores y sus herramientas… No queda prácticamente nada”. Apenas consigue contener las lágrimas.

En cambio, Magdalena hoy está más serena. Se guarda para ella los vídeos del mayor espanto. Literalmente, tiene grabado a fuego en la memoria todo lo vivido desde que el viernes se pusieron en alerta ante la presencia del fuego. Pese a las décadas de diferencia con Secundino, su niñez está marcada por ese valle en la comarca de Valdeorras, con sus castaños centenarios -ahora calcinados- y sus paredes de pizarra. La mayoría de las casas, como la de sus abuelos, la levantaron ellos mismos piedra sobre piedra. “Mis padres han perdido su casa de toda la vida. Un siglo de historia. La compró mi abuelo con el dinero que consiguió cuando emigró a Suiza en los años 60”. Hoy está irrecuperable. Del medio centenar de construcciones, aguantan en pie las que estaban lejos de pinares o tenían alrededor zonas de cultivo.

El último censo oficial de 2023 contabilizaba 52 vecinos. Pero entre los parroquianos, la mayoría jubilados, redondean sobre la cuarentena. La población siempre crece por estas fechas, como toda la España vaciada. En los vídeos que grabó Magdalena se ve a jóvenes que también intentaron colaborar hasta lo imposible, desde que la campanas tañeron a las tres y media de la tarde del sábado, alertando del peligro inminente sobre la aldea. Para entonces, en el 112 habían recibido cuatro llamadas de Magdalena: “Fueron muy amables”, concede indulgente, “pero me preguntaron a qué distancia estaba el fuego. Si estaba a menos de 100 metros de las casas. De haber sido así, ahora mismo no lo estaría contando”. Guarda silencio.

Esta vez se salvaron de milagro. Consiguieron escapar monte a través, por una pista de emergencia habilitada a finales de 2024. Su existencia esconde otro lamentable abandono que arrastran en el pueblo desde hace tres décadas. El de un pasado marcado por la explotación de la zona por parte de empresas pizarreras que operan desde hace más de 50 años. “Ha sido un pueblo muy maltratado. De hecho, la carretera actual se cayó por las labores de explotación minera en el año 2000 por parte de una empresa que trabajaba en el valle”.

La vetaron, pero en 2011 recibió de nuevo el beneplácito de la Diputación de Ourense y la Dirección General de Minas. “Sin informar a los vecinos”, recalca una Magdalena disconforme con la actitud de una aldea acostumbrada a ceder. “Poco combativos”, define. Y, al igual que esa carretera que como tal nunca recuperaron tras colapsar definitivamente en 2022, el camino que les queda por delante es complicado. “Por ahora seguimos más centrados en sobrevivir”, apunta. Pues son demasiados los que lo han perdido todo. “Para mis padres es un duelo traumático”. En shock, tienen aun así la intención de volver a reconstruir su hogar. “No hay manera de sacarles de allí”, reconoce, sabedora de que recuperar San Vicente de Leira es un objetivo común. “Pero ya no será el mismo”, lamenta la mujer que lo grabó todo con  un fin: “Para que se conozca el final de lo que era un pueblo”.

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