Opinión

Algo suyo se quema

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Los niños de mi época, ya todos entrados en los sesenta, con el pelo blanco, con el cabello teñido o con la calva generosa, recordarán aquellos anuncios que llevaban por lema “cuando el monte se quema, algo suyo se quema”. He buceado en los archivos de internet para encontrar que la primera campaña data de 1962. El Gobierno de Franco, ya sensibilizado por aquellos incendios que atemorizaban a la España rural, creó la figura protagonista del conejo Fidel, un abnegado guarda forestal que apagaba todos los focos provocados por esa fea costumbre de tirar las colillas por las ventanillas del coche o de alumbrar una fogata en medio del bosque o de una imprudente quema de rastrojos. El anuncio lo firmaba la Dirección General de Montes, responsable único, pues en aquellos años grises no había dudas con las dichosas competencias. Luego, años después, el dibujante El Perich añadió la coletilla de “…señor conde”, que tanta fortuna hizo en la España de las barras de bar.

En mí ya dilatada vida profesional, durante una inolvidable época, me cayó la responsabilidad de dirigir la comunicación del INFOCA, el plan de lucha contra incendios de la Junta de Andalucía. Eran los primeros años noventa y los montes ardían que daba gusto. Vivía asustado, pegado a uno de aquellos motorola, que eran como un ladrillo, pues en cualquier momento se desataba un fuego y teníamos que informar a diestro y siniestro. Los fuegos son un incendio para la gente de comunicación. De mis admirados ingenieros forestales aprendí el aserto de que los incendios se apagan en invierno, con la silvicultura y la limpieza del campo. Luego, cuando se desata el fuego, sopla el viento y se va de copas son muy difíciles de controlar. Pero esa lección, que todo el mundo sabe, resulta muy difícil de aplicar.

En esta España de hoy ya no queda ni el conejo Fidel ni el conde de El Perich, casi ni la Dirección General de Montes, pero los bosques se siguen quemando como si no hubiera mañana. El impacto económico es enorme y repercute directamente en nuestros bolsillos. Pero es un fenómeno estacional. De la noticia del verano, con la ola de sensibilización, de preocupación nacional de solidaridad con afectados, de indignación por los bajos sueldos de los bomberos, se pasa al olvido en cuanto baja la temperatura y vienen las primeras lluvias.

En esta España en llamas, se ha superado la cifra de 50 incendios con una superficie quemada que se acercará a las 500.000 hectáreas. Este 2025 quedará en los registros como un año de récord, sólo comparable al devastador de 1994, cuando se quemaron 437.000 hectáreas.

No cabe duda de que los costes son muy elevados, aunque no es fácil dar con la cifra precisa. Vemos costes directos derivados de la extinción y la prevención, las infraestructuras perjudicadas y la pérdida de recursos forestales. Pero también los hay indirectos por el impacto en actividades económicas como la agricultura, la ganadería o el turismo, la pérdida de biodiversidad o la atención a los afectados. Existen también una serie de costes derivados de la reforestación y la restauración, así como de la merma del valor de los terrenos. Y, por último, unos costes ambientales por la emisión de gases contaminantes o la erosión del suelo.

Un informe de la Unión Europea de 2022 señalaba el impacto económico en un 4,5% del PIB, lo que equivale a unos 70.000 millones de euros sumados todos los conceptos como pérdidas directas, reducción de actividad económica y recuperación. La cifra es muy elevada y varía según las fuentes.

La Asociación Nacional de Empresas Forestales estima un coste medio de 19.000 euros por hectárea para la extinción del incendio, considerando recursos aéreos y terrestres. Otras fuentes, como la Agencia Forestal de Navarra, hablan de 10.000 o, incluso, de 6.000, según la Junta de Castilla y León. Vaya usted a saber. Pero, en cualquier caso, estaríamos hablando de una horquilla entre los 4.000 y los 10.000 millones de euros para un año tan tórrido como el actual.

España dispone de una vasta superficie forestal de más de 28 millones de hectáreas, lo que representa más del 55% del total del territorio nacional. Es, por tanto, el segundo país con mayor superficie forestal de la Unión Europea, detrás de Suecia. Esta superficie se divide en 18 millones de hectáreas de bosque arbolado y 10 millones de matorral o pastizal.

La prevención invernal de los incendios cuesta entre 120 y 500 euros por hectárea, incluyendo las labores de quema, pastoreo, cortafuegos y vigilancia. Greenpeace indica que una inversión de 1.000 millones en prevención ahorraría 99.000 en extinción sobre una superficie de 10 millones de hectáreas, similar a la de Portugal o de Andalucía. Se podría decir que cada euro invertido en prevención ahorraría entre 6 y 10 euros en extinción y recuperación. Un reciente informe del Tribunal de Cuentas Europeo señalaba que España invertía 221 millones de euros en prevención y preparación, frente a los 615 de Portugal y los 837 de Grecia, lo que a todas luces parece insuficiente. Eurostat ha publicado otro informe con una cierta perspectiva histórica. Indica que España y Portugal son los países que sufren mayor número de incendios. En el caso español, dedica el 0,4% del gasto público a prevención, lo que sería una cifra inferior a los 3.000 millones de euros, por debajo del 0,5% de la Unión Europea. En cuanto a efectivos, establece que nuestro país cuenta con 22.000 bomberos forestales, un 0,18% de todos los trabajadores del país, siendo una proporción modesta en el entorno europeo.

El impacto en la ganadería y la agricultura se estima en unos 600 millones de euros. En el turismo es enorme, por cancelaciones y pérdidas de actividad. Por tanto, no le faltaba razón al conejo Fidel cuando decía aquello de que “algo suyo se quema”. Pero ya no se le quema al conde, se le quema al país y, sobre todo, a esa pobre gente que cada verano vive angustiada ante la posibilidad de perder su casa, sus pastos, su hábitat. Nuestra clase dirigente, tan numerosa y repartida por la Administración central, la autonómica y la municipal, algo debería hacer en invierno para que no pasen estas cosas en verano.

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