Opinión

Chapu resucita a Krahe en el templo de Baal

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Una bruma densa y misteriosa, como de cuento de Poe, rodea la etimología del adjetivo gilipollas. Se cuenta, en general, que el término se remonta al siglo XVII: el fiscal del Consejo de Hacienda durante el reinado de Felipe III, don Baltasar Gil Imón de la Mota, acudía a los saraos acompañado de sus dos o tres hijas –el relato varía según el evangelista–, unos bichos de la patata más feas que “Modrić mojado” (Comandante Lara) a las que el buen hombre intentaba emparejar desesperadamente. “Ya están aquí Gil y sus pollas”, decían, con mala follá patria, quienes los divisaban.

Sin embargo, la Fundéu señala que el vocablo es mucho más moderno y que deriva de gilí, préstamo derivado del caló jilí, que significa estúpido o necio, combinado con polla, sustantivo sobre el que Leonardo Dantés –por poco escribo Leonard Cohen, me cago en la leche– cantó en su hit “Tiene nombres mil”. “Para formar”, detalla la propia Fundación del Español Urgente, “una expresión del mismo estilo que tonto de la polla”.

En su primer álbum, Javier Krahe incluyó una versión libérrima de una canción del cantautor francés Georges Brassens, Marinette. La del español respondía al nombre de Marieta, y era una pieza habitual en sus conciertos de La Mandrágora. En mayo del 81, la interpretó, en horario de máxima audiencia, en el programa de Fernando García Tola, Si yo fuera presidente. La centralita de TVE fue colapsada por una legión de espectadores indignados. Razón: desde que fuera a rondarle hasta que lúgubre corriera al funeral de Marieta, Krahe pronunciaba hasta doce veces la palabra “gilipollas”. Y, claro, nuestras Helen Lovejoy pusieron sus grititos meapilescos en el cielo.

El pasado miércoles, mi amigo Chapu Apaolaza (San Sebastián, 1976), el periodista que descubrió que Pamplona se inspiró en Creta, quien defiende que “los toros son la muralla para que las huestes no entren en la ciudad, la última frontera, las Termópilas”, participó en la tertulia política de Mañaneros 360, el ecuánime, guiño, guiño, magacín matutino de TVE que comanda Javier Ruiz. El gallardo Apaolaza lidió en Las Ventas del sanchismo con los trasuntos socialperiodistas –le birlo la idea a Leire Díez: “Se puede ser socialista y periodista”– de Islero y Avispado. En cuanto el columnista de ABC osaba criticar el quilombo nacional, los miuras embestían buscando la femoral.

En estas, ponen en Mañaneros 360 el comentario del alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, sobre la farsa protagonizada por la fontanera Díez y Víctor de Aldama, pocas horas antes, en el Hotel Novotel de Madrid: “Nos toman por gilipollas, que, por cierto, es un término que está en el DRAE”. Entonces, Chapu resucitó el espíritu de Krahe: “Me siento gilipollas cuando vemos unas grabaciones como las que hemos visto y me vienen a decir en una rueda de prensa que eso era un reportaje de investigación. Y que no estaba reportando a un partido cuando le estaba entregando esa información a ese partido”. En menos de dos minutos y medio, en TVE se dijo once veces la palabra “gilipollas”. Por poco empatan.

“Señor Almeida”, continuaba el periodista, “yo me siento gilipollas”. Antón Losada, Cujo galaico gubernamental, intentaba hacerse el gracioso: “Ya puedes formar un club”. En pleno follón, Marta Nebot: “Es porque se siente así, como dice”. Chapu le pedía explicaciones, la tertuliana saltaba con un “te lo dices tú solo” y, al instante, el contertulio vasco, harto de que le faltaran el respeto, se daba el piro. Ruiz, mientras tanto, en plan digno: “Es el templo de la palabra y el templo del respeto”. Yo diría que TVE, más bien, es un cover progresista y ecosostenible el Tofet de Cartago, aquel templo dedicado a Baal Hammon y a Tanit en el que se sacrificaba a niños en masa, pero bueno, todo el mundo tiene su opinión y esas cosas. Lo que me jode es sufragar semejante mojón. Con perdón.

Y ole por Chapu.

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