Opinión

Por ellas

Mujeres unidas María Dabán
Actualizado: h
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Esta columna va por ellas. Por todas esas mujeres anónimas cuyas historias nunca salieron en un periódico, pero que, desde su anonimato, fueron grandes. Directa o indirectamente sus historias fueron llegando hasta mí, y hoy quiero rendirles este pequeño homenaje.

Historias como la de Carmen, que trabajaba de sol a sol para ganar un jornal que se gastaba su marido en la taberna en cuanto ella lo recibía, ajeno a las bocas que alimentar que le esperaban en casa. Carmen llegó a dar luz en la escalera de la casa donde servía. Así, como si tal cosa. Cuando, años después, se quedó viuda y le preguntaban por ese hombre, ella solía responder con una frase que había escuchado a una amiga: “bien envuelto está el cardo”.

Historias como la de Petra, que formaba parte de una familia de ocho hermanos que se veía obligada a cambiar de casa cada año porque su padre no pagaba el alquiler. En la mudanza, llevaban una silla cada uno, y una cómoda que solo llenaban hasta la mitad, porque nada tenían. Desde muy joven se puso a servir en una casa. El señor tosía mucho, y nadie se acercaba, excepto Petra, a la que le tocaba lavar los pañuelos manchados de sangre de ese hombre que padecía tuberculosis. Nadie nunca se lo contó, pero su instinto le dijo que debía salir de allí, y así lo hizo.

Historias como la de Francisca, que contaba, como si tal cosa, que, cuando iba a lavar al río, lavaba también en ese momento su ropa interior, y se la ponía. Tiempo después, se fue a Australia con su marido, un buen hombre, esta vez sí, y volvió, después de años de durísimo trabajo, sin saber apenas inglés, con algo de dinero, un pequeño canguro disecado, y muchos relatos de su vida en las Antípodas. Como que a las vacas había que hablarles en inglés para que te hicieran caso. “Come on, come on”, “y venían, ¿eh?”

Historias como la de Juana, a la que la guerra le arrebató a su marido y a sus tres hijos, y que veía pasar la vida desde la ventana de su casa repitiendo siempre que en Dios no creía, pero que en San Antonio tenía puesta toda su fe.

Historias como la de Pilar, cuya familia le prohibió casarse con el hombre al que quería, un pariente lejano suyo, porque a oídos de alguien, había llegado el rumor, nunca confirmado, de que él había tenido un hijo en Filipinas. Sus hermanos y sus cuñados la sentenciaron a vivir una vida de forzada soltería, pero nunca olvidó a ese amor. Pasados los años, a algunas personas a las que apreciaba acabó enseñándoles su pequeño secreto: una foto de los dos sentados en un banco, que ocultaba detrás de un cuadro de su casa, y que guardó como un tesoro hasta su muerte.

En una entrevista televisiva, Michael Caine contaba cómo, un día que estaban ensayando una obra, no pudo salir a escena porque una silla bloqueaba un poco la puerta por la que tenían que salir. El director le dijo entonces: “use the difficult”, usa la dificultad. “Si la obra es un drama, rómpela; si es una comedia, haz como que te tropiezas en ella”. Y esa ha sido a partir, de entonces, decía Caine, la máxima que ha regido su vida. Esa y una más, aseguraba entre risas: “si puedes, evita esa dificultad”. Petra, Juana, Carmen, Francisca, Pilar y tantas otras no pudieron evitar la dificultad, pero la usaron para hacer más fácil la vida de los demás. Por eso, hoy, va por ellas.