Cinco horas de comparecencia en el Senado en una comisión de investigación que Pedro Sánchez calificó de “circo” exigían de su parte algún atrezo. Y no defraudó. Consiguió que sus gafas modelo retro de Dior, a la venta por unos 300 euros, cobrasen vida para ayudarle en su doble propósito de dominar la situación y ser halagado.
Ni una cosa ni la otra. Juguetear con ellas como hizo en varias ocasiones podría haber resultado un gesto coqueto si las manos no le hubiesen temblado. Una vez que toda la atención estaba puesta más en las gafas que en sus palabras, las patillas le traicionaron y delataron su nerviosismo. Será por eso que dicen que bajo el traje del vanidoso asoma un alma débil.
Paz Herrera, asesora de imagen, reconoce que pudo estar acertado en su intención de ganar confianza a través de la apariencia. “Más allá de ser un accesorio funcional, las gafas tienen un enorme potencial estético. Su montura retro suavizaba sus facciones y le daban un aire fashion. Pero no podemos pensar que era casual, sino una maniobra de distracción muy clara en un momento de máxima tensión política. ¿Lo consiguió? Basta con reparar en los titulares y tiempos de tertulia centrados en ello”.

Como el boli de Pablo Iglesias
A Manuel Sevillano, asesor de imagen, las gafas de Sánchez le traen a la memoria el bolígrafo de Pablo Iglesias como amuleto tranquilizador. “Es algo parecido. A primera vista y dado el tipo de comparecencia, se puede aconsejar el uso de algún objeto que se pueda tener en las manos aumentando la seguridad que estos gestos generan en las personas. La elección sorprende y, como hemos visto, puede generar un interés paralelo y convertirse en mecanismo de distracción para los observadores. Estos gestos, que podrían parecer fuera de tono desde el punto de vista de la imagen, son más que estudiados para producir o generar distracción y sacar de contexto al compareciente”.
El hecho de que el amuleto apaciguador escogido sean unas gafas es revelador. “Son un elemento con mucha fuerza. Aportan mucha personalidad al rostro y cambia su fisonomía. Es evidente que necesitaba generar ese impacto en un momento así. La comunicación se ha vuelto muy visual e influenciable desde este punto de vista”, añade Herrera.
Sevillano recuerda el caso de Trinidad Jiménez, también del PSOE, y su famosa chaqueta de cuero (de una marca de lujo): “Le hizo la campaña electoral gratis por la polémica suscitada. Por tanto, es un uso de objetos perfectamente estudiado para producir un efecto determinado. Esto pude estudiarlo en seminarios de dirección de campañas electorales en la Universidad George Washington y es muy utilizado en Estados Unidos desde hace años para abaratar las campañas”.
El efecto Feijòo
Herrera realza ese cuidado de la imagen cada vez más meticuloso de los políticos. “Alberto Núñez Feijòo, al contrario que Sánchez, ha prescindido de las gafas y el resultado es positivo. Su aspecto es ahora más juvenil y actual. También con su nuevo peinado, además de ganar atractivo, transmite un mensaje de apertura”.

De la comunicación verbal del presidente Sánchez lo sabemos casi todo. Distinguimos si su sonrisa es falsa o genuina, si su mirada irradia repulsión o ira, si sus manos delatan miedo o seguridad o si su postura expresa apertura o blindaje en sí mismo. El juego del parpadeo y de la mandíbula, que tanta información revela, también nos resulta familiar. Esta vez no tenía la mínima intención de escuchar ni de ser escuchado, sino confirmar su estatus, y necesitaba un elemento nuevo para conseguir una nueva primera impresión beneficiosa. Un efecto ¡wow! Y buscó aliado en las gafas.
Tratándose de su hermano y su esposa, el presidente habría sorprendido más a sus señorías comunicando alguna emoción. Los antiguos lo conseguían dilatando sus pupilas mediante la belladona, una planta venenosa que tomaban las mujeres para parecer más hermosas y algunos hombres para despertar afecto, ya que, de manera natural, en ellos la dilatación pupilar solo se produce al observar la imagen de una mujer hermosa.
Sánchez quiso que su discurso se centrase en el lenguaje no verbal y escogió la atención en los ojos, pero sin apasionamiento y sin reparar en que este tipo de comunicación acaba siendo más incontrolable que las palabras. Por tanto, más creíble. En el saludo con Donald Trump ya demostró su dificultad para fingir alegría u otro signo de comodidad mientras le estrechaba la mano, a pesar de su sonrisa.

“La cuestión final -se pregunta Sevillano- es de qué estamos hablando”. Pero, sin quererlo, Sánchez expresó en el Senada más de allá de sus palabras. El temblor de sus manos, la teatralidad con la que convirtió las lentes en escudo, revelaron que la seducción también tiene sus contratiempos. Tratando de recuperar el control, el presidente buscó después abrigo en las redes: “Lo de las gafas”, escribió en X.



