¡Ay, las abuelas! Cocinan rico y saludable, pero ¿es necesario llenar tanto el plato?; y sí, los nietos tomaron bizcocho cubierto de chocolate para merendar, en contra de la orden estricta de los padres. Primero, porque, ya que están, hacen lo que les viene en gana. Y segundo, porque todavía hay algunas que siguen viendo huesos en la delgadez y salud en la obesidad. Por un motivo u otro, su puchero siempre estará lleno. Para cada dolor, un remedio infalible, aunque sea agua con limón; para cada momento, un refrán.
Una abuela todo lo hace bien. Cuenta cuentos, canta, plancha, cose, saca al parque, lleva y trae al cole, mantiene a la familia unida, transmite la historia familiar, asiste a las graduaciones, da consejos, guarda billetes a escondidas en el bolsillo del niño y es tan previsora que, antes de que llueva, tiene el paraguas a punto. Ama sin condiciones ni horarios. Y haga lo que haga su nieto, siempre será el mejor, el más guapo, el más listo y el más salado. ¡La autoestima con la cabeza bien alta! Así salen algunos, sin necesidad de abuela que les recuerden todas esas lindezas.
Las abuelas en España son así. ¿Como todas? Si comparamos con nuestras vecinas europeas, no. Podemos empezar con el nivel de implicación. Más de un tercio -el 35 %- de los mayores de 65 años en nuestro país cuida a sus nietos al menos varios días por semana, según datos de Eurostat. Unas 16 horas semanales, precisa una encuesta de Eurofound. Muy por encima de la media en la Unión Europa, que está en el 14,9%. Nuestros vecinos franceses, por ejemplo, se quedan en el 13% y los alemanes en un 15%.

En cualquier caso, si a alguien hay que sacarle los colores es a nuestros políticos, que no acaban de entender la conciliación familiar o las condiciones económicas idóneas para que el rol del abuelo se limite a un intercambio de cariño. Un informe de Aldeas Infantiles SOS pone en valor la crianza de los nietos, cada vez más patente y protagonista. “En muchas familias el tiempo e, incluso, el apoyo económico de los abuelos resulta un sólido pilar, en una sociedad en la que el ritmo de trabajo invade todos los espacios de la vida y la conciliación laboral pertenece, casi siempre, al ámbito de la fantasía”, informa.
No es solo el tiempo, sino, sobre todo, el apoyo logístico, emocional y, a menudo, económico. Todo este preámbulo viene a cuento por el impacto de una escena que, al parecer, resulta de lo más habitual. Una abuela de unos 70 años, que cuidaba en el parque a sus dos nietas de muy corta edad, fue sorprendida por su nuera –¡ay, las nueras!-, dándole a una de las niñas trocitos de plátano con las manos mientras ayudaba a la otra a construir una casita en la arena.
Eran las seis de la tarde y la buena mujer había cumplido religiosamente su rutina desde las siete de la mañana: desplazarse desde su casa, levantar a las pequeñas, cole, vuelta a las cinco de la tarde, merienda, parque, juegos, ternura y una paciencia infinita. A cambio, el exabrupto que se escuchó hasta varios metros más allá: “¿No puedes usar un tenedor para dar el plátano a mi hija?” No le faltaría razón a la nuera, pero ¿quién debe poner los límites? El equilibrio entre lo que las abuelas consideran una crianza sabia, “de toda la vida”, y el de los más jóvenes, que llegan a la paternidad con un buen puñado de verdades modernas y poco tiempo para aplicarlas, es cada vez más complicado.
Según el último Barómetro UDP, el 46,8 % de los abuelos cuidadores dice que la decisión de ocuparse de los nietos es tomada de forma conjunta con sus hijos, pero un 30,8 % reconoce que son habitualmente los hijos los que deciden cuándo y cómo. En el informe de Aldeas Infantiles, Francisco Muñoz, presidente de la Asociación de Abuelos de España, compara su papel con la alerta de los aviones para un despegue de emergencia. No obstante, admite que el contrato que une a los abuelos con su nieto es el máximo que puede existir: “el cariño que nos une y esto no tiene límite”.
Muñoz opina que los niveles de estrés de los padres y la presencia continua de los abuelos, que, en su ausencia, deben cubrir buena parte de la crianza, es motivo frecuente de roces y desacuerdos en cuanto a límites y autoridad. El asunto va más allá de una tensión entre adultos. Si unos y otros dan instrucciones contradictorias, ¿a quién deberían obedecer los niños? ¿A esa abuela que pasa la mayor parte del día con ellos a los padres? Hay situaciones que son insignificantes, pero en otras puede haber valores en juego.
La Organización Mundial de la Salud reconoce la presencia de los abuelos en la crianza como motivo de satisfacción personal para los mayores y mejor desarrollo cognitivo, emocional y social para los niños. Y para los padres, no nos engañemos, son una pieza fundamental en el engranaje familiar. ¿No vamos a ser capaces de poner un poco de sentido común? El investigador estadounidense Aaron Larsen, fundador de una plataforma con clases y conferencias para abuelos, cree que la mejor opción es ceder el paso a los padres, respetar sus límites y dejar de validar esa vieja visión de que los abuelos tienen derecho a malcriar a los nietos. “Sencillamente, no encaja con las nuevas generaciones”, advierte. Decididamente, si hay malestar, habrá que reformular los roles, revisar los límites y negociar los acuerdos más justos, teniendo en cuenta que el cariño no se mide por el sacrificio, sino por la calidad del vínculo.