Brillo y barro; admiración y lastre. Es la dualidad enloquecedora que transitan los raperos. Algunos de estos semidioses que mueven cifras, giras y fama desde lo más crudo de sus raíces callejeras, las mismas que inspiran sus letras de superación, dejan en este 2025 una estela incómoda: Sean “Diddy” Combs, condenado a varios años de prisión; los gemelos Ayax y Prok, acusados por más de cien mujeres en una cuenta de Instagram y señalado el primero de ellos por Fernando Costa en un beef de rap viral; Baby Gang, detenido en septiembre y acusado de tenencia ilegal de armas; o Morad, siempre en la cuerda floja.

Como ellos, muchos raperos triunfan atrapados en inercias tóxicas que dan una vuelta al guion de chicos malos. Juntos suman múltiples acusaciones de mujeres, a menudo menores de edad, que aseguran haber sido víctimas de violación, abusos sexuales, maltrato psicológico, otras formas de violencia u otros problemas.
Gallos de combate con fines sexuales
Son hombres que beben en exceso de esas batallas de gallos, afortunadamente ya extintos, en las que dos aves de combate compiten por ser escogidas como el mejor ejemplar con fines reproductivos. De hecho, sus performances son conocidas también como batallas de gallos o beef (carne de res), aunque hay quien lo llama deporte de caballeros. En este singular ring, Fernando Costa y Ayax, colegas hasta no hace demasiado tiempo, representan dos maneras distintas de ser hombre… o de parecerlo.
En su tema Te avisé, Costa cargó hace unos días contra Ayax sin pronunciar su nombre dejando constancia de presuntas agresiones sexuales que los gemelos perpetraron durante años hacía un grupo numeroso de mujeres. “Te avisé cuando pagaste para que esa piba retirara su denuncia del juzgado… las aislabas de todas sus amigas para manipularlas a tu voluntad, empezó como una fan, le pareció un buen plan”, dice su letra.

¿Hay autenticidad en esta tensión o el conflicto verbal es solo parte de un ritual en el que ambos se miden y marcan territorio? Lo que llega a la audiencia son masculinidades hegemónicas: rivalidad, orgullo, honor, dominio, respeto entendido desde el conflicto, fuerza verbal y callejera. En estas peleas de gallos no importan tanto los hechos que se relatan como quién encarna mejor el arquetipo de hombre duro e incorruptible. El enfado de dos hombres disputándose el espacio femenino es muy rentable en TikTok, X, Instagram… y más aún para la industria cinematográfica.
Un género catártico
El rap favorece la expresión creativa y sus letras pueden ser catárticas para quien las compone, pero tiene un problema de misoginia. Esto no es nuevo. Salvo excepciones, en sus temas la mujer suele ser tratada de una forma sexista y a veces brutal. El juicio contra Sean Combs plasmó que no es solo la música, sino su vida real. El rapero, absuelto de los cargos más graves, fue descrito como el líder de una empresa criminal que “utilizaba el poder, la violencia y el miedo para obtener lo que quería”.

Llama la atención el silencio. Sus colegas conocían sus “freak-offs”, “noches de hotel” o “noches de rey salvaje”, pero callaron. En este sentido, Fernando Costa es una rara avis teniendo en cuenta la escasez de artistas que denuncian lo que dicen conocer. La sensación es que impera el “laissez faire” (dejar hacer).
Hay miles de canciones de rap que no contienen ni una pizca de misoginia y hay también música rap fantástica escrita por mujeres, pero los puestos más altos del rap popular están plagados de canciones que cosifican y degradan a las mujeres. Glorifican la conquista sexual y ensalzan una versión de la masculinidad donde el valor se gana o se pierde según este tipo de hazañas.
El lenguaje es en estos casos grosero, dañino y atestado de estereotipos dañinos y peligrosos para las generaciones más jóvenes, que son las que consumen estos contenidos. Los algoritmos diseñados para maximizar la interacción priorizan el contenido más sensacionalista y provocador, garantizando que los ejemplos más extremos de misoginia y violencia reciban la mayor atención.
Impacto en el comportamiento
El resultado es un círculo vicioso donde el contenido dañino no solo se escucha, sino que se celebra y se imita. Hay investigación que muestra el impacto de la música agresiva y cómo escuchar canciones con letras violentas incrementa la hostilidad, los pensamientos agresivos y el malestar emocional. Un estudio reciente observó que los participantes masculinos que escucharon letras de canciones misóginas recordaron más atributos negativos de las mujeres y reportaron más sentimientos de venganza que cuando escucharon letras de canciones neutrales. Además, las letras de canciones que odiaban a los hombres tuvieron un efecto similar en las respuestas relacionadas con la agresión de las participantes femeninas hacia los hombres.

En las últimas décadas, la música con letras violentas y un tono musical agresivo se ha vuelto más accesible, popular y habitual. Para muchas personas, es como un fondo de pantalla, presente constantemente en sus vidas. No obstante, la asociación entre determinados tipos de música o letras y el comportamiento agresivo y el mayor consumo de drogas no prueban que la música sea causa directa, sino que hay muchas variables sociales. Sería muy arriesgado concluir que escuchar una letra misógina o violenta de rap te vuelve misógino o violento.
El muro de Instagram de Granada, con 104 testimonios anónimos, y el relato de tantas mujeres vinculadas al rap en otros países que han denunciado que no se atrevían a hablar por miedo a perder oportunidades, sufrir linchamiento en redes o ganar fama de conflictivas son suficientes para exigir una revisión crítica y ética. No es censurar el género, sino romper con ciertas masculinidades tóxicas tradicionalmente asociadas a él y aplicar la misma sacudida que supuso el Me Too para el cine.


