Generación conectada
Phil González
Actualizado: h
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Vivir rodeadas de tecnología… pero solas

Mujer en una cena de Navidad.
ChatGPT

Diciembre es un mes que no deja a nadie ileso. Las calles se llenan de luces, las oficinas se atascan con reuniones de última hora. De lo que más se habla es de la logística de celebraciones y cenas. Entre familia y amigos, en nuestra agenda no cabe ya ni un solo compromiso. Y, sin embargo, cuando cae la noche fría y te lleva el Uber a casa, no te espera nadie ni nada.

Se alejan las emociones de la fiesta y las risas, y suena el silencio característico de los electrodomésticos de tu cocina. Una notificación en Instagram, de carácter algorítmico, te recuerda que tu amiga sigue de marcha y que la vida, en otro sitio, parece más divertida.

Nunca las mujeres habían estado tan conectadas. Nunca han confiado tanto la gestión de sus vínculos afectivos a plataformas diseñadas para dicha causa. En época de Navidad, todo adquiere unos tintes comunitarios, árboles brillando y belenes concurridos, pero para muchas, lo último que luce son las pantallas en la oscuridad de su cama.

Cuando la soledad ya no es una metáfora

Cada vez que quedo con alguna amiga, empezamos por hablar de trabajo, de planes diversos y acabamos con el mismo tema. “El mercado está fatal”. Una se va acostumbrando a la soltería y, finalmente, decreta que se está mejor sola.

Mis amigas se desahogan, pero los estudios lo avalan. La Organización Mundial de la Salud advierte que no es solo cosa de féminas, sino que una de cada seis personas en el mundo se siente sola. En Europa, una parte muy relevante de la población reconoce sentirse así al menos parte del tiempo, y no hablamos de casos extremos, sino de una emoción que convive con el trabajo, una vida social aparentemente normal y otras rutinas.

Conviene distinguir dos realidades que a menudo se confunden: la soledad no deseada, que es una experiencia emocional de carencia y desconexión, y la decisión consciente de vivir sola, que para muchas mujeres es una elección, no una renuncia. Ambas pueden coexistir, pero no significan lo mismo.

En nuestro país, los estudios sobre soledad no deseada señalan patrones relevantes. Aunque sentirse solo no es cosa de un único género, las mujeres reportan con frecuencia mayores niveles de soledad que los hombres.

“Al final, me he acostumbrado a esto de vivir sola, despertarme en calma, no sé si volvería a ser tan fácil en la convivencia”. La palabra, aunque se diga en tono bajito: soltería. En las mesas familiares, habitualmente diseñadas para acudir en pareja, no siempre es bien percibida.

Si tu realidad es esa, la Navidad te lo recordará, con un villancico de fondo, unas campanadas y la pregunta de tu cuñado que meterá la pata. ¿No será porque eres muy exigente o complicada?

Las razones detrás de la soltería

Un informe de Morgan Stanley estimó hace ya tiempo que para 2030, alrededor del 45% de las mujeres de entre 25 y 44 años serían solteras y sin hijos, un porcentaje que traerá transformaciones demográficas y sociales profundas.

No se trata de una crisis sentimental, sino de un cambio estructural. Según dicho informe, el aumento de la soltería femenina responde a una combinación de factores que redefinen las reglas.

La independencia económica es uno de los pilares de ese cambio en el sistema. Muchas mujeres ya no necesitan una pareja para sostener su proyecto de vida y eso convierte una relación en una elección. Ya no es una obligación como antaño.

A ello se suman carreras profesionales más exigentes, un mayor nivel educativo con ciclos universitarios más largos. No encuentran ya a hombres que respondan a sus criterios intelectuales, en un ecosistema cada vez más digital, que promete compatibilidad, pero fomenta una sustitución rápida.

El estudio también apunta a un cambio claro en las expectativas y ahí las redes también han tenido un gran impacto, idealizando las vidas de la gente que seguimos. Las apps de citas diseñadas para mantenernos buscando, no encontrando, donde el vínculo compite con la novedad constante, crean lazos afectivos más furtivos y frágiles.

Lo curioso es que, a toda tendencia, su contra tendencia. Según varios estudios, la generación Z es propensa a casarse y vivir en pareja. Algunos lo definirán como un refugio ante la incertidumbre, otros como seguir las modas marcadas por varios enlaces de famosos recientemente.

Mujer delante de un árbol de Navidad.
ChatGPT

Calendarios saturados y almas solitarias

En un país donde los hogares unipersonales crecen y donde una parte importante la conforman las mujeres, la escena se repite una y otra vez. Mujeres con vida laboral intensa, inmersas en grupos de mensajería y relaciones diarias a golpe de audios e instantáneas. Y, sin embargo, una sensación intermitente de vacío, especialmente en época de domingos y festivos. La soledad urbana no es un aislamiento absoluto, es una fragmentación temporal muy representativa.

No es casualidad. Varios estudios europeos subrayan que el uso intensivo de redes sociales aumenta precisamente en periodos de fiestas, cuando más se intensifica la comparación y la sensación de exclusión social.

El trabajo híbrido ha cambiado las reglas del juego urbano. Durante años, muchas relaciones se sostenían en el roce y fricción cotidiana. Las charlas de pasillo, en la máquina de café, surgían de forma improvisada. Hoy la digitalización del trabajo ofrece optimización de procesos, pero merma esos vínculos que sostenían la sensación de pertenencia a un proyecto. Cuando llegan las vacaciones y se rompe la rutina, ese frágil tejido emocional brilla por su ausencia.

La trampa de la hiperconexión

Tanta cena encadenada, compromiso social mantenido por inercia y conversación superficial sostenida por cortesía tiene una consecuencia que no es la soledad, sino agotamiento mental y una sensación de vacío vital.

La soledad contemporánea no nace de la falta de contacto, sino del exceso de conexión mal diseñada. No es casual que empiece a circular en publicaciones internacionales el término “volcel” (celibato voluntario) como una nueva forma de resistencia íntima: no contra el amor, sino contra un sistema de relaciones acelerado, comparativo y emocionalmente agotador.

La hiperconexión promete compañía constante, pero no garantiza ese sentimiento de pertenencia. Durante la época navideña, esa paradoja se intensifica. Anuncios de televisión que nos recuerdan una tierna infancia se entremezclan con melodías de dulces de toda la vida.

Nuestro ritmo de vida y los mensajes en WhatsApp se aceleran. No damos para tanta felicitación reenviada. El contacto es permanente, pero no es necesariamente un vínculo sólido el que genera. De hecho, a los pocos días y en Nochevieja, viene otra ola de interacciones que no fortalecen tampoco las relaciones.

Las plataformas han exacerbado nuestra disponibilidad, pero no consolidan la cercanía. Están pensadas para retener nuestra atención, no para sostener vínculos. Para mantenernos alertas y activos, no acompañados. Nuestro tiempo se fragmenta en gestionar microtareas y notificaciones a las cuales no podremos contestar en hora.

La tecnología no es el problema, sino su uso como sustituto del vínculo. Frente a la hiperconexión, la alternativa no es desconectar radicalmente, sino recuperar la continuidad de las relaciones más estables, más reales y duraderas.

Conversaciones que no dependan de la inmediatez, ni de una cita en una franja horaria determinada. Menos algoritmos y menos pantallas. Lo vamos a desear para el año que entra y con toda la fuerza. Quizá 2026 no vaya de apagar pantallas, sino de dejar de pedirles que sean las sustitutas a todo aquello que nos falta. Y nunca fue su promesa.

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