“Llegas a sentirte culpable por sobrevivir a tu asesino”

Miriam se hizo la muerta para que su exnovio dejara de torturarla. Sobrevivió, pero él no ha pagado un euro de la indemnización. Además, la (in)justicia tampoco le ha reconocido las secuelas

Miriam, superviviente de violencia doméstica, con su caballo

Tendida sobre la acera gris, con dos agentes a su lado, Miriam supo que lo había logrado. “Como una titana”. Así se siente al mirar la instantánea que le sacó un vecino cuando apenas le quedaba un aliento de vida. Lo había logrado. Pese al dolor, al temor absoluto de que su ex pudiera salirse con la suya y al pánico de que le hiciese también algo a su hijo de 12 años, allí estaba ella: viva. Esa fotografía se ha convertido en el comodín al que recurre cada vez que algo la supera y que, por comparación, resulta nimio con verse al borde de la muerte, como estuvo el 11 de marzo de 2020.

Fotografía de Miriam tomada por un vecino tras sobrevivir a su agresor

”El 11M es mi cumplevida”, recalca orgullosa. Cada año lo celebra con su hijo “y sobre todo por él”. No es un eufemismo. Ese día, a sus 37 años, Miriam Cabrera volvió a nacer. Antes debió enfrentarse a su asesino. Lo califica así, sin rebajar un ápice el calificativo. Para la justicia quedó en intento de asesinato, pero ella se refiere a las casi cuatro horas de pesadilla como “el momento en que estaba siendo asesinada, y no me lo podía creer”. Vio tal cantidad de sangre alrededor -perdió tres litros– que se dio por muerta. Pensó incluso en la tristeza de quienes sabía que llorarían su pérdida. Por supuesto, entre ellos no estaría su exnovio.

Miriam lo llama ‘el señor X’. No ha vuelto a mentarlo por su nombre (Santiago Moisés Walo) desde que la apuñaló, torturó y degolló cuando ella, harta de su comportamiento, le pidió que se fuera de casa. “Al minuto me clavó un cuchillo en el abdomen”. No lo vio venir. Tampoco los avisos de que estaba con un maltratador y un asesino en potencia. “Aún hoy, cuando miro atrás, me sorprendo de todos los neones encendidos que no supe ver”.

También explica el porqué. “Tenía estereotipado el maltrato al golpe, más que al control, los celos…”, y el aislamiento paulatino que también sufrió. Sumado al hecho de que ambos se conocían de la infancia y a que su relación de pareja apenas duró siete meses, más los dos que él se quedó bajo su techo porque no tenía dónde ir. No tenía trabajo. Una vez condenado se declaró insolvente, con lo que todavía no ha pagado un euro de los 40.000 que le fijaron de indemnización, sumados a los 18 años y seis meses en prisión. Aunque eso llegaría después. Antes, en palabras de Miriam, la asesinó.

Fue el día en que ella descubrió que había solicitado préstamos a su nombre. De inmediato, lo echó de su casa en Icod de los Vinos, Tenerife, sin saber que acababa de firmar su sentencia de muerte. A la primera puñalada le siguió otra una hora y media después, con él repitiendo a cada rato que su intención era verla morir. La tortura se prolongó dos horas más. Cuando ella estuvo a punto de llamar al 112, le quitó el móvil; al comprobar que ella se revolvía, la obligó a ingerir 19 diazepanes; y en el intento de ella por cambiar de postura, él se prestó a colocarla boca arriba con el único fin de poder degollarla mejor. Por suerte, el corte de quince centímetros en la yugular no dañó ningún punto vital. Pero él no fue consciente. Creyendo que había conseguido matarla, la golpeó para confirmar que no se movía, y la dejó moribunda, desangrándose. Miriam se hizo la muerta.

“Exhausta es poco”, resume al recordar los 25 minutos siguientes en los que hizo lo imposible por salir del tercer piso en el que vivía y tocar la calle. Su objetivo era que alguien la encontrase antes de que llegara su hijo a casa o que su asesino pudiera escapar de la isla. “Recuerdo cómo se me resbalaban los pestillos por la sangre”. Y cómo bajó rodando, escaleras abajo, planta a planta, taponando las heridas para que no se le salieran las vísceras. Sólo quería cerrar los ojos y morir de puro agotamiento. Hasta que alcanzó la acera in extremis, como retrata la foto que tiene de auténtica titana. La médica que la atendió cifró en dos escasos minutos lo que le quedaba de vida.

Al mes, en plena pandemia, despertó del coma. Su asesino se había entregado la misma noche del crimen, gracias al cerco de la Guardia Civil. Por delante, a Miriam le quedaban 167 días de curas, operaciones y dolores, más todas las secuelas que la justicia no le ha reconocido aún: cansancio crónico, trombos, intervenciones posteriores, un pulmón afectado, más el tratamiento psiquiátrico. “No puedo hacer fuerza ni movimientos bruscos. Ni siquiera puedo abrocharme sola los tenis”. Impotente, llegó a pedir ayuda al Defensor del Pueblo, porque judicialmente no ha conseguido que le reconozcan la incapacidad de haber tenido incluso que colocarse una malla intradérmica porque su exnovio la agujereó el abdomen. Con 42 años, su vida no sería la misma sin ‘el señor X’: “No pido un chalet en la playa. Mi idea no es vivir de una pensión”, aclara sin que en realidad hiciera falta, “pero ahora mismo no puedo ni limpiar casas”.

El abdomen de Miriam tras el intento de asesinato a manos de su expareja

Está terminando la carrera de Derecho, que interrumpió para enfrentarse a la muerte. Y da gracias a su madre por hacerle de sostén. “Sin ella no habría podido pagar la hipoteca ni el seguro del coche”. No se lo han puesto fácil. En este tiempo se ha topado con numerosas piedras en el camino. Como la trabajadora social del Sistema Integral de Atención a la Mujer que no tramitó bien la documentación para que cobrara la renta durante el tiempo inmovilizada por las lesiones. O la abogada de oficio que no solicitó la indemnización económica por agravante de violencia de género y pidió una orden de alejamiento inferior a la que Miriam ya tenía fijada en primera instancia. O esa jueza que insistió en celebrar el juicio sin ella por estar recién operada, cuando su relato era crucial para valorar las secuelas. Una tras otra, Miriam acumuló decepciones.

“Por suerte, me trató de asesinar un hombre, pero me han ayudado otros mil: el cirujano, los guardias civiles, el psiquiatra, mi otro abogado.. Otra cosa es que aún me impacte el ver a un hombre en mi casa o en el mismo espacio en que estoy yo”. Ha llegado a sentir pánico de compartir ascensor con un inofensivo octogenario o de escuchar al repartidor del butano en la puerta de casa: “Yo sé que no me quieren matar, pero mi cerebro está en modo supervivencia y en situaciones así me dan ataques de ansiedad”.

Igual que sufre terrores nocturnos o sueña con que su asesino reaparece en su casa. “Lo llamo sueños incómodos. Sé lo que va a pasar, pero me quedo paralizada”. Es una consecuencia más del estrés postraumático. Aunque ha aprendido que no puede combatirlo todo. “Ya llegará y ya veré”, dice incluso de 2055, cuando su asesino habrá cumplido la condena. Al fin y al cabo, ella seguirá siendo lo que es: una titana.