Opinión

Sherpa

María Jesús Güemes
Actualizado: h
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Son las once de la mañana y sale de casa haciendo equilibrios con una langosta hinchable XXL, una sombrilla, una nevera portátil y dos bolsas, la de las toallas y la de los cacharros para hacer castillos de arena. En un costado lleva amarrado al hijo menor para aligerar la marcha. El hermano parece que camina algo más rápido, pero apenas le roza los dedos de la mano. Se le escapa continuamente y tiene que dar más de un grito para que no se vaya por otro camino.

Lo de menos es ella. La crema ya se la dará después. Da igual el pelo enredado o si el pareo está bien colocado. El objetivo es llegar a la orilla y soltar todos los bártulos. De jovencita era como una sirena. Ahora, se ha convertido en una sherpa.

Encima, cuando llegue a la meta no habrá recompensas. Nada de abstraerse mirando la fina línea del horizonte o flotando boca arriba en el mar. No se podrá sentar tranquila ni un minuto. Debe vigilar que nadie se ahogue, se queme o le entre arena en los ojos.

Esta imagen recreada es la que se podrá ver este verano en cualquier playa española. Podemos cambiar el escenario, pero la madre seguirá siendo la misma con otro kit de supervivencia. En el bolso o en la mochila siempre llevará toallitas y alguna medicina.

Las vacaciones escolares acaban de comenzar y muchas mujeres están ya de los nervios. En mi caso, hasta la vuelta, tengo 81 días por delante que hay que planificar y rellenar con todo tipo de actividades. Los he contado, sí. Y como yo muchas familias que se vuelven locas encajando el puzle. El calor y el cambio de rutinas hacen que la situación sea todavía más estresante.

En estos meses se viven dos etapas. La primera es aquella en la que se recurre, si hay suerte y dinero, a los abuelos o al campamento. Esto permite disponer de unas horas de respiro para concentrarse en el trabajo. Después toca conciliar y como eso es algo imposible, las tareas pendientes se resolverán cuando por fin caigan rendidos. Me hizo gracia ver a Pedro Sánchez en aquella rueda de prensa centrada en la salida de Santos Cerdán diciendo que no había comido y eran las cinco de la tarde. El presidente del Gobierno no sabe que para nosotras eso es lo más natural del mundo.

La segunda fase es esa que coincide ya con el descanso laboral de los progenitores. Hablo del profesional. No hay reposo mental y físico estando rodeado de pequeños que juegan, lloran y demandan atención permanente. “Mira mamá hago la voltereta, mira mamá voy a nadar, mira mamá el dibujo que he pintado”. Así sin cesar porque por las noches también te llaman entre sueños y tú llegas a rozar la extenuación.

Además, no olvidemos que hay que cubrir todas sus necesidades y tenerles entretenidos las 24 horas. El deporte es un buen aliado, pero en algún momento deben parar y ellos no comparten eso de las bondades del aburrimiento. Les exaspera. Solamente se callan si ven una película o están un rato con la tablet. Así que yo no condeno a esos padres que buscan desesperadamente un rato de silencio para echarse algo de siesta.

Ser madre es bello y agotador. Es vivir en un desvelo permanente, siempre preocupada por los tuyos. Es pelear cada una de sus batallas. Es situarte junto a ellos, pero a un lado para que crezcan. Es ser un recordatorio constante de lo que deben hacer a riesgo de que te llamen pesada. Es ser resolutiva por obligación. Es una caricia y una queja. Es un beso repleto de ternura y un dolor profundo en el corazón. Es ser fuerte para todos, mientras te vas plagando de heridas. Es ser imprescindible y no sentirte valorada. Es convertirte en invisible cuando ya no te necesitan. Es una jornada a tiempo completo. Es una abrumadora responsabilidad. Puede que seamos malas madres porque no llegamos a todo, pero también somos las mejores porque hacemos más de lo que podemos.

Mi hija me pregunta mucho si soy feliz y no le respondo porque para eso tendría que descansar. Cuesta encontrar un instante. Tal vez cuando cae la noche y todos se acuestan. La cantautora María Ruiz lo ha sabido captar a la perfección en unas de sus canciones. “Y te veo en las mujeres de mi casa, en la niña que se viste de princesa, en los párpados que pesan por la noche cuando todo el mundo duerme y tú respiras”, dice en uno de sus estribillos. Ahí sabes que, al menos, bajo tu techo están a salvo.

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