Opinión

El manejo de la ironía del kinki del Pisuerga

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España se quema de punta a punta, de costado a costado, los bomberos se juegan el tipo, mueren voluntarios, se desalojan playas y urbanizaciones, las llamas consumen los montes de nuestro país, parajes catalogados como Patrimonio de la Humanidad. Humanidad, qué palabra más gigante, qué vocablo más extenso para utilizarlo como cajón de sastre, como lanza o flecha contra el adversario, como comodín del público para tapar la miseria moral de más de un politicucho que solo sabe comerciar con la trifulca y la polémica, con el chiste ramplón y zafio.

Hace menos de una semana, la escuadra socialista, acompañada siempre de su ejército de acólitos mediáticos, decidían cargar contra el PP utilizando la noticia de que el comisionado de la DANA había intentado suicidarse tras haber sido pillado mintiendo sobre su formación. No tuvieron reparo en utilizar la desgracia para tratar de responsabilizar al principal partido de la oposición de tamaño drama. El habitual ejercicio de oportunismo los llevó a iniciar una campaña que versaba sobre la importancia de valores como la compasión, la piedad y la misericordia.

Todos los portavoces de la rosa escondían de repente los fusiles de asaltos con los que habían estado apuntando a los políticos de derechas para convertirse en un abrir y cerrar de ojos en hermanitas de la caridad, en la reencarnación de Gandhi. Desparecieron de un plumazo todas las presiones y señalamientos, todos esos comentarios que decían que las lágrimas de Noelia Núñez y sus sucedáneos eran falsas, que solo era una caradura. Tocaba, pues, ponerse la saya de santurrones y comenzar a sermonear a la sociedad sobre la importancia de la salud mental. Que ya avisaron, que no se puede jugar tan fuerte como juegan los populares, que el acoso indecente al que someten a los socialistas es inhumano e indecente de todo plano, que hay que devolver a la política al lugar al que se merece, que los españoles necesitan que sea un lugar respirable y no una batalla sin cuartel. Já.

Creo que todos estamos de acuerdo en que así debe ser, que los lamentables espectáculos a los que nos tienen acostumbrados nuestros servidores públicos deberían cesar, que nos iría mejor si pusieran un límite y no estuvieran todo el santo día jugando a las peleas de banda, a los ajustes de cuentas, a las peleas de patio de colegio o de puerta de discoteca. Eso sería lo suyo, pero tiene gracia que sean tan hipócritas de reivindicarlo, como si no tuviesen nada que ver, quienes son parte principal de este perverso intercambio de golpes. Lo que está practicando el partido sanchista tiene su símil en términos pugilístico, es lo que en boxeo se conoce como ‘puño de hierro y mandíbula de cristal’. Esto es, nosotros damos sin piedad y hasta en el carnet de identidad a todo el que se nos ponga por delante, pero no estamos dispuestos a recibir. Y si nos dan, montamos en cólera, nos rasgamos las vestiduras y culpamos a los de enfrente de hacer lo mismo, o incluso mucho menos, de lo que nosotros hemos estado haciendo hasta hace dos días.

Bueno, hasta hace dos días o hasta que el intento de suicidio ya no se pueda rentabilizar más y decidamos, con esfuerzo renovado, volver a la senda del acoso y derribo. Porque esto es exactamente lo que ha pasado. Tras el breve clinic sobre bondad y fair play, tras la performance de víctimas y, aprovechando que el país colapsaba por los incendios veraniegos, apareció como un obús el ministro Óscar Puente para hacer lo suyo, es decir, para hacer el cafre, el matón de instituto, para ahondar, aún más, en la degradación democrática de nuestro país. Este señor, que parece que sigue sin enterarse lo que significa portar la cartera que porta, y que lleva a sus espaldas la responsabilidad de la peor gestión en materia de ferrocarriles de la historia, habiendo hecho de un servicio competente y eficaz el sindiós tercermundista que es hoy en día, siendo la puntualidad de los trenes el hecho noticiable, decidió coger su teléfono y ponerse a trabajar. Sí, trabajar, porque para él trabajar es tuitear como un adolescente de resaca.

Justo en lo peor de los incendios, en los primeros compases, el kinki del Pisuerga, como el pirómano experto que es, agarró su celular y se puso a derrapar por la autopista bullanguera de las redes como solo él sabe hacerlo, con ese estilo bajuno y demencial, cual si en vez de miembro de un gobierno fuera un comediante de medio pelo con menos gracia que una ensalada sin aliñar. Citó imágenes de la catástrofe y en una mezcolanza de nene de infantil mezcló a Mañueco, a Juanma Moreno y a Feijóo en un escrito que daba más asco que pena, que ya es decir. Pronto, hasta los más hooligans le hicieron ver que, dada la situación, aquello no tenía ni puta gracia, que estaba totalmente fuera de lugar, que había personas perdiendo sus casas y efectivos jugándose el pellejo. Puente, acorralado por el ataque de sentido común de su camarilla, tardó, pero eliminó su vómito en forma de caracteres, no sin después aclarar en otra serie de tuits que no se retractaba de nada de lo que había dicho. Que lo que había hecho era una crítica clave irónica.

Ay, la ironía. Ese arte selecto solo al alcance de mentes desarrolladas. Ese escudo con el que se cubren los mediocres después de que nadie les alabe el gusto. Tiene gracia la ironía cuando la utilizan especímenes como estos, porque el verdadero chiste es que se escudan en que no la hemos pillado. No, no es que no hayamos pillado tu flatulencia humorística, es que es mala, torpe e inoportuna. Claro que se puede criticar todo, claro que puedes echar en cara a los gobiernos autonómicos la falta de previsión o lo que quieras, pero primero tienes que mirarte el ombligo y ver si tienes la casa y los andenes barridos, y si aun así, aun teniendo a media España esperando en estaciones colapsadas, vas a tener los bemoles de levantar el dedito, debes de hacerlo bien, con el tono y las formas apropiadas, no pareciendo un cuñado de taberna que además se cree súper ocurrente.

Ayer salió el ministro orgulloso a decir que todo este ejercicio de decadencia había servido para poner el dedo en la llaga. Esto es, que se la bufa y que va a seguir haciendo el imbécil por las redes, que está orgulloso. En la llaga no sé, pero o hacen algo con los dedos del vallisoletano para que no ponga más tuits o le quitan el móvil. De no hacerlo, puede que llegue el día que Óscar Puente acabe bloqueando a Óscar Puente en Twitter. Y que la culpa sea de Elon Musk, de la ultraderecha o de alguien que pasaba por allí.