Hace unos días Blade Runner Número Tres nos envió al foro de whatsapp –a estas alturas ya deberías conocerlo-, una captura de pantalla de la película ¿Qué hacemos con los hijos? (Pedro Lazaga, 1967), cuya emisión a través de La 1 venía pintadita con un scroll ¿aclarativo? que rezaba lo siguiente: “las circunstancias contenidas en esta película se enmarcan en una época determinada y deben ser entendidas en el contexto social de dicha época”.
Además de escribir la palabra “época” dos veces en una misma oración subordinada (en el Ente no deben tener presu para el Copilot), la frase en sí misma resulta un manifiesto colectivista (ese “deben ser” les delata hasta el corvejón) que da bastante vergüenza ajena –cringe que diría Paco Martínez Soria- y ante el que, por salud del alma, solo puede enfrentarse uno de pompis y, sobre todo, desde el lado luminoso de la vida –“always look on the bright side of life”-.
Y es que, por defecto, venimos felices y estamos contentos en nuestros ‘ajustes de fábrica’, pero, joder, si alguien empieza a tracamundear en nuestro software, a veces nos ponen difícil el tomarnos todo a befa.
Indagando un poco, me entero de que RTVE, la corporación, ha decidido –“la asamblea de majaras ha decidido”, lo dice la canción- explicar a los consumidores de su mandanga audiovisual y en especial de su contenedor de películas españolas ‘Cine de Barrio’, que estas obras se sitúan en un tiempo y situación político social concretos, no vaya a ser que no nos hayamos dado cuenta, por si acaso, nunca se sabe, no está de más, mejor ser precavido, de valientes están los cementerios llenos…y demás mantras pastoriles tan típicos del pensamiento compartido, seguramente pergeñados en alguno de esos Consejos de Administración cascajonovistas, en los que, ya puestos -en sentido figurado-, aprovechan para explicarnos cómo debemos verla realmente, esto es, desde una única posición antropowoke.
Del estupor e indignación original de gran parte de nuestro sanedrín geek se pasó enseguida-, ya digo, los ‘ajustes de fábrica’-, a la sana ironía y al cachondeo. Ha de decir que, a mí, esta filigrana artística del Ministerio de Cultura me parece muy eficaz para mantener al día cierta gimnasia neuronal. Es como una guía, a la manera de esos carriles que enseñan a los jugadores noveles de golf cómo se tiene que seguir un swing como Dios manda. En este caso sería seguir la narrativa cinematográfica ‘como Dios manda’ -” deben ser entendidas”-.
Porque en el fondo es eso. Siempre es la misma carraca con distinto disfraz -”el gran logro del diablo es hacernos creer que no existe”, Baudelaire dixit-: un paternalismo de boutique liberada con la clara finalidad de llevarnos -a ti y a mí no, claro, ya estamos amortizados, sino a los siguientes, nuestros hijos- por el camino del entendimiento del cine y, por extensión, de la vida en general, dentro del carril golfista de la moral, siempre con el apriorismo -eso por descontado- de que somos imbéciles, unos analfabetos funcionales con el cerebro de esparto y que no sabemos distinguir ni el contexto ni las circunstancias en las que se realizó la película. Y mucho menos descodificar determinados comportamientos, tal es nuestra literalidad.
Con todo, decía, estoy muy a favor de la medida, porque nos obliga a electrizar la mente y a templar nuestro espíritu y nos empuja sin ambages a explicar a nuestros hijos que hay que hacer absolutamente lo contrario que desde el ente público preconizan, objetores de conciencia del pensamiento único. Ante la reacción, acción.
Ante el discurso ultraconservador que emana la frasecita de marras, libertad de mirada. Y mucho más si hablamos de un arte, el cine, que si algo nos aporta como sociedad (entre millones de cosas) es la libertad de contener (el bueno, el malo y el feo) todas las miradas, tantas como los ojos que lo ven. Sin responder a preguntas que no se hacen: cine de izquierdas, de derechas y mediopensionista. Frente a los scrolls, libertad individualísima.
Dentro de poco, como es ya tradición, programarán en el ‘Días de cine clásico’ de La 2 El hombre tranquilo (The Quiet Man, 1952) la obra maestra de John Ford el facha. Siguiendo la estela urtasuniana, imagino, sobreimpresionarán el correspondiente aviso, algo del tipo “la violencia explícita de este filme está enmarcada dentro de un contexto incivilizado en una Irlanda rural e individualista y debe ser entendida como un síntoma de incivilización por parte de unos seres poco permeados en el sentir colectivo y por causa de ello, alcoholizados. ¡Ah! Y los puñetazos son de mentira”, pegándole de paso una patada a la Suspensión de Incredulidad.
Cuando en el minuto 10 del metraje haga su aparición, entre adorables ovejillas, Mary Kate Danaher (Maureen O’Hara) y su crepitante pelo de fuego, supongo que aparecerá el rótulo “la actitud chulesca e histérica de este personaje corresponde al rol de la mujer sepultada por el heteropatriarcado”.
En cambio, yo diré a mi hijo que los puñetazos en la antológica pelea entre Sean Thorton (John Wayne) y Will Danaher (Victor McLaglen) son por supuesto auténticos, que beben güisqui irlandés destilado por el padre Peter Lonergan (Ward Bond) y no agua coloreada y que el carácter indómito, personalísimo, independiente, audaz – evidente metáfora de la atávica tierra irlandesa- de Mary Kate, bellísima como su patria, es real como la vida misma y que representa a millones de mujeres en nuestra sociedad, que cada día se ponen el mundo por montera frente a los machirulos random.
Y todo ello lo haré desde la alegría y el jolgorio que el visionado de esta obra magna me produce y sin ponerme tan escarlata como Cayetana, la reina del Sur, y su mítico “no te lo perdonaré jamás, Manuela Carmena. Jamás”, cuando la adorable alcaldesa horneadora disfrazó a los Reyes Magos de Oriente de titiriteros vestidos por Desigual, para desilusión de sus peques y de sus nannys.
Yo prefiero tomármelo a chufla y decirle al ministro “Gracias, Ernest. Has vuelto a tensar mi cerebro adocenado por el cine costumbrista español y por cada aviso que metan tus umpalumpas, chupito de güisqui para el gaznate en el Cohan`s Pub, la taberna de Innisfree. Pago yo la ronda, querido Michaleen Flynn”.
P.D. Cuento los días para que programen en ‘Cine de Barrio’ Que vienen los socialistas (Mariano Ozores, 1982). A ver qué pone el funcionario de los scrolls.