Euskadi, capital, Madrid

Al menos una docena de mi entorno provincial alunizamos y alucinamos al unísono en la planicie mesetaria

Aterricé en Madrid hace casi 30 años. Imagínate si ha llovido que, por entonces, aún había socialistas en la ciudad. Lo que no teníamos eran venezolanos con la faltriquera llena, inmigración mar y montaña y otros usos y costumbres, como, por ejemplo, no comer por turnos de hora y media en restaurantes con un tique medio de 100€.

¡Ah! Y tampoco había que pagar por aparcar en la calle, ni la ciudad era un mastodóntico Upside Down agujereado como un queso de Gruyer, con ranas, meninas y cabezas de bebés como bizarro mobiliario urbano. Pero lo mejor estaba por venir: las invasiones bárbaras.

Aquella fue una diáspora generalizada entre los de mi quinta, aún con la licenciatura de turno incólume. Al menos una docena de mi entorno provincial alunizamos y alucinamos al unísono en la planicie mesetaria. Cierto es que yo ya estaba algo bregado en españolismo, pues hacía cinco años que emigré -¿inmigré? – a la plateresca Salamanca para estudiar la carrera, – where else?- Eso en mi contexto social era algo tremendamente exótico: los límites máximos estaban en Pamplona, que ya nos parecía un exoplaneta. Por aquel entonces yo era tan cateto, había interaccionado tan poco con los extraterrestres más allá de Miranda de Ebro, que en el primer cambio de clase mí, luego lo sabría, gran amigo Juan Poveda me pidió un cigarro -sí, queridos, en los primeros 90 se podía fumar incluso en el claustro de una universidad pontifica- pero yo no entendí absolutamente nada de lo que me dijo. ¿Cómo lo iba a saber si en el colegio no tuve la asignatura de jienense? Tal como me han ido las cosas en la vida, hubiera resultado mejor que las 4 horas semanales de Euskera que daba en el colegio (ahora sabes por dónde se van parte de los miles de millones que el estado -como eufemísticamente lo llaman ellos- paga por el cuponazo al País Vasco en concepto de Emotional Blackmail).

Ese mantra tan español “aquí no se habla ni de política ni de religión” en esta ciudad maximalista y verborreica, dura lo que una Mahou. A los cinco minutos de cañeo ya sabes de qué pie cojea el asturiano, el zamorano o el mexicano de turno. Serán los aires y el agua, que no el café, que lo preparan horrible en esta megalópolis. En cambio, entre los que no somos mediterráneos, los de la cornisa, este se cumple a rajatabla. Y más nos vale. Ahirriba, como se dice por Tudela, existen cuadrillas compuestas por una mezcolanza de maketo-euskaldunes (Joseba Cerezo Canalejo), vascos ancien régime cuasi carlistas, pero más españoles que el esparto, nacionalistas-buenismo-bien que por su outfit parecerían Alonso Aznar con tabla de surf, e incluso independentistas, de los que dicen “Euskalherria”, “Gasteiz”, y que cuando juega la selección española sueltan aquello de “yo es que voy con el mejor”. Ríete tú de otro mítico mantra “lo más grande de Madrid es que está compuesta por muchas identidades”. Estas agrupaciones amiguiles, más conocidas como Koadrillas, están apuntaladas por una lealtad atávica, como ya comenté hace unos artículos, y sobreviven a los años precisamente por no hablar de ello.

Solo hay una cosa que estas tribus vascuences tienen en común: a todas les pirra Madrid. Más que comer con las manos. Vienen, disfrutan del aperitivo en esos sitios tan raros llamados terrazas, calentados por una enorme bola amarilla en el cielo, almuerzan a gusto mayor en restaurantes que sirven raciones tres veces más pequeñas de lo que acostumbran y, con lo suelto, se gastan sus euskoeuros en matrículas en universidades privadas para sus hijos. Que el txabal o la neska quieren estudiar en ICADE, en el IE, etc, pues me compro un apartamentito en Chamberí para ir a verlos (y con la excusa arraso entre el comercio de la zona y me chupo todos los musicales). ¿Que llega el puente de diciembre? Pues ahí que vamos en alegre columna, como la de Durruti, pero por la A-1 y en Volvo. Una vez vi a una cuadrilla de paisanos comiendo en un restaurante ¡vasco! cerca del Retiro y se abrió una paradoja espacio-temporal tan grande que el Uber que les recogió era un Delorean. Tiemblo porque en el mes de julio me viene una expedición de vascos al concierto de los imberbes ACDC al Metropolitano: llevo desde marzo diseñando la hoja de ruta y aún estoy en la versión beta.

Hemos dominado Madrid, la hemos hecho nuestra, a la manera de Mars Attacks o de V; os hemos regalado el Guernica que, como todo el mundo sabe, es nuestro, aunque lo pintara uno de Málaga, empezando por el flanco más débil y utilizando nuestra lanza de Longinos: el condumio. Asador Donostiarra, Imanol, Lakasa, Julián de Tolosa, Dantzari, Pelotari, Perretxiko, Gaztelupe, Txirimiri, Zerain o los novísimos Baskoa, Arima y Lecanda (mientras escribo esto y conociendo el turbo boost gastronómico de Madrid, ya habrán inaugurado un par de ellos,). Hemos agotado tanto la etimología que han abierto uno al lado de mi casa que se llama Sinsorgo, que significa ‘atontado’, ‘lelo’, en vascuence. Me llamó tanto la atención que un día entré y les pregunté con total amabilidad si sabían el significado de la palabra. Huelga decir lo que me contestaron.

Pero también, después de hacer la digestión, hemos ido más allá, conquistando otras parcelas, entre otras, el cariño y algo de admiración que siempre nos han tenido los madrileños, incluso en la época, de cuyo nombre no quiero acordarme, en la que unos malnacidos que se decían vascos asesinaban a inocentes en esta ciudad.

Madrid, la cuarta provincia de Euskadi.

Ya lo decía Carmen Machi en una de las mejores frases de Ocho apellidos vascos: “a estos les encanta todo lo español”. Y es verdad. Que no os engañen las poses jatorras y excluyentes. Nos encanta Madrid, nos gusta mucho, mucho. Porque esta ciudad es la némesis de las nuestras y no tiene nada que ver con esa endogamia tan acolchadita que nos define, ni con nuestro pudor exhibicionista, ni con –tercer y último mantra de hoy- “nuestra calidad de vida” (aka “ciudad más coñazo que Brujas”).

Madrid es nuestro Tombuctú aspiracional, como aquel atribuido a Hitchcock de crear “personales sofisticados, elegantes e ingeniosos que son todo lo que él hubiera querido ser”.

Gora Madril, Euskadiko hiriburua!

PD. Me apuntan fuentes de toda fiabilidad que han visto a Isabel de Madrid tomando clases de aurresku. Y al alkatea de txistulari.

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