CATALUÑA

El refugio costero de la Costa Brava donde la vida es simple: calas escondidas, aguas cristalinas y sabor a sal

La Costa Brava tiene muchos lugares increíbles con muy poco reconocimiento, siendo uno de ellos este pequeño pueblo costero

Llançá, en la Costra Brava
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En el extremo norte de la Costa Brava, a pocos kilómetros de la frontera con Francia, se encuentra Llançà, un pequeño pueblo de mar que ha sabido conservar su esencia. Sin grandes hoteles ni turismo masivo, este rincón del Alt Empordà es un refugio perfecto para quienes buscan unas vacaciones tranquilas, con contacto directo con la naturaleza, buena comida y playas sin aglomeraciones.

Siete kilómetros de costa y 22 calas para descubrir

Uno de los mayores atractivos de Llançà es su litoral: más de una veintena de playas y calas repartidas en solo siete kilómetros, muchas de ellas conectadas a pie por el Camí de Ronda, un sendero que recorre acantilados, pinares y pequeñas bahías.

Las más conocidas, como la playa de Grifeu o la del Port, son accesibles, con arena fina, aguas claras y servicios cercanos. Pero lo más especial está en las calas escondidas: Cala Bramant, encerrada entre paredes rocosas, es uno de los lugares más espectaculares del municipio; Cau del Llop, Sant Jordi o Cap de Ras ofrecen un entorno más salvaje y tranquilo, ideal para nadar, hacer snorkel o simplemente tumbarse a escuchar el mar.

Llançá, en la Costa Brava
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Llançà está rodeado de espacios naturales protegidos. Hacia el este, el Parque Natural del Cap de Creus ofrece rutas a pie junto al mar, entre rocas modeladas por el viento y calas de agua cristalina. Hacia el oeste, la Sierra de la Albera propone caminos rurales, miradores sobre el Mediterráneo y restos históricos como dólmenes y menhires. El contraste entre mar y montaña permite hacer actividades tan variadas como senderismo, bicicleta, kayak, paddle surf o simplemente caminar entre paisajes que invitan a bajar el ritmo.

Un pueblo que aún guarda su ritmo

Aunque la zona del puerto es la más animada en verano, con terrazas, bares y heladerías, el centro histórico —La Vila— mantiene el ambiente tranquilo de los pueblos de antes. La Plaza Mayor, con su gran platanero llamado Árbol de la Libertad, es un lugar de encuentro habitual. A su alrededor se encuentran la Iglesia de Santa María, la Torre del Homenaje y varias casas antiguas que conservan el carácter del lugar. También se puede visitar el Museo de la Acuarela, con obras de artistas locales, o recorrer la zona del Camino del Exilio, un tramo de la costa por donde pasaron miles de republicanos hacia Francia en 1939, y que hoy cuenta con un pequeño monumento en memoria de esa huida.

Comer bien, sin complicaciones

Llançà tiene una fuerte tradición pesquera. Muchos restaurantes ofrecen platos de pescado recién capturado, como el suquet de peix, el bacalao, las sardinas o el arroz caldoso. También es habitual el pa amb tomàquet con embutidos locales o tapas sencillas frente al mar. Algunos locales apuestan por el producto de proximidad y recetas caseras con toques modernos, sin perder la esencia.

Como los veranos de antes

En Llançà no hay grandes cadenas hoteleras. Los alojamientos son, en su mayoría, hoteles familiares, apartamentos o casas rurales. Uno de los más conocidos es el Hotel Grimar, fundado en los años 60 y gestionado por la misma familia desde entonces. Su gran piscina, jardín y ambiente tranquilo lo convierten en un lugar ideal para pasar unos días sin reloj.

Llançà representa una forma de viajar sin prisas, de reconectar con lo simple: desayunos al aire libre, baños largos en el mar, paseos al atardecer, y cenas tranquilas con el sonido de las cigarras de fondo. Es ese tipo de destino donde no hace falta hacer mucho para sentirse bien. Un lugar donde el paisaje, el mar y la calma lo hacen todo.

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