Invasión rusa

“Hola mamá, estoy vivo… pero me han capturado los rusos”: las víctimas del fracaso de la reunión entre Trump y Putin

El fracaso del alto al fuego cae como un jarro de agua fría entre las madres ucranianas, que ven a sus hijos morir o caer cautivos. Pese al horror, la sociedad no está dispuesta a que se ceda territorio

Ucrania
Familiares de prisioneros de guerra ucranianos retenidos por Rusia acuden a un intercambio, en busca de información de sus seres queridos aún cautivos (María Senovilla)
María Senovilla

“Hola mamá, soy tu hijo, estoy vivo… pero me han capturado los rusos”, así comienza el calvario de miles de familias ucranianas cuando un soldado cae prisionero en manos de las fuerzas de Moscú.

“Me llamó el 14 de abril de 2022, desde un número desconocido, y sólo dijo que había salido de Mariupol y que estaba retenido por las tropas rusas. Eso fue todo”, relata Liudmila, la madre de un ex prisionero llamado Valentín, al que acaban de liberar tras tres años de cautiverio.

Los intercambios de prisioneros de guerra entre Rusia y Ucrania se han intensificado desde mayo –después de que se firmara un acuerdo en el marco de las conversaciones de paz que se mantuvieron en Estambul, con la mediación de varios países–, pero aún hay miles y miles de soldados como Valentín que continúan padeciendo el cautiverio ruso.

Encerrados en cárceles dentro de la Federación Rusa, o en colonias penitenciarias ubicadas en los territorios ocupados del Dombás, los ucranianos reciben todo tipo de torturas y maltratos, no cuentan con la atención médica necesaria y son aislados del resto del mundo –privados de correspondencia y sin poder seguir las noticias–.

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Familiares de prisioneros de guerra ucranianos retenidos por Rusia acuden a un intercambio, en busca de información de sus seres queridos aún cautivos (María Senovilla)
María Senovilla

Los que vuelven del cautiverio relatan las condiciones a los que el Kremlin les somete. Es un secreto a voces que la comunidad internacional no quiere escuchar. Y la situación se ha transformado en una enorme herida que no deja de sangrar en Ucrania, donde cada domingo las familias salen a la calle a manifestarse para que los prisioneros regresen a casa.

Sin saber si están vivos o muertos

“Después de aquella llamada en la que dijo que lo habían capturado, estuve más de un año sin hablar con Valentín. No sabía dónde estaba, ni cómo estaba… sólo me aferraba al hecho de que estaba vivo”, prosigue Liudmila. “Cuando mi hermana me dijo, ‘Luda, puede que tarde años en volver’ empecé a asumir la realidad”, reconoce.

“Ya entonces sabíamos que los rusos torturaban a los prisioneros de guerra ucranianos, que les golpeaban y cosas peores. Yo tenía ganas de llorar todo el tiempo, pero guardaba las lágrimas delante de los niños”, añade. “Aunque ellos también estaban tristes”.

No se puede ocultar la tristeza a una madre”, le responde su hija Viktoria –de 19 años– que acompaña a Luda durante la entrevista. Mientras Valentín estuvo en el cautiverio, otra de sus hermanas tuvo una hija, parte de su familia se refugió temporalmente en España y otra parte se mudó a Kiev. La vida seguía en mitad de la guerra, pero nada era igual.

A pesar de todo, del dolor y de no saber si sus seres queridos están vivos o muertos, las familias ucranianas no se rinden. Ni con la defensa de su país, ni con la tarea de mantener vivo el recuerdo de los prisioneros de guerra.

Torturas psicológicas

Nunca recibimos cartas de Valentín, ni le entregaron a él ninguna de las que le enviamos a través de la Cruz Roja. Muy pocos soldados ucranianos las recibían”, denuncia Liudmila, haciendo referencia a la violación sistemática por parte de Rusia del Estatuto del Prisionero de Guerra –donde se especifica que los cautivos tienen derecho a recibir correspondencia de su familia–.

“Me dijo: ‘mamá, para poder escribir una carta, había que hacer algo a cambio. Y yo no lo hice’…”, detalla esta madre. “A su vuelta, Valentín nos contó casos en los que los carceleros rusos entregaban una carta a alguno de los chicos, y apenas la leían, se la arrancaban de las manos o la rompían delante de ellos. El impacto moral era terrible; les presionaban psicológicamente con todo lo que podían”.

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Viktoria, que no puede esconder la sonrisa al pensar que su hermano ya está a salvo del infierno del cautiverio, sostiene una foto de Valentín bailando con su madre (María Senovilla)
María Senovilla

Liudmila tardó 16 meses en volver a escuchar la voz de Valentín. “El 3 de agosto de 2023 volvió a llamar”, dice con un hilo de voz. Fue la última vez, hasta el día del intercambio. Recibió dos llamadas en tres años de cautiverio, y aún así la madre de Valentín es afortunada, porque otras familias no han podido contactar con sus seres queridos en ningún momento.

“Durante todo ese tiempo sin recibir señales de vida, hubo días muy flojos. Mantienes la esperanza, pero hay días muy flojos, repite la madre de Valentín cuando le pregunto qué ha sido lo más duro. “Lograba salir a flote pensando en cómo se sentiría mi hijo si nos viera así. A él no le hubiera gustado vernos llorar”.

Se cuentan por miles

El Gobierno de Zelenski ha tenido que abrir oficinas en cinco ciudades del país para atender a las familias de los prisioneros de guerra y de los desaparecidos en combate. Hay más de 63.000 personas desaparecidas: la mayoría son soldados que han caído en el frente –sin que se haya podido recuperar su cuerpo aún–, pero se cree que al menos 10.000 de estos ucranianos están en el cautiverio.

Liudmila y Viktoria muestran las pancartas que llevaban a las manifestaciones donde, cada domingo, se dan cita los familiares de los prisioneros de guerra ucranianos en manos de Rusia
MARIA SENOVILLA

Sin embargo, como Rusia no informa del número de prisioneros de guerra que tiene en su poder, sólo hay estimaciones. El hecho de no dar la cifra y la identidad de los prisioneros, además de aumentar trágicamente la angustia de las familias ucranianas, constituye otra violación del Derecho Internacional. Algo que a Putin parece darle igual.

Este es uno de los motivos por los que, cada vez que hay un intercambio, se repite una de las imágenes más conmovedoras de la guerra: la de cientos de familiares de cautivos o desaparecidos que acuden al punto de entrega, con fotos de sus seres queridos entre las manos, para preguntar a los que vuelven si los han visto con vida en algún momento.

“El SBU (Servicio de Inteligencia de Ucrania) tiene una lista con los nombres de las personas que van a ser intercambiadas, pero no avisa con antelación a sus familias, porque en muchas ocasiones los rusos detienen el autobús en el que los transportan antes de llegar al punto de encuentro, y hacen bajar a algunos. Es otra forma de tortura… Imagina el mazazo, tanto para ellos, como para las familias que los esperan”, desvela Liudmila.

Así que los familiares que acuden a estos intercambios realmente no saben si estarán sus hijos, sus maridos, sus padres… Sólo esperan con una mezcla de ansiedad y esperanza. Y con el consuelo de, al menos, recibir noticias.

“Te alegras por cada uno que regresa, pero siempre queda ese pensamiento: ¿y por qué no el mío? Sientes envidia, sin gritos ni escándalos, pero era muy doloroso cada vez que íbamos”, recuerda Liudmila. “Al volver a casa llorábamos, y seguíamos esperando el próximo intercambio”.

Historias de Instagram

Hasta que un día por fin suena el teléfono. “Buenas tardes, le llamamos del centro del SBU, ¡han liberado a su defensor!”, dijeron. ”Inmediatamente empecé a llorar… y la mujer al otro lado de la línea también empezó a llorar, y cuando mi hija Katya llegó con su niña, y mi hijo menor volvió de la escuela, todos nos abrazamos y lloramos más”, dice Liudmila, emocionada al revivirlo.

“Tuvimos que esperar a las nueve de la noche para oír la voz de Valentín. Lo primero que dijo es: ‘mamá, lo he visto todo… Mamá, mamá, estoy en casa. Estoy en casa, mamá’, repetía al otro lado del teléfono”.

Nada más producirse el intercambio, el personal ucraniano que recibe a los prisioneros de guerra les entrega un móvil para que puedan llamar a sus casas. Valentín entonces volvió a abrir su Instagram y en el resto de redes sociales que usaba, y vio todas las publicaciones de su familia y amigos mientras él estaba cautivo. “Lo vio todo”.

Familiares de prisioneros de guerra ucranianos retenidos por Rusia acuden a un intercambio, en busca de información de sus seres queridos aún (María Senovilla)
María Senovilla

Vio cómo su madre y sus hermanos acudieron incansables a todas las manifestaciones en las que pedían su liberación. Vio todas las veces que lo recordaron y pidieron por él. Vio que no habían olvidado ni un sólo cumpleaños, ni ninguna otra fecha especial. Vio cómo habían mantenido vivo su recuerdo, devolviéndole un poco de vida a él.

Meses de rehabilitación

Uno de los métodos de tortura psicológica que emplean los rusos es repetir cada día a los cautivos que, desde Ucrania, nadie piensa en ellos, nadie se preocupa por ellos y nadie los quiere de vuelta. Un mensaje aparentemente infantil, pero que, según el testimonio de los ex prisioneros de guerra, termina haciendo mella en el ánimo y en su salud mental.

Después están las torturas físicas. Palizas, electroshocks, abusos sexuales, privación de comida y agua potable, condiciones insalubres en las celdas. “La poca comida que nos daban la servían hirviendo y nos decían: ‘Tenéis 30 segundos para engullirla’, así que nos quemábamos la boca y el estómago si queríamos comer algo”, reconocía otro prisionero de guerra que también fue capturado en Mariupol, como Valentín.

Al final, cuando vuelven a Ucrania, no pueden reencontrarse inmediatamente con sus madres, esposas o hijos. Deben ir a centros de rehabilitación especializados, donde se les hacen exámenes médicos y –entre otras cosas– se les readapta a la comida. Y es que la privación de alimentos continuada a la que los rusos les someten afecta a sus estómagos hasta el punto de no tolerar comida normal.

También necesitan ayuda psicológica, y tiempo. Necesitan tiempo para entender todo lo que ha sucedido en su ausencia, para entender que ya ha terminado su infierno y aceptar que les espera el cariño incondicional de los suyos.

El día más feliz

“Cuando capturaron a Valentín, estaba muy malherido: tenía ocho heridas de bala, siete en el torso y una en la rodilla. Afortunadamente él sí recibió tratamiento médico antes de ser trasladado a la colonia penal de Sukhodolsk (Kursk, Rusia)”, explica Liudmila. “A mí no me ha enseñado las cicatrices, pero a sus hermanos sí”.

Aunque a la madre de Valentín le preocupan más las cicatrices que no se ven. “En nuestro primer encuentro me dijo: ‘Mamá, no sé si lo voy a superar’, y yo le respondí que con el tiempo aprendería a vivir con todas las cicatrices, aunque yo sé que no será igual que antes”, zanja.

“Ahora tenemos que esperar a que termine la rehabilitación, pero espero el día en que volvamos a estar todos juntos. Iremos a la orilla de Dniéper, haremos una barbacoa y le daremos regalos”, dice con esperanza.

“Liudmila, ¿cuál fue el día más feliz de tu vida, cuando nació tu primer hijo o cuándo volvió a casa después del cautiverio ruso?”, le pregunto antes de despedirme de ella. “¡Cuando volvió a casa!”, responde sin dudar, con los ojos empañados.