Durante un año entero, nadie fuera de un pequeño círculo en Chile sabía que la candidatura de María Corina Machado al Premio Nobel de la Paz estaba oficialmente presentada ante el Comité Noruego. Ni ella, ni su equipo, ni quienes la acompañan en su lucha diaria.
Fue una iniciativa cívica, silenciosa y profundamente significativa, nacida de la conciencia democrática de un grupo de intelectuales chilenos decididos a ofrecerle algo más que admiración: protección moral frente a la persecución brutal del régimen de Maduro.

El origen de esa propuesta está en Santiago de Chile, noviembre de 2024. Un grupo encabezado por el diplomático, periodista y profesor José Rodríguez Elizondo, junto al escritor y analista Sergio Muñoz Riveros, envió una carta al Comité Noruego del Nobel respaldada por más de quinientos firmantes. Entre ellos, un expresidente, exministros, rectores, premios nacionales, embajadores, académicos y ciudadanos de toda condición. Todos unidos por una convicción transversal: que la lucha de Machado por la libertad de Venezuela encarna el espíritu mismo de la paz.
Y confirma algo más profundo: este Nobel, más allá del galardón, se ha convertido en un blindaje. Un salto en el relato. Una redirección del foco sobre Venezuela, que vuelve a colocarse en el centro de la conversación global, donde siempre debió estar.

Chile, una vez más, ha demostrado que su latido cívico sigue vivo. Que aquella fibra ilustrada que lo convirtió en el corazón intelectual de América Latina no ha desaparecido, sino que permanece activa en sus mejores ciudadanos. Esa tradición democrática y moral —que no depende de gobiernos, sino de conciencia— ha vuelto a manifestarse en esta iniciativa. No fue un gesto de protocolo ni de diplomacia, sino de convicción. De humanidad en acción.
Esta revelación tiene un valor simbólico inmenso. Nos recuerda las palabras de Margaret Mead:
“Nunca dudes de que un pequeño grupo de personas reflexivas y comprometidas pueden cambiar el mundo; de hecho, es lo único que lo ha logrado”.

La candidatura de María Corina es la encarnación viva de esa certeza: la acción colectiva, impulsada por convicción moral y no por interés, sigue siendo el motor que mueve la historia hacia adelante.
El coraje cívico de Machado y su movimiento
Porque el movimiento que lidera María Corina Machado comparte esa misma raíz: el coraje cívico. La decisión de asumir cada uno la responsabilidad y las riendas de su destino. Frente al poder que oprime, el ciudadano que se levanta; frente al miedo, la voz que persiste. Su lucha no se sostiene en la violencia ni en el resentimiento, sino en la conciencia de que solo desde la libertad puede construirse la paz.
Gracias al gran periodista español de origen chileno John Müller, hemos sabido que la candidatura nació del impulso de proteger a una mujer que representa lo contrario del miedo. Una forma de decirle a la dictadura venezolana —y al mundo— que no está sola, que su causa es observada y reconocida. Que cuando una democracia cae, las demás no pueden seguir mirando hacia otro lado.

María Corina no pidió esta nominación. Le llegó como llega la justicia: tarde, pero con la fuerza de lo inevitable. Quienes la propusieron entendieron que su figura no sólo simboliza resistencia, sino reconciliación; que su empeño por liberar a su país sin violencia es, en sí mismo, un acto de paz.
Hoy, esta candidatura ya no pertenece solo a ella. Es de quienes siguen creyendo que la democracia no se negocia. Que los dictadores no se blanquean. Que la dignidad, incluso sitiada, puede cambiar el curso de una nación.
La historia aún no ha terminado, pero este gesto —nacido en Chile, extendido a Venezuela y escuchado en Oslo— marca un punto de inflexión: el reconocimiento de que María Corina Machado no es solo una líder política, sino un símbolo universal de libertad, coraje y responsabilidad cívica compartida.