Opinión

Limpia: una película que nos recuerda el valor de los cuidados

Limpia
Yolanda_Dominguez
Actualizado: h
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Si hay algo que me descoloca de la recién estrenada película de Dominga Sotomayor es su título… o quizás no. Inspirada en la novela homónima de Alia Trabucco Zerán, Limpia narra la historia Estela, una empleada doméstica encargada de mantener impoluta la casa de una familia rica y también de cuidar a su hija Julia, de seis años. Algo bastante habitual a la hora de contratar servicios domésticos es meter en el mismo saco abrillantar el suelo y proporcionar los vínculos afectivos que necesitan los niños, cuando son cosas distintas. La familia de esta historia trata de cumplir con todas las expectativas de un estatus alto: tener una casa con piscina y muebles de diseño, ser los mejores en sus trabajos, celebrar fiestas en el jardín y ser padres de una niña a la que tratan como un objeto más dentro de su colección.

No es la primera vez que el cine aborda este tema. Es inevitable acordarse de Roma de Alfonso Cuarón, o incluso de Calladita, de Miguel Faus. Aunque las tres películas tienen similitudes, como la resignación ante la inmovilidad de clase, la familia, nadar para salir a flote o la maternidad, aquí estamos ante la mirada de una mujer directora y eso se nota. Limpia se aleja de las grandes demostraciones estéticas o de la idea de buenos y malos para dejar que los silencios hablen y sea el público quien saque su propia conclusión. María Paz Grandjean, la actriz protagonista, lo dice todo precisamente cuando no dice nada. Su falta de expresividad, sus gestos contenidos y su mirada perdida nos gritan que está completamente congelada. Las empleadas domésticas son invisibles para la sociedad. Deben cumplir con su trabajo sin que se note su presencia. Sotomayor se atreve a preguntar en alto: ¿quién las cuida a ellas? La madre de Estela está lejos. La familia con la que vive no reconoce sus necesidades. Y, aunque hay un par de personajes que la miran, no consiguen arrancar su soledad. No ser vista ni cuidada es como estar muerta en vida. La escena de los guantes es pura poesía.

La mirada de una directora también se nota en que en lugar de ofrecer certezas plantea dudas. ¿Hasta dónde llega la relación laboral y personal? ¿Podemos escapar de nuestra condición de clase? ¿Somos esclavas de la sociedad capitalista o responsables? En esta película todo el mundo es víctima y culpable. El padre es un médico famoso que tiene tiempo para cuidar a todos menos a su hija. La madre trata de construir su identidad profesional, pero se olvida de la personal. La niña es inocente pero también despiadada. La empleada esconde cosas. Y hasta el perro se equivoca.

Dominga Sotomayor se centra en lo pequeño para señalarnos lo grande. A través de detalles aparentemente sin importancia esboza cuestiones existenciales. La limpieza tiene que ver con la apariencia, pero no con las necesidades básicas de los seres humanos: el afecto y los cuidados. La niña es mucho más feliz cuando está junto a la limpiadora en su diminuto y desliñado cuarto que cuando está sola en el inmenso jardín de la casa. Aunque nunca he logrado entender por qué en las mansiones las habitaciones de las empleadas son auténticos zulos, con muebles viejos y paredes desconchadas.

El devenir de la trama nos alerta de que una vida basada en posesiones sin vínculos emocionales y afectivos está abocada al fracaso. Es urgente dar más valor social y económico a los trabajos de cuidados, que también suelen ser los más feminizados. Podemos ser felices en casas pequeñas y desordenadas, pero no es posible sobrevivir sin ser cuidadas.