Margarita Robles es una rareza. Encaja mal, y lo digo como elogio, en el ecosistema político y mediático patrio, tan impulsivo, vocinglero y bilioso. Milita en la causa sanchista desde su génesis: apoyó al marido de Begoña y al yerno de Sabiniano –el de las saunas, ya saben– cuando los barones le largaron en 2016 y, una vez resucitado, alcanzada la presidencia del Gobierno del Reino de España, la eligió para ser la ministra de Defensa, y hasta el día. Sólo ella, María Jesús Montero, Fernando Grande-Marlaska y Luis Planas, junto a Sánchez, claro, continúan en el Ejecutivo desde 2018.
Protagoniza pocas portadas Robles, nada dada al histrionismo, al vodevil y a la chistorra. La titular de la cartera de Justicia es la antítesis de Óscar Puente: encarna a ese político tópico, qué sé yo, suizo o noruego –de Suecia no hablo, que está hecha unos zorros–, discreto y funcional que tanto añora la Tercera España, que es la mayoritaria, el botín más codiciado por los partidos. Pablo Iglesias, quien la detesta desde el Mesozoico, la definió en abril del 22 como “el caballo de Troya del Estado en el Gobierno”. A Dios gracias: ¿cómo va a gobernar un Gobierno que considera al Estado un agente exógeno?

Ocupa pocas portadas Robles, decía, pero cuando lo hace, es objeto de noticias como salidas de las mentes de Graham Greene y de un guionista de los Looney Tunes: ha sido espiada por el sistema Pegasus, mantenía encuentros personales con el Papa Francisco, apareció en los wasaps de Sánchez y Ábalos desvelados hace unos meses –“Yo creo que se acuesta con el uniforme”, escribió el presidente, quien también la llamó “pájara”–, etcétera. En las últimas semanas, supimos que la Policía investiga una nueva filtración de datos “personales y sensibles” suyos, y que Rusia intentó perturbar el GPS de un avión militar español en el que ella viajaba.
Lidia con toros jodidos en un mundo se fue a la mierda tras la muerte de David Bowie: pandemia, Ucrania, Israel/Palestina, Trump y Putin. Bordó la Operación Balmis, en pleno infierno pandémico. Denunció el “contorsionismo delirante” cuando el presidente de la nación más poderosa de Occidente comulgaba con los criterios del zar. Sánchez la deja como Cagancho en Almagro ante la OTAN por culpa del gasto militar –que si 2,1%, que si el 5% exigido…–, pero sale/salen del paso. Ha defendido el embargo de armas a Israel, “justo y necesario”, y tilda de “genocidio” la masacre perpetrada por el Gobierno de Netanyahu en Gaza. “El camino”, dijo el martes en RNE, “es que todos trabajemos por la paz y el apoyo a los ciudadanos gazatíes”. Iglesias, al día siguiente, aprovechó esa entrevista para meterle un rejón en X: “La favorita de la derecha mediática y judicial, la incompetente jefa del CNI con Pegasus en el móvil, la que justifica comprar armas a Israel, nunca decepciona. Del ‘si cuela cuela y si no, Venezuela’ al ‘Belarra no critica a Putin’. Somos la izquierda, dirá el PSOE en campaña”.
Nació en León hace 68 años, se licenció en Derecho por la Universidad Central de Barcelona e ingresó en la carrera judicial con el número uno de su promoción. En 1981, se convirtió en la primera mujer que ingresó en la Audiencia Nacional como magistrada. Presidenta de la institución entre 1991 y 1993, Felipe González la llamó a filas y la hizo secretaria de Estado de Interior, primero, y de Justicia, después. Volvió a la carrera judicial con el aznarato. Sánchez la recuperó para la causa. Y hasta el día. Siempre le ha defendido, incluso ante Felipe. Francamente, no entiendo por qué.