La Teoría Crítica de la Raza (TCR en inglés) es una ideología identitaria que busca dar una explicación a las inequidades raciales en EE.UU. Su tesis es que la discriminación racial está en las estructuras sociales, las instituciones o las leyes. Es lo mismo para otros tipos de discriminación, ya sea el género, la identidad sexual, etc. Sus defensores promueven la discriminación “inversa” en vez de la meritocracia clásica, y ven tolerable la censura en todos los ámbitos, incluidos los de la libertad de expresión si se favorece a las clases discriminadas. Esa idea anti ilustrada se ha hecho fuerte en muchas universidades, no sólo las americanas. Se burlaba Douglas Murray de dos profesores que no habían conseguido plaza en Harvard a la primera y que se hicieron firmes seguidores de la TCR. Y decía: “cuantos más rastros de racismo invisible encontraban, más populares se hacían”.
Sea con la excusa de la raza, el sexo o la “heteronormatividad”, lo que caracteriza a las ideologías identitarias es la superioridad moral y la descarnada exigencia de obtener derechos por la vía rápida. Algunos incluso defienden que es de justicia ocupar un puesto de trabajo o una posición no obtenida con méritos propios y competencia neutral si compensa un supuesto “desequilibrio histórico” que al parecer deben pagar los hijos de los señalados como desequilibradores. Y los que propagan muchas de esas ideas absurdas, no son sólo estudiantes y profesores, también el personal funcionarial, la burocracia.
Es un escándalo, pero la contratación en organismos públicos (¡y privados!), los ascensos y la financiación dependen cada vez más de cribas políticas e ideológicas, explícitas o implícitas, que incluyen la aprobación de unos burócratas que buscan imponer la visión concreta de la justicia social o de los criterios de diversidad, equidad e inclusividad (DEI) que defienden. Las universidades están en gran parte dirigidas por poderosos aparatos administrativos propensos a estirar su autoridad más de lo que deben. Si hablamos de Estados Unidos, en la última década, más o menos, la inscripción de profesores y estudiantes ha aumentado un 50 %, mientras que el personal administrativo lo ha hecho un asombroso 240 %. Estas burocracias funcionan como autoridades similares a las del “Estado” en los campus universitarios. Por ejemplo, justificando su existencia a través de la aplicación, supuestamente necesaria, de códigos de expresión, códigos de vestimenta, códigos de sexo, etc.
Pues bien, los efectos de esta ideología y de esta burocracia los ha sufrido el biólogo evolutivo y editor-fundador de Reality’s Last Stand Colin Wright. A principios de agosto anunció en el Wall Street Journal que emprendería acciones legales contra la Universidad de Cornell por discriminación racial en la contratación. Según las pruebas que aportó, esta universidad diseñó un proceso de contratación secreto y cerrado para garantizar una “contratación diversa” predeterminada en su campo específico, excluyendo a candidatos cualificados como él únicamente por motivos de raza. Y sabían que esto era ilegal. Los correos electrónicos mostraron que los administradores advirtieron a sus colegas que mantuvieran la confidencialidad del proceso eludiendo su propia política, que exige la publicación de anuncios de empleo. Debido a que Cornell ocultó activamente el puesto y sus criterios raciales, ni él ni otros tuvieron la oportunidad de presentar la solicitud. Asegurar una “contratación de diversidad” predeterminada eliminando por completo el concurso público arrasa con cualquier oportunidad de evaluación basada en el mérito o la igualdad de acceso al puesto.
Según explica en su informe, esta ocultación es considerada por el propio reglamento de la universidad como una discriminación, y una violación deliberada de los derechos civiles que el biólogo no quiere dejar sin respuesta.
Estamos sorprendentemente en una época donde el racismo se combate con racismo y la discriminación por motivos de género se combate con discriminación por motivos de género. ¿De verdad creemos que fomentar el resentimiento de los injustamente excluidos no tiene consecuencias? ¿Cómo se supone que debemos inspirar a la próxima generación de hombres y mujeres para que tengan éxito y hagan una contribución positiva a la sociedad? El caso de Colin Wright nos debe hacer reflexionar.