Nuestra monarquía parlamentaria cumple medio siglo con el apoyo del pueblo y el rechazo de la mayor parte de los grupos políticos. Según Opina 360, el 52% de los españoles prefiere que el Jefe del Estado siga siendo un rey; según el V Informe Borbón elaborado por Vanitatis, el 43,7% aprueba a Felipe VI, mientras que un 21,1% le pagaría un BlaBlaCar a Cartagena para que allí zarpara, como su bisabuelo, en un crucero rumbo a Marsella. Por su parte, Vox y los socios del Gobierno decidieron no acompañar a los Reyes en el coloquio La Corona en el tránsito a la democracia, celebrado este viernes en el Congreso. Cabe recordar que Abascal ya rechazó asistir a la recepción en el Palacio Real con motivo del Doce de Octubre.
Saludé –conocer es un verbo exagerado– a la Reina Sofía este martes, cuando le dio el premio de Poesía Internacional que lleva su nombre al mejor bardo español vivo, nuestro querido Luis Alberto de Cuenca. Apretón de manos, leve inclinación y un “majestad” que, según el protocolo, no debí haber dicho. Pecó de lo mismo otro colaborador de Artículo 14, el amigo Toni Simón, también luisalberter fervoroso, que en esta feminista casa publicó el texto definitivo sobre Juan Carlos I.

Como el mejor escritor de Betanzos, creo que el monarca honorífico y emérito ha sufrido un “linchamiento cruel, injusto e innecesario de un anciano, un anciano que fue el hombre que convirtió mi patria en una democracia”. No sé si, como apuntaba Simón, “defender al Rey es defender a su generación”, pero, golferías y elefantes abatidos aparte, fue uno de los inventores de la democracia, y su esposa, la abnegada Sofía de Grecia, un cayado clave que, como bien dijera el rey Felipe en su discurso de proclamación, dedicó “toda una vida de trabajo impecable al servicio de los españoles”. El Toisón de Oro lo tiene bien merecido. Como, por supuesto, Felipe González, Miguel Herrero de Miñón y Miquel Roca.
De Sofía, francamente, se me ocurre decir poco. La veo prudente, discreta, exquisitamente educada, centrada en las actividades de su fundación y, lo más importante, ejerciendo de puente histórico y virtuoso entre dos reinados: el del rey que apuntaló la democracia y el del que debe evitar que se vaya a tomar por saco.
Jaime Peñafiel me contó sobre ella algo divertidísimo. En cierta ocasión, la reina Sofía, el periodista y Juan José Benítez viajaron a Perú para sobrevolar las líneas de Nazca: “Estuve a punto de echar la última papilla –me narraba Peñafiel–. La Reina quería ver la cola del gato, la araña, p’arriba, p’abajo, había una bruja alemana que explicaba aquello, y la Reina iba disfrutando. Y, al regreso, se quedó tan entusiasmada, que Juan José Benítez y yo decidimos regalarle una piedra lunar a la Reina. La compramos allí. Pesaba 2.000 kilos. Y un día, volvimos al aeropuerto, la traíamos en un avión de Iberia. La comisión era ridícula. Fue a Zarzuela a llevarle la piedra. Venía en una furgoneta muy grande. Llegamos a La Zarzuela, sacaron la piedra y la colocaron al lado de la piscina. Cuando estábamos todos allí, con la piedra y la reina, de pronto apareció don Juan Carlos. ‘¿Qué pasa, qué pasa?’. ‘¡Juanito, Juanito, es una piedra lunar!’. Tenía unas inscripciones la piedra. ‘No sé qué será’. Juan Carlos con sentido del humor, dijo, lo voy a traducir: ‘¡Beba Coca Cola!’”.
Y Campechano se descojonó.


