Opinión

Daño colateral

Vito Quiles - Sociedad
Actualizado: h
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Pablo Iglesias ha aprendido muchas cosas desde que se quitó la coleta. A hablar como tertuliano, a mirar a cámara con solemnidad, a poner cara de indignación con pausa medida… y, sobre todo, a dominar una de las herramientas favoritas del populismo: señalar con el dedo.

Hace unos días volvió a hacerlo. Dedicó parte de su programa a hablar de Vito Quiles —con quien puede tener todas las diferencias ideológicas que quiera—, pero en lugar de debatir ideas, optó por exponer públicamente el negocio familiar de su madre. No por interés informativo. No por periodismo. Por venganza. Por puro ajuste de cuentas personal.

Un negocio privado, gestionado por personas que no están en política, que no dan ruedas de prensa ni insultan a nadie en redes. Gente que madruga, trabaja y paga impuestos… y que ahora, gracias a Iglesias, tiene la persiana de su tienda manchada con una pintada ofensiva.

Pablo solo tuvo que sacar el dato a pasear, disfrazado de contexto, y la turba hizo el resto. Porque así funciona hoy el odio político: se lanza una indirecta, una burla, un “dato” convenientemente presentado… y luego uno se lava las manos cuando aparece la amenaza o el grafiti.

La izquierda ha convertido el “escrachar” en herramienta política. Lo justifican cuando les conviene. Acosar a quien piensa distinto ya no es un exceso: es una estrategia. Poco importa el daño colateral. Si el enemigo es Quiles, la víctima puede ser su madre. El mensaje es claro: si molestas, iremos a por ti. O a por los tuyos.

Y lo más paradójico —lo más vomitivo— es que el propio Iglesias ha llorado públicamente este tipo de acoso. Lo denunció en medios, lo utilizó como escudo político. Le vimos exigir respeto para su familia, pedir privacidad, clamar por la decencia. Y tenía razón entonces. Porque ningún personaje público debería ver cómo sus seres queridos pagan por una vida que ellos no eligieron.

Pero ahora, que no se trata de su familia, todo eso parece haberse olvidado. Ahora no hay problema en usar su altavoz mediático para poner una diana. Para hacer justo aquello que, cuando iba dirigido a él, tachaba de fascismo, de agresión democrática, de violencia política. Claro, cuando el blanco eres tú, es intolerable. Cuando lo marcas tú, es “información de interés público”.

Y mientras tanto, silencio. Silencio en las filas progresistas. De los que se autodenominan feministas, pero no dicen ni mu cuando se señala a una mujer por ser “madre de”. ¿Dónde está Irene Montero? ¿Por qué no ha salido a defender a esa mujer trabajadora, que se ve salpicada por la exposición mediática de su hijo? Ah, cierto. Está en Galapagar, tranquila. Esto no va con ella. Silencio también de quienes se llenan la boca defendiendo a la clase trabajadora. Se les ha debido olvidar.

¿Querías polarización? Aquí la tienes. No ya entre partidos, sino entre decencia e hipocresía. Entre quienes aún creen que hay líneas que no deben cruzarse, y quienes ya solo entienden la política como una guerra en la que todo vale.

Y sí, por supuesto que Vito Quiles es polémico. Por supuesto que genera rechazo. Pero la libertad de opinar sin que eso ponga en peligro a tu madre, a tu hermana o a tu hija no debería ser negociable en democracia. Porque si hay algo sagrado, que debería estar fuera del juego político, es la familia. Pero para eso haría falta tener principios. O al menos un mínimo de decencia. Y eso, por lo visto, es mucho pedir.

La línea roja ya no es ideológica. Es moral. Y Pablo Iglesias la ha vuelto a cruzar. Deliberadamente.

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