Opinión

Cuando los trols invaden las calles

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Si ver a alguien aproximarse con una pistola nos produce pánico, cada vez más personas, sobre todo mujeres progresistas, experimentan la misma sensación cuando ven a determinados personajes acercarse con un micrófono.

Parece que el hostigamiento que reciben habitualmente en internet, y que nadie para, hoy se ha hecho fuerte y ha tomado literalmente las calles. Así, los trols que antes se escondían tras máscaras y avatares anónimos, se han venido arriba y ahora esperan a la salida de eventos y comparecencias a sus víctimas. Las persiguen incansablemente hasta que ellas logran zafarse metiéndose en un taxi, entrando a un edificio o incluso, poniendo fin al propio acto.

Esta misma semana el objetivo de uno de estos trols en vivo, ha sido la periodista Ana Pardo de Vera que participaba en el encuentro “Democracia y opinión pública en el siglo XXI” del Curso de Verano CIS-UCM, junto a Javier Ruiz y Óscar Iglesias. Qué casualidad que de todos los ponentes que había en el curso, a quién han ido a acosar, haya sido a ella.

No se dejen engañar por su apariencia inocente o espontánea, sus embistes no tienen nada de inofensivo. Su objetivo no es preguntar ni entablar ningún diálogo, sino asediar hasta dejar a sus víctimas exhaustas. La estrategia física consiste en pegarse a ellas. Se sitúan tan cerca que invaden su espacio personal, no las dejan ni respirar y les cortan el paso para provocar un encontronazo. La ofensiva dialéctica pasa por repetir una y otra vez la misma pregunta sin dejar tiempo para la respuesta. Atacan con cuestiones personales, acusando e inculpando. Sus palabras van acompañadas de un tono de burla y desprecio que busca hacer daño en lo emocional para desestabilizarlas y obtener una imagen concreta: la reacción airada, el gesto descolocado que más tarde compartirán con los adjetivos de “histérica”, “pierde los papeles” o “charo”. Para terminar de manipular a la audiencia, está el montaje audiovisual. En esto son especialistas, no olvidemos que Youtube es su hábitat natural. Cortan lo que no les conviene y ponen muy seguidos los momentos en los que el acosado sale peor parado. Pero aquí no acaba la cosa, porque estos invasores de la comunicación hacen el trabajo sucio para entregar el material a sus amos, esos pseudomedios cuyo trabajo es distribuir bulos y conspiranoias, y que, a su vez, son favorecidos por los algoritmos de las aplicaciones. Contenidos que finalmente se tragarán sin pestañear, y sin protector estomacal, millones de jóvenes.

“Se atreven a hacer las preguntas incómodas”

 Ante este tipo de ataques, físicos y verbales, algunos usuarios que ya no saben diferenciar entre lo que es comunicación y reality show, comentan que son personajes que formulan las preguntas que todos se hacen. Aunque vaya disfrazado de preguntas, su fin no es obtener ningún tipo información sino amedrentar e infundir miedo. Si todavía no lo ven, háganse estas preguntas: ¿Cuántos de sus vídeos ayudan a entender mejor la cuestión? ¿Sirven para aclarar conceptos o para indignarnos? ¿Funcionan como una herramienta de comunicación o de coacción?

La advertencia no es solo para la persona acorralada sino para todas las que piensan como ella

Estos trols que han dado el salto al espacio físico en realidad continúan lo que ya estaban haciendo en el terreno virtual, donde cada vez hay menos voces de mujeres profesionales y menos mensajes serenos y dialogantes. Cuando vemos el desgaste que conlleva manifestar determinadas opiniones y el odio que te cae encima por defender una postura progresista y feminista, intentamos protegernos, desaparecemos y ejercemos la autocensura.

No podemos reírles las gracias a estos matones con micro que esperan a la salida a las personas con relevancia pública que tienen ideas diferentes a las suyas. En lugar de apoyar lo que hacen consumiéndolo como un mero entretenimiento debemos denunciar sus prácticas y defender la libertad de expresión de las compañeras atacadas. Lo que hacen no tiene nada que ver con el periodismo ni la comunicación, sino con la censura de la pluralidad de voces. Un comportamiento más propio de la mafia que de una democracia.