Carmen Díez de Rivera, la primera alto cargo de la democracia española, me respondió así a una pregunta durante las múltiples entrevistas que realizamos para elaborar sus memorias, publicadas póstumamente en 2002: “Te lo he dicho en muchas ocasiones, Ana: nunca se ha escrito nada, ni se escribirá, sobre el importante papel jugado por la Reina en esos días tempranos de la democracia. ¿Quién crees tú que influyó de forma definitiva en don Juan Carlos? ¿Quién crees tú que le explicó lo que le había ocurrido a su hermano Constantino de Grecia por aliarse con los golpistas? ¿Quién crees tú que tuvo claro desde el principio que el camino era el de la democracia?” (El triángulo de la Transición, Editorial Planeta).
Hoy, desde el cariño que siento por ella, me emociona poder desmentirla: Doña Sofía sí tiene quien le escriba. Lo hará su hijo, el Rey Felipe, al entregarle el Toisón de Oro, la máxima condecoración de la Corona española, un pequeño carnero colgante que ya luce su nieta, la Princesa Leonor. Será un acto de justicia del que Díez de Rivera, directora de Gabinete del presidente Adolfo Suárez entre 1976 y 1977, sabrá disfrutar allá donde esté. Hasta el día hoy, ninguna mujer ha vuelto a ocupar el puesto de mando en La Moncloa desde el que se coordina la acción del Gobierno, pero más que por este relevante cargo, su protagonismo en la Transición se debe a la leal amistad que desde los años los años 60 mantuvo con los entonces príncipes de España, Don Juan Carlos y Doña Sofía. Con ambos.

“Doña Sofía ha hecho muchísimo para que este país no se parezca a aquel en el que yo crecí”, continuó Díez de Rivera, que situó el inicio de la influencia política callada y constante de la Reina Sofía a mayo de 1962, cuando contrae matrimonio en Atenas. (El triángulo de la Transición, Editorial Planeta). Son unos años cruciales de formación política para Don Juan Carlos: un tiempo que gira en torno a la Quinta del Pardo, el pequeño palacio a la otro lado de la carretera de El Pardo, frente a Zarzuela, donde el entonces don Nadie se reúne “con unos y con otros” y empieza a interiorizar las dos brújulas que le indican el único camino que puede tomar: la democracia. Ambos ejemplos están en su cabeza tras la muerte de Franco así como en el intento de golpe de Estado en 1981: su abuelo, Alfonso XIII, que sentenció a la Corona en 1923 con su apoyo a la dictadura de Primo de Rivera, y su cuñado Constantino, rey de los helenos entre 1964 y 1967, cuando tuvo que exiliarse tras apoyar a los mismos militares que acabarían mostrándole el camino que va de Kavala a Londres.
La brújula griega
La brújula griega la aprendió de primera mano Doña Sofía cuando el cáncer se llevó en 1964 a su padre, el moderado Rey Pablo, que fue sustituido por un joven Constantino de apenas 23 años “con más talento para las regatas y le judo que para la alta política”, según relata Paul Preston en su biografía canónica del rey Juan Carlos (Juan Carlos: steering Spain from dictatorship to democracy, HarperCollins, 2004. Pág. 253). Tres días antes del golpe militar del 21 de abril de 1967, los príncipes Juan Carlos y Sofía acudieron a Grecia para celebrar el cumpleaños de la Reina Federica. Don Juan Carlos regresó a España tras la celebración, pero doña Sofía se quedó unos días más con su familia. De esta manera, asistió minuto a minuto a la histórica madrugada en la que los titubeos de Constantino sentenciaron la Corona a ojos de los griegos. Por ello, me insistió Díez de Rivera, a la hora de tomar las decisiones correctas, el caso de su cuñado tuvo mayor influencia en Don Juan Carlos que el de su abuelo.

Para Díez de Rivera, la Reina Sofía se convirtió en el “contrapunto” de Alfonso Armada, el “archiconservador” preceptor y luego secretario del rey que acabaría traicionándolo en el 23-F. Armada era tío político de Carmen, estaba casado con Francisca Díez de Rivera y Guillamas. Ella lo conocía bien y sabía de la decepción de Doña Sofía con él”.
La influencia de Doña Sofía en la educación universitaria de sus hijos
A la mano de doña Sofía su “aliada” en La Zarzuela, atribuyó Díez de Rivera la primera llamada que recibió el sábado santo del 9 de abril de 1977: “El Rey me llamó porque sabía toda la pelea que me había traído”. (El triángulo de la Transición, Editorial Planeta) En el haber de doña Sofía también incluye un empuje y un estímulo hacia la modernización de España: “Aconsejó a sus hijas estudiar. Es la primera vez en España que la gente de sangre real tiene estudios universitarios. Una es licenciada en Ciencias Políticas, la infanta Cristina, y la otra, la infanta Elena, es profesora. Maestra, como se decía antes. Eso fue una revolución. Y la propia reina se fue a la Universidad a hacer Humanidades” (El triángulo de la Transición, Editorial Planeta).
Los Reyes modernos carecen de poder efectivo: las herramientas de trabajo de las monarquías constitucionales europeas para ganarse el aprecio del pueblo son escasas y frágiles. Las resumió el británico Walter Bagehot en su magistral obra decimonónica: la conducta ejemplar, la transparencia y el silencio, fundamental éste último para establecer esa relación cercana y distante a la vez que tanto recomendó (The English Constitution). Allí estableció Bagehot la diferencia entre el monarca “digno” versus el Parlamento “eficiente”, un binomio político obligado para cualquier príncipe o princesa contemporáneo que aspire a manejar con éxito el peso de una corona. Nadie mejor que Sofía von Schleswig-Holstein-Sonderburg-Glücksberg, a sus 87 años, ha sabido personificar esa dignidad real.



