El asesino que mató (también) a la mejor amiga de su ex

Marina lo había dejado, pero quedó con él para recuperar sus cosas. Laura la acompañó sin dudarlo. Ese fue el final de ambas. Morate las mató y enterró en cal viva, hace diez años

Son semanas durísimas. Incomparables aun así a las vividas hace diez años, cuando Sergio Morate acabó con la vida de su exnovia Marina Okarynska y la mejor amiga de ésta. Porque Laura del Hoyo no dudó en acompañarla cuando le dijo que iba a recoger algunas cosas al piso en el que había llegado a convivir con él en esos casi cinco años que duró una relación marcada por el maltrato. Desde el control de sus movimientos a su teléfono móvil, hasta golpes por doquier e intentos de ahogamiento.

Es el relato que hicieron sus amigas ante el juez, a los dos años del doble crimen. A Morate lo declararon culpable por unanimidad. El jurado, que asistió a la incómoda pasividad mostrada por el acusado durante todas las sesiones celebradas en la Audiencia de Cuenca, tomó la decisión en tiempo récord. La condena final fue de 48 años. En el caso de Marina, con agravante de género y parentesco. En el de Laura, con abuso de superioridad. Las asesinó con toda una vida por delante. Tenían 24 y 25 años. En este tiempo, Morate ha cumplido los 42 en prisión.

Sergio Morate y su abogado en el juicio celebrado en la Audiencia de Cuenca, en 2017.

“Dos palomas que salieron a volar y no volaron nunca más”. María Chamón define así a su hija Laura y a Marina. Atiende a Artículo14 desde el tremendo dolor de un sufrimiento que asegura vive “cada día como el primer minuto”. Ahora que se cumple una década de todo: de la desaparición repentina de las dos jóvenes, del hallazgo de sus cuerpos una semana después, enterradas en cal viva, del horror de saberlas muertas pese a desconocer el paradero de su asesino, y de la localización y posterior detención del criminal, fugado a Rumania.

“No me importa hablar de mi Laura porque seré su voz siempre”. Y así, María repasa lo que habría sido su Laura. “Quería ser peluquera”, señala. “Y tenía dos hermanas mayores que la adoraban. Con las que daba gusto oírla reír”. Y una sobrina de 10 meses a la que llamaba ‘mi Elenita’. “Éramos felices con muy poco. Y ese asesino me la arrebató sin motivo. Rompió objetivos, ilusiones…”. Nada ha sido lo que estaba destinado a ser, desde aquel 6 de agosto de 2015.

“Hasta luego, mamá, me voy a tomar algo con Marina”. Son las últimas palabras que le dijo Laura. Es la amiga fiel que asistió al encuentro del que sabía era un maltratador, pero que todavía no había actuado como lo que terminó siendo, un asesino machista. Las estaba esperando. Sergio Morate llevaba seis meses mascando la hiel del abandono, como un celópata violento. Intentó convencer a Marina de que volviera con él. Le prometió cambiar. Y obsesivo, la siguió incluso en el viaje de ella a Ucrania, su país natal. Marina buscaba poner tierra de por medio y terminó casada con un amigo de la infancia. Pero al volver, Morate se enteró y la furia criminal empezó a fraguarse.

Como sus amigos contaron después en el juicio, horas antes de matarlas les preguntó sobre otros casos como el de las niñas de Alcàsser. Al agente que lo detuvo en su huida por Rumania le soltó estas palabras con orgullo insano: “Has detenido a un famoso. Mira la que he liado… En el avión del ministro, con los geos. Soy más famoso que Bretón”. Precisamente, con Ruth Ortiz, la exmujer del parricida, la madre de Laura tiene en la actualidad una estrecha relación. Le indigna el intento de publicación de ‘El Odio’. “Viven como reyes en la cárcel y encima se les da voz. ¿Hemos adelantado o retrasado? Porque la justicia no hace nada. Ellas no desaparecen, no se las traga la tierra. Las matan”.

María Chamón en el juicio contra el asesino de su hija Laura.

A puerta cerrada, en el piso de Cuenca en el que citó a Marina, Morate la estranguló con bridas. Según le reveló al policía, en lo más parecido que hizo a una confesión, a su expareja le tapó la cara con una bolsa porque no soportaba verla morir. A Laura, su víctima sobrevenida, le cercó el cuello con sus propias manos. De las dos se deshizo en un paraje a las afueras de Cuenca. Encima echó cal viva, un rastro de polvo blanco que no enmascaró el olor de los cadáveres detectado una semana después por el perro de un cazador. El hallazgo lo narró tal cual ante el juez y el resto de presentes en la sala de vistas.

Allí, sentadas casi en primera fila, estaban María Chamón y Alina Okarynska, madre y hermana de las asesinadas. Unidas desde entonces. “De vez en cuando hablamos o nos saludamos al vernos por la calle”, apunta la primera. Aunque sobre todo tiene un radar para detectar al defensor de quien le arrebató a su hija. “He llegado a gritarle un ‘vergüenza tenía que darte defenderlo’. Porque en el juicio ni nos miró cuando pasó delante de nosotras, y no tuvo ninguna empatía en sus intervenciones”.

Laura del Hoyo y Marina Okarynska.

La tensión marcó todas las sesiones del juicio, dentro y fuera de la sala. Las testificales del entorno, de los investigadores y de los peritos hicieron mella en el ánimo derrotado de las familias. A duras penas conseguían retener las lágrimas. Y la actitud del acusado no contribuyó. Sergio Morate se negó a declarar. De su garganta sólo salieron seis noes, los protocolarios tras declinar responder a cada una de las partes. El resto del tiempo parecía mirar al infinito. “Estaba cansado, como ausente”, recuerda María, que a su manera pretendió sacarlo de su ensimismamiento. Por las mañanas, lo esperaba al llegar en furgón a la Audiencia: “¡Asesino, criminal!”, lo voceamos.

Al cierre de la sesión, en los pasillos por los que salía custodiado y engrilletado también lo interceptó. “Quítate la capucha, descúbrete la cara”. Logró espetarle en un descuido de los agentes cuya función es la de velar que el enjuiciado no se cruce con nadie. Y así, Morate tuvo ante él a la madre de Laura, la amiga de su ex a la que también mató. Devastada como estaba acertó a decirle: “Que te veamos, que para matarlas no te tapaste”.