Reunión histórica en Alaska

La cumbre de la decepción: Trump rehabilita a Putin sin lograr la paz para Ucrania

El presidente de EEUU recibió con honores al mandatario ruso, con quien fue incapaz de firmar un alto el fuego pese a calificar el encuentro de "extremadamente productivo"

El presidente ruso, Vladimir Putin (izq.), y el presidente estadounidense, Donald Trump, se estrechan la mano al final de una conferencia de prensa conjunta tras su reunión en la Base Conjunta Elmendorf-Richardson en Anchorage, Alaska, EE.UU., el 15 de agosto de 2025.
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En un hecho que ya se inscribe como uno de los episodios más singulares en la diplomacia contemporánea, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, recibió su homólogo ruso, Vladímir Putin, en la base aérea de Anchorage, Alaska, con una ceremonia que combinó gestos de reconciliación y despliegues de poder militar. Sin embargo, tras casi tres horas de conversaciones, no hubo anuncio de alto el fuego en la guerra de Ucrania, un conflicto que, tres años después de la invasión rusa, continúa cobrándose miles de vidas.

El encuentro fue calificado como “histórico” no solo por ser la primera vez que Putin pisa territorio occidental desde febrero de 2022, sino también por el simbolismo que representó para la política internacional el retorno, al menos en términos protocolares, de un líder convertido en paria por la comunidad global y buscado por la Corte Penal Internacional bajo acusaciones de crímenes de guerra.

Un recibimiento sin precedentes

Putin aterrizó en Alaska entre un despliegue inusual de hospitalidad y fuerza militar con alfombra roja incluida en la pista, saludo con apretón de manos y sobrevuelo de un bombardero B-52. Trump, en un gesto que buscó transmitir cercanía, lo invitó a subir a “la Bestia”, la limusina presidencial, para un breve trayecto sin asesores ni traductores.

Trump
El presidente estadounidense, Donald Trump, y su homólogo, Vladimir Putin, junto a sus respectivas delegaciones masculinas
Efe

La recepción contrasta con el trato brindado en marzo al presidente ucraniano Volodímir Zelensky en su visita a la Casa Blanca, un encuentro mucho más bronco sin el despliegue ceremonial que, en Anchorage, buscó enviar un mensaje político al mundo. “Wow, Putin recibió aplausos de Trump también. ¡La puesta en escena!”, ironizó en la red social X el historiador ruso Serguéi Radchenko, de la Universidad Johns Hopkins, aunque el presidente en realidad estaba aplaudiendo las acrobacias del piloto del B-52.

Putin, de paria a invitado de honor

El viaje de Putin a Alaska representa una ruptura simbólica de su aislamiento internacional. Desde el inicio de la invasión a gran escala de Ucrania, el líder ruso no había visitado ningún país occidental. Las sanciones, la condena diplomática y la orden de arresto internacional lo habían relegado a un círculo de aliados reducido, principalmente en Asia y Medio Oriente.

Trump, en este segundo mandato, decidió cambiar esa narrativa. Según fuentes de la Casa Blanca, la estrategia buscaba abrir un canal directo para lograr un alto el fuego que le permita cumplir una promesa de campaña: terminar la guerra en un plazo que, inicialmente, el presidente definió como “24 horas” —luego matizado como una expresión “figurada”.

En busca del Nobel de la Paz

La motivación personal de Trump no es un secreto. Durante los meses previos a la cumbre, el presidente ha repetido su interés en ser galardonado con el Premio Nobel de la Paz, citando su papel en la mediación de varios acuerdos internacionales. “Es hora de que se le otorgue al presidente Trump el Nobel”, ha insistido la portavoz Karoline Leavitt, recordando que, en promedio, la administración de Trump ha conseguido “un acuerdo de paz o cese de fuego por mes” en los seis meses de este mandato.

Observadores diplomáticos sostienen que esta ambición por el Nobel es un factor determinante en la organización de esta reunión bilateral en territorio estadounidense y con un recibimiento tan cuidadosamente diseñado para la imagen presidencial.

Negociaciones sin acuerdo

Las conversaciones, celebradas a puerta cerrada durante casi tres horas, se centraron en el futuro del conflicto en Ucrania, que según estimaciones independientes ha provocado 1,4 millones de bajas, entre muertos y heridos, y se considera el enfrentamiento más sangriento en Europa desde la Segunda Guerra Mundial.

El presidente ruso, Vladimir Putin (der.), y el presidente estadounidense, Donald Trump, asisten a una conferencia de prensa conjunta tras su reunión en la Base Conjunta Elmendorf-Richardson en Anchorage, Alaska, EE.UU., el 15 de agosto de 2025.
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Trump aseguró antes del encuentro que sabría “en minutos” si Putin estaba dispuesto a la paz. Sin embargo, la jornada concluyó sin anuncio formal a las dos horas. “Hemos avanzado, pero no hay acuerdo hasta que haya acuerdo”, dijo el presidente estadounidense en conferencia conjunta con Putin. En su contradictorio mensaje admitió que no hubo compromiso concreto, pero tampoco hubo desacuerdo, para terminar diciendo que iba a mantener conversaciones con miembros de la OTAN y con Vladimir Zelensky para informales.

Putin, por su parte, reiteró que Rusia busca un arreglo “a largo plazo” y justificó que para lograrlo deben abordarse “todas las causas que provocaron esta crisis”. Evitó asumir responsabilidad por la invasión y describió a los ucranianos como “hermanos y hermanas”, calificando la guerra como “una tragedia” y fuente de dolor.

El simbolismo del encuentro contrastó con la realidad sobre el terreno. Horas antes de la llegada de Putin a Anchorage, fuerzas rusas bombardearon un mercado en la ciudad ucraniana de Sumy, provocando víctimas civiles. Zelensky denunció el ataque como prueba de que “el día de negociaciones, los rusos también matan”. El presidente ucraniano no fue invitado a la cumbre, aunque Trump aseguró que lo contactará “muy pronto” para informarle sobre los resultados.

El mensaje buscó transmitir que Estados Unidos mantiene la intención de incluir a Kiev en cualquier proceso de paz, aunque sin darle un papel protagonista en esta primera fase.

Trump no ocultó que estaba dispuesto a levantarse de la mesa si no veía avances. Desde el Air Force One, advirtió que, de fracasar las conversaciones, Rusia enfrentaría consecuencias “económicamente severas”. No obstante, también dejó claro que la decisión final sobre eventuales concesiones territoriales pertenece a Ucrania, y que cualquier garantía de seguridad para Kiev no incluiría membresía plena en la OTAN.

La estrategia de Trump es clara. Por un lado mantiene la presión sobre Moscú, pero por otro mantiene la puerta de la diplomacia abierta a Putin para vender cualquier progreso en las negociaciones como un avance histórico de su mandato.

Un momento de vecindad

Entre los detalles curiosos de la jornada, Putin destacó que un encuentro en Alaska resultaba “natural” por su proximidad geográfica con Rusia. Según la traducción oficial, al bajar del avión saludó a Trump con las palabras: “Buenas tardes, querido vecino. Me alegra verlo con buena salud y vivo”. Un guiño de cordialidad que, en otro contexto, habría parecido trivial, y que en este escenario cargado de simbolismo adquirió un peso adicional. El líder ruso incluso cerró la conferencia conjunta en inglés, proponiendo un próximo encuentro en Moscú. Trump respondió con una sonrisa, consciente de que esa frase generaría debate en Washington. “Tal vez reciba muchas críticas por eso”.

Según dijo el embajador ruso en Washington, Alexander Darchiev, las conversaciones se desarrollaron en un ambiente “positivo y orientado a resultados”. Sin embargo, reconoció que persiste un “legado tóxico” en las relaciones bilaterales heredado de administraciones anteriores, y que no hubo avances sustanciales en las conversaciones para normalizar operaciones diplomáticas entre ambos países. En otras palabras, el encuentro fue un primer paso para desbloquear canales, pero no cambió la dinámica existente de desconfianza mutua.

Un hito sin desenlace

La cumbre de Anchorage quedará registrada como un hito diplomático por su carácter inédito. Nunca antes un presidente estadounidense recibió con honores militares a un líder acusado de crímenes de guerra, en un momento en que ese mismo líder continúa dirigiendo una ofensiva militar en Europa. Para Trump, la cita es una apuesta personal porque quiere demostrar que puede abrir una vía hacia la paz donde otros han fracasado, y acercarse a un objetivo que lo obsesiona —el Nobel de la Paz— antes de que el conflicto termine por desgaste o imposición.

Para Putin, la visita significó un retorno parcial al escenario internacional, una oportunidad para presentarse no como el agresor apestado, sino como un actor indispensable entre los líderes mundiales.

No hay proyecto de paz, ni se cesa el fuego

A pesar de la pompa, los gestos calculados o la expectativa mediática y política, el resultado de la cumbre es ambiguo. No se ha conseguido un alto el fuego, no se anunció un calendario de negociaciones, nadie ha hablado de seguridad ni territorialidad. Para los analistas ha sido un fracaso. Pero en política internacional, los símbolos también cuentan, y Anchorage ofreció una imagen difícil de ignorar: dos potencias históricamente rivales, frente a frente, en una pista de Alaska, hablando de paz en medio del ruido de los aviones de combate.

El tiempo dirá si esta escena fue el prólogo de un acuerdo o solo un episodio más en la larga lista de movimientos estratégicos de Putin para conseguir lo que quiere. Putin es un actor con mucho colmillo en la diplomacia e intentar seducirlo con un paseíllo sobre una alfombra roja en Alaska no parece la mejor solución a la sangrienta guerra de Ucrania. La paz parece seguir siendo una promesa lejana, y la cumbre, un recordatorio de que, en la diplomacia, los gestos que se realizan son fáciles, pero los resultados muy escurridizos.