INVASIÓN RUSA

“No queremos criminales de guerra en Alaska”: las protestas reciben a Trump y Putin en su visita a Anchorage

Mientras Trump despliega una ostentosa cumbre en la base de Elmendorf-Richardson para intentar arrancar un alto el fuego en Ucrania, cientos de alasqueños protestan en las calles de Anchorage para rechazar la visita de Putin

Una mujer sostiene un cartel durante una protesta este jueves, en contra de la reunión prevista entre Trump y Putin
EFE

Bajo un cielo gris y plomizo típico del verano ártico, el Air Force One estacionado en la base aérea de Elmendorf-Richardson aguardaba la llegada del Il-96 presidencial ruso. Donald Trump, enfundado en un abrigo azul marino, esperaba al pie de una larga alfombra roja junto a cuatro cazas F-22 apostados como silenciosos centinelas. Minutos después, escoltado por dos F-35, aterrizaba el mandatario ruso Vladímir Putin, convirtiéndose en el primer presidente de su país en pisar Alaska desde que ese territorio fuese vendido por el Imperio ruso a Estados Unidos en 1867. El ambiente era protocolario y tenso: entre bombarderos B-2 a la vista y el imponente despliegue aéreo norteamericano, ambos líderes se saludaron sonrientes para, enseguida, subirse a la “Bestia” presidencial e iniciar el trayecto hacia la cumbre.

Mientras el poder se representaba con símbolos militares y alfombra roja en la pista, a apenas treinta minutos por carretera, Anchorage hervía en un mar de banderas ucranianas, girasoles y pancartas. Varios centenares de personas comenzaron a reunirse desde el jueves para mostrar su rechazo a la visita de Putin y a la decisión de Trump de celebrar esta histórica cumbre en suelo alasqueño —sin invitar al presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski— con la esperanza de arrancar un alto el fuego en el conflicto.

“Trump comenzó a comportarse como un monarca”

Putin es un criminal de guerra y no le deberíamos estar dando la bienvenida a nuestro país y mucho menos a Alaska”, clamó Rachel Coney al micrófono con fuerza, rodeada de unas quinientas personas en el centro de Anchorage. Con carteles que rezaban “Alaska está con Ucrania”, “Putin es un criminal de guerra” o “no queremos criminales de guerra en Alaska, ni felones en la Casa Blanca”, los manifestantes mezclaban indignación política con el habitual orgullo regional de quienes se refieren al resto del país como “los de más abajo del 48”.

“Llevamos protestando desde que Trump comenzó a comportarse como un monarca, pero esta es la concentración más grande que hemos visto hasta ahora”, señalaba Marie Allen Lambert entre aplausos, advirtiendo que volverá a salir este viernes mientras dure la visita. En un ambiente festivo, con música y girasoles (flor símbolo de Ucrania), las protestas se convirtieron rápidamente en la expresión pública más vibrante de una ciudad que, pese a su origen ruso, se alineó mayoritariamente con Kiev.

El lema “Ukraine and Alaska — Russian never again”, visible en una gran pancarta amarilla ondeada por voluntarios del grupo Razom for Ukraine, resumía el espíritu de un acto donde se habló tanto de historia como de política exterior. La ONG Native Movement -fundación indígena local que ayudó a convocar la marcha- denunció en un comunicado la decisión de recibir a un criminal de guerra en suelo alasqueño traiciona nuestra historia y la claridad moral que exige el sufrimiento de Ucrania y otros pueblos ocupados.

“Zelensky debería estar aquí”

La exclusión de Zelenski fue uno de los temas más recurrentes entre los manifestantes. “Zelensky debería estar aquí”, exigían algunos letreros clavados en la nieve derretida junto a la carretera Seward Highway. Christopher Kelliher, veterano militar de 53 años, se habló contundente con la BBC: “Putin no necesita estar en nuestro estado. Tenemos un idiota en la Casa Blanca que se inclina ante este tipo”. Declaraciones como ésta reflejaban el clima de hartazgo hacia lo que perciben como un acercamiento innecesario con un líder perseguido por la Corte Penal Internacional por crímenes de guerra.

Pese a la ola de repulsa, también hubo entre el público voces más pragmáticas esperando alguna clase de avance diplomático. Karan Gier, vecino de Anchorage, expresaba a AP cierta esperanza: “Espero que sea una reunión exitosa y se resuelva algo. Sin embargo, me preocupa que no haya un representante ucraniano presente”. Otros como el pescador Don Cressley, llegado desde la ciudad de North Pole para una jornada de pesca con su nieto, confesaba: “Creo que es buena idea esta cumbre. Ojalá estuviera Zelenski también… para acabar con esto ya”. Para él, las negociaciones deberían poner fin cuanto antes a la destrucción de “ciudades, alimentos y hogares” en Ucrania.

Una mujer sostiene un cartel durante una protesta este jueves, en contra de la reunión prevista entre Trump y Putin
EFE

“Podríamos ser los siguientes”

La movilización tampoco pasó desapercibida para el Partido Republicano de Alaska, que anunció una contraprotesta de apoyo a Trump este mismo viernes. Carmela Warfield, presidenta del partido, escribió en X: “¡Evento histórico mañana en Anchorage! Vamos todos al Midtown Mall a mostrar nuestro espíritu patriota y amor por Alaska y por nuestro presidente”. Ese entusiasmo, sin embargo, contrastaba con los datos de encuestas del Pew Research Center citados en medios nacionales, según los cuales un 59 % de los estadounidenses duda de la capacidad de Trump para manejar con sensatez la guerra ruso-ucraniana.

El simbolismo histórico de Alaska, territorio donde aún se conservan iglesias ortodoxas rusas del siglo XIX y donde el recuerdo de la Guerra Fría sigue vivo, impregnó la jornada. Para muchos alasqueños, sin embargo, más allá de las amenazas o gestos geopolíticos, sigue flotando un incómodo recordatorio: la cercanía física con Rusia. Russell Wilson, pescador local, lo resume para la BBC: “Aunque la Guerra Fría terminó, están patrullando nuestros cielos constantemente. Si el presidente no impone mano dura, podríamos ser los próximos”.