Este 15 de agosto tendrá lugar un encuentro entre Donald Trump y Vladimir Putin en Alaska. Ambos mandatarios parecen estar satisfechos con esta reunión potencial en la que, como es obvio, se hablará sobre Ucrania. Hay una ausencia evidente: Volodomir Zelenski. Éste no ha sido finalmente emplazado a la cita en cuestión. Su exclusión simboliza el elefante en la habitación: una omisión tan evidente como incómoda que los organizadores de la cumbre han preferido ignorar deliberadamente. En todo caso, a pesar de haber marginado a quien representa una pieza clave en el conflicto que Rusia mantiene en territorio ucraniano desde hace ya largos años, Zelenski no ha dejado de advertir sobre los riesgos que podría entrañar esta sesión bilateral. En este sentido, ha subrayado que con toda probabilidad el Kremlin intentará embaucar a Washington con sus propuestas, las cuales pivotan –como ya ha indicado el dirigente ruso– sobre la siguiente idea: cualquier negociación sobre el fin de la guerra tendrá que incluir una serie de garantías conforme a las cuales los territorios ucranianos ocupados permanezcan bajo control ruso. Para Ucrania, sin embargo, esa es una línea roja innegociable. Junto a ello, Zelenski ha dejado claro que cualquier decisión tomada sin Ucrania será una decisión contraria a la paz.
Sea como fuere, Trump ya ha anticipado algunas de las cuestiones que se tratarán en la referida cumbre de Alaska. De manera poco concreta (aunque alarmante), ha declarado que podría producirse un “intercambio de territorios” entre las partes implicadas. Al parecer, una parte sustancial del posible acuerdo consistiría en permitir que Rusia mantuviera su control sobre la región del Donbás, así como sobre la península de Crimea. En cuanto a Ucrania, las incógnitas son mayores. Nadie parece entender en qué consistiría ese supuesto intercambio territorial a su favor dado que no ha reclamado territorio ruso alguno. El propio Zelenski ha señalado el sinsentido que representa la idea de canjear territorio ucraniano por territorio ucraniano. Mientras tanto, los líderes de Reino Unido, Francia, Italia, Alemania, Polonia y Finlandia, así como la Comisión Europea han emitido una declaración conjunta en la que respaldan sin fisuras a Ucrania, destacando –además– que cualquier diálogo de paz con Rusia debe contar con la participación de Kiev necesariamente.

Sin escuchar a Zelenski
Estamos, pues, ante un escenario delicado que plantea una multitud de interrogantes. En este sentido, resulta pertinente preguntarse por las implicaciones que tendrá, a posteriori, la reunión objeto del presente análisis. En una línea muy similar, pueden lanzarse otras preguntas: ¿qué expectativas de paz pueden depositarse en un encuentro en el que el Estado agredido –Ucrania– ni siquiera ha sido invitado a negociar? En definitiva, ¿cómo puede avanzarse hacia el fin de un conflicto sin escuchar la voluntad del país atacado? Son muchas las incógnitas que rodean y, sin duda, merman la credibilidad de unas negociaciones que se perfilan como una solución impuesta y excluyente.
Sea cual sea el resultado de esta cita, es necesario subrayar un límite claro que ha guiado el orden internacional desde el final de la Segunda Guerra Mundial: las fronteras de los Estados no pueden ser modificadas mediante el uso de la fuerza. Este principio quedó consagrado en el artículo 2.4 de la Carta de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en virtud del cual queda prohibida toda amenaza o uso de la fuerza que atente contra la integridad territorial o la independencia política de cualquier Estado. Cobra interés afirmar que, desde entonces, el respeto a las fronteras internacionalmente reconocidas se ha convertido en uno de los pilares del orden jurídico internacional. Es más, hoy constituye una norma imperativa, lo que quiere decir que sobre ella no se admite ninguna excepción ni derogación posible.

Un principio cada vez más degradado
Sin embargo, a la luz de los conflictos bélicos actuales, parece que este principio –el relativo a la integridad territorio– está cada vez más degradado o instrumentalizado. A raíz de lo cual, cabe preguntarse si ambos mandatarios tendrán en cuenta las normas jurídicas fundamentales del orden internacional. Lamentablemente, todo apunta a que no ante la propuesta de “intercambio territorial” que ha insinuado Trump. Es más, junto al preocupante desapego que ambos líderes demuestran hacia un principio esencial de la Carta de la ONU, debe subrayarse también la deslegitimación implícita que esta cumbre supone con respecto a la labor de la Corte Penal Internacional (CPI), la cual mantiene vigente una orden de arresto contra Vladimir Putin por crímenes de guerra cometidos en Ucrania. Con respecto a esta última consideración, debe aclararse que Estados Unidos no reconoce la jurisdicción de la Corte; sin embargo, resulta igualmente significativo el desdén público que tanto Washington como Moscú exhiben hacia una institución clave del Derecho Penal Internacional. Ahora bien, la confianza en el orden jurídico internacional no debe darse por perdida dadas las precauciones adoptadas por Putin, quien ha optado por mantener un perfil bajo en sus desplazamientos, limitándolos a países aliados donde la orden de arresto difícilmente podría ejecutarse. Ello confirma que la actuación de la Corte trasciende lo meramente simbólico.
Un territorio seguro para Putin
En todo caso, Alaska se suma a la lista de territorios seguros para Putin, quien se desplazará hasta allí en unas pocas horas sin temor a que la orden de arresto que pesa sobre él sea ejecutada. Al hilo de ello, conviene recordar que este territorio fue adquirido por Estados Unidos a Rusia en 1867 y, posteriormente, objeto de reclamaciones y reivindicaciones simbólicas por parte de Moscú. Hoy, sin embargo, se erige como telón de fondo de una negociación internacional de alto calado en la que se advierte una ausencia tan penosa como notable.

Parafernalias y simbolismos aparte, lo que está claro es que el camino hacia la paz no puede decidirse sin Ucrania. Su exclusión este viernes constituye un gesto de desprecio diplomático y un serio precedente para el orden internacional basado en las normas. Si se normaliza la idea de negociar la paz sin contar con quien ha sufrido la guerra, se estará abriendo la puerta a una peligrosa erosión del Derecho Internacional y de los principios que lo sustentan.