La cumbre climática de la COP30 avanza entre grandes titulares diplomáticos. Pero lo que está ocurriendo fuera de las salas oficiales merece tanta atención como las negociaciones. En Belém, miles de representantes de la sociedad civil han alzado la voz para denunciar que los discursos institucionales no son suficientes y que la transición energética, tal como se está planteando, corre el riesgo de reproducir las mismas desigualdades de siempre.
Ese malestar ha cristalizado en una carta entregada a la Presidencia brasileña de la cumbre climática de la COP30, donde activistas, sindicatos, colectivos indígenas y movimientos rurales ponen sobre la mesa demandas urgentes que desafían el relato predominante.
Lo que muchos no cuentan es que las protestas no hablan únicamente de ecología. Hablan de poder, territorio y justicia social. Y esa es, precisamente, la tensión de fondo que atraviesa la cumbre climática de la COP30.
Una carta que señala responsables y pide reparar injusticias
La carta entregada durante la cumbre climática de la COP30 no se dirige a los gobiernos como una mera petición: es una acusación directa al sistema económico global. Los colectivos denuncian que las multinacionales —agrícolas, mineras y tecnológicas— son responsables del llamado “racismo ambiental”. Un concepto que señala que los impactos climáticos golpean con mayor dureza a comunidades marginadas.
La misiva también critica las “falsas soluciones de mercado” promovidas para combatir el calentamiento global. Según la Cumbre de los Pueblos, estas medidas, lejos de resolver la crisis, han convertido la transición energética en un nuevo espacio de acumulación capitalista. Y es ahí donde la cumbre climática de la COP30 se enfrenta a uno de sus dilemas éticos: ¿cómo avanzar hacia un modelo verde sin reproducir desigualdades estructurales?
La posición del Gobierno brasileño y el debate interno
En paralelo a las críticas, la cumbre climática de la COP30 también ha sido escenario de gestos de acercamiento. La ministra de Medio Ambiente, Marina Silva, agradeció la presencia de los movimientos sociales y afirmó que “nada grandioso se puede hacer sin la participación de la sociedad”. Pero el fondo de la discusión sigue siendo complejo.

Uno de los puntos más polémicos de la cumbre climática de la COP30 es el Fondo Bosques Tropicales para Siempre (TFFF). Aunque es una de las grandes apuestas del Gobierno brasileño, la Cumbre de los Pueblos lo rechaza por considerarlo una herramienta subordinada a la lógica financiera global. Un recordatorio de que la disputa no es solo climática, sino también política y económica.
Las alternativas desde los movimientos sociales
Frente a ese modelo, las organizaciones que participan en la cumbre climática de la COP30 plantean alternativas claras:
- La demarcación de tierras indígenas como herramienta imprescindible para preservar selvas y biodiversidad.
- Una reforma agraria popular que garantice soberanía alimentaria.
- Una transición energética justa, popular e inclusiva, donde las comunidades sean protagonistas y no espectadoras.
Estas propuestas no solo amplían el debate oficial de la cumbre climática de la COP30, sino que lo cuestionan desde su raíz, reclamando que la justicia climática no puede quedar relegada a negociaciones entre gobiernos y corporaciones.
Belém, epicentro de una movilización global
A lo largo de cinco días, la cumbre climática de la COP30 ha convivido con una efervescencia social inédita. La Cumbre de los Pueblos arrancó con un desfile de más de doscientos barcos en el río de Belém. Después, universidades, calles y espacios públicos se llenaron de debates sobre pesca sostenible, agricultura familiar, defensa del territorio y protección de ecosistemas.
El momento culminante llegó con la Marcha Global por el Clima. Miles de personas exigieron avances más rápidos y compromisos más valientes a los países negociadores de la cumbre climática de la COP30. La imagen final —una marea humana reclamando justicia ambiental bajo el cielo amazónico— dejó claro que la presión social seguirá siendo imprescindible para empujar a los gobiernos hacia decisiones reales.
La cumbre climática de la COP30 está dejando documentos, acuerdos y debates diplomáticos. Pero lo que no se está diciendo, lo que nace de los márgenes, es posiblemente lo que marcará el verdadero cambio: una ciudadanía que ya no quiere esperar más.

