Opinión

La ofensiva rusa acelera y desplaza el equilibrio de la guerra

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La agresión a gran escala perpetrada por Rusia contra Ucrania comenzó en febrero del año 2022. Desde entonces, la situación no ha hecho sino agravarse. Las cifras reflejan la magnitud de una tragedia que, desde hace más de tres años, se desarrolla en el este de Europa. Hasta la fecha, se calcula que alrededor de trece mil civiles han muerto y unas treinta y cinco mil personas han resultado heridas. El coste humano es devastador, mientras que los avances en el terreno siguen siendo llamativamente lentos. Ello, en parte, explica el profundo desgaste que el conflicto está suponiendo para ambas partes que se han visto privadas de victorias decisivas y, por lo tanto, de la posibilidad de infligir una derrota concluyente a su adversario. En todo caso, Rusia ha tenido oportunidad de consolidar –a lo largo de estos tres años y medio– su control sobre el Donbás, una región histórica, económica e industrial situada al este de Ucrania que se encuentra conformada por dos óblasts (término que equivaldría a provincia): Donetsk y Lugansk. Para el Kremlin, esta área posee un altísimo valor estratégico tanto por sus recursos naturales y capacidad industrial como por su posición geográfica en la medida en que garantiza una conexión directa con Crimea.

Para comprender lo que está ocurriendo en estos días y analizar el impacto que podría tener la posible caída en manos rusas de ciudades situadas en el mencionado enclave, conviene insistir en su trascendental emplazamiento. Cuando se observa un mapa de la zona se percibe con claridad el valor estratégico que encierra esta región. A modo de ejemplo, cabe mencionar la ciudad portuaria de Mariúpol, perteneciente al óblast de Donetsk y situada a orillas del mar de Azov. Esta urbe se encuentra conectada con el mar Negro a través del estrecho de Kerch, flanqueado al oeste por la península de Crimea y al este por la de Tamán. Su ubicación la convierte en un punto clave, puesto que asegura un corredor territorial continuo entre Rusia y Crimea. Así pues, no sorprende en exceso comprobar que Mariúpol acabara convirtiéndose en uno de los primeros objetivos estratégicos de Vladimir Putin tras el inicio de la ofensiva de 2022. Su captura se produjo, por cierto, tras un asedio prolongado y continuos bombardeos que, según Human Rights Watch, causaron la muerte de más de ocho mil personas.

Los vecinos observan cómo los servicios de emergencia trabajan en el lugar del ataque ruso contra un edificio residencial de nueve plantas en Kiev, Ucrania, el 14 de noviembre de 2025.
EFE/EPA/MAXYM MARUSENKO

Ahora, a tenor de las declaraciones vertidas por las autoridades rusas, la caída de Pokrovsk –situada en el óblast de Donetsk– podría ser inminente. Ucrania, por su parte, ha negado que la pérdida de este bastión vaya a producirse. Si Rusia estuviera en lo cierto, el presidente ucraniano Volodímir Zelensky se vería obligado a replegar su línea defensiva hacia el oeste, desplazando el frente de combate hacia zonas que hasta ahora no habían estado especialmente expuestas. Ello supondría un duro revés para su gobierno tanto en el plano militar como en el simbólico. Por el contrario, para Vladimir Putin representaría un paso significativo al reforzar la existencia de un pasillo terrestre continuo entre Rusia, el Donbás y Crimea. Consolidaría, en definitiva, su dominio sobre la franja oriental y meridional de Ucrania al tiempo que le proporcionaría una victoria política y propagandística que le permitiría proyectar el mensaje de que sus objetivos estratégicos están siendo alcanzados. A la luz de la información recientemente difundida, parece que la balanza se está inclinando a favor de Rusia. Estos días de densa niebla que han perdurado durante jornadas enteras han dificultado la detección de drones y han permitido a las fuerzas militares rusas realizar labores de reconocimiento aéreo con mayor facilidad. Si el Kremlin finalmente se hace con Pokrovsk, se cerrará el círculo iniciado en 2014 con la anexión de Crimea, consolidando una nueva realidad territorial en el este europeo y otorgando a Rusia una posición más ventajosa en una eventual mesa de negociación.

Otro frente relevante se encuentra en la provincia de Zaporiyia, donde –según fuentes rusas– algunas localidades del sudeste habrían sido recientemente “liberadas”. A ello se suma la delicada situación de la ciudad de Kúpiansk ubicada en el óblast de Járkov (al este de Lugansk), donde el avance ruso parece intensificarse de forma sostenida. En un primer momento, la urbe fue ocupada por Rusia, pero meses después Ucrania logró recuperarla mediante una rápida contraofensiva. Sea como fuere, si Kiev perdiera de nuevo el control de esta ciudad situada junto al río Oskil, el Kremlin se aseguraría el dominio de una ruta esencial para el transporte de tropas y suministros entre el Donbás y Járkov. Ello, evidentemente, tendría profundas implicaciones estratégicas para el devenir del conflicto.

Un residente local herido en el lugar de un ataque ruso contra un edificio residencial de cinco plantas en Kiev, Ucrania, el 14 de noviembre de 2025.
EFE/EPA/SERGEY DOLZHENKO

Hay, como es lógico, una gran expectación en torno a los avances y los consiguientes retrocesos que con toda seguridad acabarán produciéndose en los próximos días. Estos movimientos que se están dando sobre el terreno encajan a la perfección con las aspiraciones de Vladimir Putin, quien ha declarado en más de una ocasión que su intención es hacerse con el control total de la región del Donbás. Sin embargo, la narrativa oficial rusa ha sido cuidadosamente diseñada para ampliar artificialmente la extensión de dicha región e incorporar territorios como Zaporiyia y Jersón. Esa estrategia responde a un objetivo evidente: diluir las fronteras administrativas históricas y construir la imagen de una unidad territorial coherente, supuestamente vinculada por lazos principalmente culturales e históricos. De este modo, el Kremlin justifica sus operaciones militares bajo el pretexto de “liberar” a estas zonas del yugo ucraniano para, posteriormente, integrarlas en el llamado mundo ruso (Russkiy Mir). En esa interpretación, este “mundo ruso” agrupa a rusoparlantes que compartieron un pasado común bajo el Imperio zarista. Presentar la franja sur y oriental de Ucrania como un bloque homogéneo refuerza la narrativa de que esos territorios comparten una identidad que debe ser “reintegrada” a su lugar de origen. El discurso se retrotrae así a los tiempos de la Rusia imperial, desde que Pedro el Grande asumiera el título de Emperador de todas las Rusias hasta la abdicación de Nicolás II en el contexto de la profunda crisis interna que atravesaba el país. Ese recorrido histórico encuentra uno de sus momentos culminantes bajo el gobierno de Catalina la Grande cuando su consejero y mariscal Grigori Potemkin impulsó la expansión hacia el sur, incorporando Crimea y extensas áreas circundantes –incluidas regiones que hoy corresponden a Zaporiyia–. La emperatriz llamó a estos territorios la Nueva Rusia (Novorossiya).

Militares ucranianos de la 125.ª Brigada Mecanizada Pesada Independiente prueban la nueva ametralladora antiaérea automática «Nube de Hierro» en una ubicación no revelada en dirección a Kupyansk, región de Járkov, noreste de Ucrania.
EFE/EPA/SERGEY KOZLOV

Consecuentemente, Rusia tiene un interés indudable en este enclave por su valor económico y, por supuesto, estratégico. Junto a ello, el Kremlin lo considera parte de su esfera histórica y cultural, lo que confiere a la región un fuerte peso simbólico para Moscú. Si logra consolidar su control, es posible que Putin busque negociar desde una posición de fuerza ante una Ucrania debilitada. Hasta entonces, nada indica que el dirigente ruso vaya a querer sentarse a una mesa en la que buscar una salida a un conflicto que dura ya demasiado. Y, aunque la gravedad del asunto desaconseje plasmar comentarios frívolos, Moscú no negociará mientras no pueda imponer sus condiciones y traducir sus avances en una victoria política. En estas circunstancias, más que apuestas, sólo nos queda observar cómo se cumple un guion que lleva tiempo escrito y cuyo primer acto contemporáneo quedo escenificado hace unos años con la anexión de Crimea.

Lejos quedan ya los días en que Crimea albergó una reunión trascendental –Stalin logró que Churchill y Roosevelt se desplazaran hasta ese remoto enclave que ambos consideraron inadecuado– que, no obstante, estuvo marcada por una profunda desconfianza. Aquel encuentro tuvo lugar en un espacio que hoy, junto a otras zonas cercanas, constituye un foco persistente de fricción y ambición de poder. A la vista de todo ello, cabe decir que esta región es, y sigue siendo, un escenario donde la tensión y la imposición del poder marcan el orden geopolítico.