Desde hace varios días, Estados Unidos y los aliados europeos de Ucrania se afanan en organizar una reunión entre Vladimir Putin y el presidente ucraniano, con el objetivo de encontrar una salida a la guerra provocada por la invasión rusa. Una reunión bilateral que en un principio parecía gozar de una acogida unánime… hasta la respuesta rusa.
Vladimir Putin está aún muy lejos de aceptar sentarse cara a cara con el presidente ucraniano. Aceptar un encuentro cara a cara con el hombre al que ha retratado como un nazi o una marioneta ilegítima de Occidente supondría para el amo del Kremlin un enorme cambio de tono que sería difícil de explicar al pueblo ruso.
Por otra parte, la cuestión de la fiabilidad de Vladimir Putin puede obstaculizar esa cumbre de ambos lideres antagonistas. Los partidarios del dirigente ruso lo consideran un líder poderoso y un hábil negociador. De hecho, éste afirma proteger a las poblaciones rusoparlantes para justificar la invasión de Ucrania, lo que puede ser visto como un compromiso con estas poblaciones por sus partidarios. Además, se le considera un líder que sabe defender sus intereses y los de su país en la escena internacional, lo que puede interpretarse como fiabilidad en el sentido de objetivo alcanzado.

En cambio, muchos países y organizaciones lo consideran poco fiable, critican sus políticas, lo ven imprevisible y denuncian violaciones del derecho internacional, especialmente en el contexto del conflicto en Ucrania. La intervención en Ucrania se considera una violación de la soberanía del país, que pone en tela de juicio el cumplimiento de los tratados y normas internacionales. Las acciones de Putin se consideran impredecibles y peligrosas, y conducen a la inestabilidad regional e internacional. Por último, las acciones de Rusia bajo su liderazgo han provocado conflictos e inestabilidad significativa, lo que plantea dudas sobre su fiabilidad como socio global.
En estas circunstancias, cabe preguntarse qué podría conseguirse con una negociación entre Zelenzky y Putin, sobre todo teniendo en cuenta que Putin está ganando tiempo. Tiempo para debilitar a su adversario continuando el bombardeo de las ciudades ucranianas. Un método soviético que parece estar demostrando su eficacia, ya que Putin está supuestamente dispuesto a entablar negociaciones con su homólogo ucraniano, cuando en realidad no es así.
El único objetivo de Putin es frenar las amenazas de Donald Trump hacia él. Trump ha comprendido -por fin- lo que trama el hombre fuerte de Moscú. Hablar, discutir (falsas) condiciones de paz para evitar las sanciones de Estados Unidos, mientras mantiene la presión sobre Kiev. A Trump le molesta la mala fe de Putin, pero sobre todo su propia incapacidad para encontrar una solución rápida al conflicto ucraniano. Tras haber humillado a Zelensky, ahora amenaza a Putin. No es el mejor árbitro de “partidos” diplomáticos internacionales.

Como sugerencia estadounidense, dicho partido Putin-Zelensky podía tener lugar en Budapest, Hungría. Pero el presidente ucraniano lo ha rechazado. La Budapest de Víctor Orban – aliado europeo de Putin – constituye un recuerdo desagradable para los ucranianos ya que, en 1994, fue allí donde se firmó el acuerdo por el que Ucrania cedía su arsenal nuclear a los rusos a cambio de una garantía de soberanía ucraniana sobre Crimea. Veinte años después, esta región fue anexionada a Rusia, sin que se disparara un solo tiro y ante el silencio de Occidente, principalmente de Estados Unidos.
Cualquier negociación entre los presidentes ruso y ucraniano sería difícil porque ambos protagonistas entrarán en el terreno de juego con los pies de plomo. Uno ni siquiera puede pronunciar el nombre de su oponente, el otro lo considera poco fiable.
Putin está preocupado porque sabe que su apuesta en Alaska no le ha salido del todo bien. También le preocupa el estado de la economía rusa. Por ejemplo, las empresas rusas y los grandes bancos advierten ahora de quiebras inminentes. En este contexto, Vladimir Putin puede incluso tener dificultades para financiar su guerra a largo plazo. En las semanas previas a la cumbre de Anchorage, había una verdadera sensación de crisis en Moscú. El Kremlin estaba muy preocupado por el endurecimiento de las sanciones que Trump amenazaba con imponer. Así que Putin, al ir a Alaska e hipotéticamente a Budapest, al menos fingiendo entablar conversaciones de paz, ganó un poco más de tiempo. Pero ¿hasta cuándo podrá seguir arrastrando a Trump? Las tropas rusas están ganando terreno en Ucrania. El Kremlin también sigue mostrando cierta arrogancia. Un ejemplo entre muchos: a su llegada a Alaska la semana pasada, el ministro de Exteriores ruso, Sergei Lavrov, llevaba un jersey en el que se leía “CCCP”, el acrónimo ruso de la antigua URSS. Pero a los rusos les preocupa la imprevisibilidad de Trump y saben que no han conseguido controlarlo del todo.

Putin y su entorno están convencidos de que Ucrania es un país que no existe –o no debería existir-, ya sea como Estado, como historia o como lengua. No cejarán en su empeño de destruir Ucrania. En la primera entrevista que concedió Putin, cuando fue nombrado teniente de alcalde de San Petersburgo en 1992, ya se refería al pasado imperial y precomunista de Rusia, cuando Ucrania formaba parte del Imperio ruso. Y eso es lo que ha intentado restaurar. El Presidente ruso no sólo tiene una visión distorsionada de la historia (sostiene que el Estado ucraniano fue creado artificialmente), sino que también tiene una visión paranoica de la Ucrania moderna. Está convencido de que, si Ucrania no forma parte del imperio ruso, Occidente la está manipulando y la utilizará contra él de un modo u otro. Y que, si Ucrania es una democracia libre, esto supone una amenaza para su poder. Por último, Putin cree que la CIA lleva conspirando desde los años sesenta para separar Ucrania de Rusia. Y que, sin Ucrania, Rusia no puede ser una gran potencia ni un gran imperio.
En definitiva, esta cumbre Putin-Zelensky sería más útil para Donald Trump que para los beligerantes enzarzados en una guerra que dura ya más de tres años. Se trata más de un caso de lógica trumpiana, de la necesidad de mostrar imágenes para validar la idea de que el presidente de Estados Unidos es un pacificador, que de la construcción real de un proceso que conduzca al fin de la guerra. Ninguno de los dos líderes, Zelensky y Putin, parece dispuesto a hacer concesiones sobre la cuestión crucial de los territorios ucranianos ocupados por Rusia. Se trataría más de una cumbre de representación que de una verdadera negociación.