Los nísperos, los arriates, el sombrero de paja, la manguera, los preparativos para limpiar la piscina… el muro de cemento y piedras, la pérgola, la higuera… Álex Montoya (Cómo conocí a tu padre, Asamblea, Lucas) se sirve de un escenario particularmente sentimental para cualquier persona, digamos; un espacio reservado al recuerdo, un caramelo para nuestra memoria que nos hace viajar a ese nuestro “yo niño” y lo convierte en una historia francamente tan conmovedora como perturbadora. Por algo habrá ganado el premio a mejor guion, música y premio del público en el Festival de Málaga.
Basada en la novela gráfica homónima de Paco Roca, ganadora de un Premio Eisner en 2020, narra el presente de tres hermanos que, tras la muerte de su padre, se reúnen en la casa familiar en la que pasaron los veranos de su infancia. Toca decidir qué hacer con la vivienda, lo que sacará trapos sucios a lavar y muchas evocaciones del pasado. Con un tono agridulce salpicado de humor, La casa nos habla sobre la familia, la herencia y sobre el inexorable paso del tiempo, todo bajo la mirada de la casa como testigo.
La casa nos enseña que a los vivos hay que amarlos en vida, y no muertos, y a que a los padres y a los abuelos hay que abrazarlos en persona, no mediáticamente a través de WhatsApp o Facetime. Algo tan revolucionario como lo es hoy la slow life es la alternativa al ritmo vital en el que nos hallamos sumergidos en las grandes ciudades. El hilo con el que se ha tejido La casa es la consciencia, que se tiñe de una nostalgia punzante, aderezada de dolor y ternura, que nos recoloca los pies en la tierra y la cabeza en el hoy. ¿Por qué dejar para mañana lo que podemos hacer hoy? Decir te quiero, dar un beso, mirar a los ojos, sentarte a escuchar, atender a esa charla, abrazar, estar. Es lo único urgente. Pero de repente, ya es tarde.
Filmación franca y naturalista
Sin grandes excesos en la producción, en el elenco, en la realización, en la puesta en escena, con una fotografía y una música deliciosa, consumado en la Biznaga de Plata en Málaga a la Mejor Música para el compositor Fernando Velázquez. Precisamente, que sea una película humilde, sin grandes pretensiones, es lo que la hace tan atractiva: es sencilla, real, verosímil. Sin caer en dramas lacrimógenos ni voces en off pedantes, Álex Montoya recurre a una técnica de filmación franca y naturalista, con muchos planos medios y generales (apenas primeros planos) –casi siempre compensados con aire a un lado o con puertas o espacios de la casa– que transmiten cotidianidad, cercanía y estampas de una casa que actúa como nexo del pasado y el presente, de padre e hijos. Y de ahí, su protagonismo, su título. Enfoque y desenfoque son utilizados para explorar la espontaneidad en el relato.
David Verdaguer –ganador de dos Premios Goya, por Verano 1993 (2017) y Saben aquell (2023)– ya nos ha demostrado que puede ser Eugeni, José, Dani, Gustavo o quien se proponga porque sabe estar en cualquier personaje y así lo demuestra de nuevo en este proyecto, aunque no sea tan exigente como otros. El toque de alegría, de empatía y de ternura lo aporta Olivia Molina (Memoria de mis putas tristes, Un burka por amor), en el rol de Carla. Emma, el personaje que encarna María Romanillos (Antidisturbios, Historias para no dormir) representa en esta familia la esperanza, el optimismo y el futuro, muy bien dibujado en el rostro de pureza de Romanillos.
Junto a Emma, otro personaje muy entrañable, que ayuda al espectador a conocer más a Antonio, el padre fallecido, es el interpreta el veterano Miguel Rellán, colaboración especial en el filme, cuyo rostro espléndido de sabiduría y presencia actúa como espejo de los años, de los recuerdos que guarda la higuera, de los secretos inconfesables de un padre a un hijo.
Una película para un público amplio, que seguro conectará en calidad de hijo, padre, hermano, nieto… Montoya nos brinda un regalo para reflexionar sobre la gestión emocional y legal del legado familiar, y lo hace poniendo en el centro el reencuentro, el perdón, la reconciliación.
Inevitable revivir aquellas nocheviejas en el salón de casa de la abuela descorchando botellas de champán y bailando con todas las canciones de Los Brincos, Los Sirex o Paloma San Basilio, aunque la que más le gustaba bailar a la tía Mariló era Las flechas del amor, de Karina. Eso sí, Jeanette siempre sonaba en el tocadiscos: “Oye mamá, oye papá, no castigues a tu hijo que mañana ya tendrá tiempo para sacrificios. Oye mamá, oye papá, no me digas que soy joven, es un tiempo de jugar y de andar con ilusiones”.