Había nacido en Iowa, el 19 de diciembre de 1905, hija única de Lester Eugene Johnson y Mary Louisa Barlow, pero Dorothy Marie Johnson pronto se trasladó con su familia a Montana, donde esperaban que mejorara la salud de su padre. No fue así. Apenas tenía diez años cuando Lester falleció. La adolescencia y juventud de Dorothy estuvieron marcadas por la necesidad de trabajar e ingresar dinero para mantenerse junto a su madre, lo que hizo al tiempo que se volcaba en su gran vocación: escribir.
Buscando mejorar su suerte después de un breve y desgraciado matrimonio (el desgraciado la abandonó dejando detrás un buen puñado de deudas que saldar) y tras haber vendido su primera historia al Saturday Evening Post en 1935 por cuatrocientos dólares, Dorothy se instaló en Nueva York. Vivió quince años en la gran ciudad, odiándola durante catorce. Enamorada de Montana, pasaba el tiempo en la biblioteca leyendo Historia del Oeste, y en los cines, empapándose con los wésterns de John Wayne, Gary Cooper y James Stewart. Poco podía sospechar que un día los conocería a todos, que sería admirada por ellos y por directores como John Ford o Delmer Daves.
Fue durante aquellos duros días neoyorquinos cuando la nostálgica Dorothy comenzó a escribir relatos que daban su propia visión del legendario Oeste. Aunque tardó casi una década en volver a vender alguno y la Segunda Guerra Mundial la obligó a detener su producción para trabajar en el Servicio de Vigilancia Aérea, en los cincuenta se convirtió en la auténtica reina del wéstern. Sus cuentos se recopilaron en antologías como Indian Country o El árbol del ahorcado, publicadas en nuestro país por la editorial Valdemar en su colección Frontera. En ellas se incluyen relatos como La hermana perdida, que recibió el Spur Award al mejor cuento de la Western Writers of America en 1957 (el Óscar del wéstern literario); El árbol del ahorcado, llevado al cine en 1959 por Delmer Daves con Gary Cooper; El hombre que mató a Liberty Vallance, adaptado por John Ford en 1962, con John Wayne, James Stewart y Lee Marvin; o Un hombre llamado Caballo, clásico del cine wéstern revisionista dirigido en 1970 por Elliot Silverstein, con Richard Harris.
Dorothy M. Johnson, que se negó a ser publicada como D. M. Johnson para disimular así que se trataba de una mujer en territorio masculino, aportó una mirada más realista, ambigua y sutil que la de muchos wésterns típicos y tópicos, ejemplificada por El hombre que mató a Liberty Vallance, pionero ejemplo de revisionismo del género, que se adelantó a escritores y cineastas de los 70. Como explica Alfredo Lara en el prólogo a su novela Mujer Búfalo (Valdemar), visión casi antropológica de la vida de las mujeres sioux en las grandes praderas del siglo XIX: “Sus relatos conllevan magia y sentido poético, aun cuando el realismo del que hace gala (…) implique la crueldad que preside algunas de sus historias… De hecho, las adaptaciones cinematográficas de sus relatos (…) parecen tener dificultades para digerir tanta crudeza…” Amante de la cultura de los nativos americanos, fue nombrada miembro honorario de la tribu Blackfoot en 1959.
Profesora querida y admirada por sus alumnos, por sus amigos y colegas de la Western Writers of America, Dorothy no perdió nunca la oportunidad de cabalgar junto a auténticos cowboys, de practicar con el revólver, estrechar la mano de las estrellas de Hollywood o defender frente a guionistas y directores la necesidad de realismo en sus películas. Poco agraciada, pero llena de sentido del humor y erudición, sus wésterns transformaron el género sin despreciarlo nunca. Jamás volvió a casarse. Sus hijos fueron sus relatos, ensayos y novelas.
Cuando los síntomas de Parkinson y la pérdida de visión le impidieron seguir escribiendo o leyendo, se dejó morir sin aspavientos, privándose de comer y de beber paulatinamente, sin dramatismos ni molestias para nadie. Con la resignación fatalista y tranquila de un viejo guerrero lakota desahuciado, falleció Dorothy M. Johnson, el 11 de noviembre de 1984, a la edad de 78 años. Si el wéstern literario fuera tan respetado como debiera, hoy su nombre estaría junto a los de Dorothy Parker, Flannery O´Connor o Carson McCullers, como una de las grandes escritoras de cuentos del siglo XX. Todavía hay muchos prejuicios… y no todos proceden del machismo.