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La novela espectral que pretende unificar historia, racismo y oferta gótica: ‘Cape Fever’, de Nadia Davids

Un thriller colonial ambientado en la Sudáfrica de los años veinte combina lo gótico con una exploración de poder, clase y fantasmas históricos. Pero su ambición temática no siempre se traduce en una lectura coherente ni liberadora

La novela espectral que pretende unificar historia, racismo y oferta gótica: 'Cape Fever', de Nadia Davids
La novela espectral que pretende unificar historia, racismo y oferta gótica: 'Cape Fever', de Nadia Davids
Montaje: kiloycuarto

Con la reciente aparición de Cape Fever (recién publicada en inglés por Simon & Schuster), la escritora sudafricana Nadia Davids —dramaturga, académica y ganadora del prestigioso Caine Prize for African Writing en 2024— retoma y amplía sus obsesiones sobre raza, poder y memoria histórica en un relato híbrido a medio camino entre el thriller psicológico, la novela gótica y la ficción colonial.

A primera vista, el planteamiento es prometedor: 1920, una ciudad colonial sin nombre que remite con claridad a Ciudad del Cabo bajo dominación británica; una protagonista inequívocamente lúcida —Soraya Matas—, joven musulmana y trabajadora doméstica; y una empleadora ambigua, Mrs. Hattingh, viuda inglesa cuyo comportamiento paternalista se filtra rápidamente en microagresiones culturales, raciales y psicológicas.

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El gancho narrativo inicial —la camarera que simula analfabetismo para acceder al trabajo, permitiendo a su patrona construirse como filántropa progresista— plantea inmediatamente una tensión de poder que atraviesa todo el libro: ¿hasta qué punto la relación “benefactora” sirve de máscara para la explotación, el exotismo y el control?

En efecto, Cape Fever despliega muchos de los ingredientes de una novela gótica clásica: una mansión decadente llena de sombras, posibles presencias espectrales y un retrato misterioso que recuerda a la protagonista y que actúa como doble simbólico. Esta estética recuerda tanto a la modernidad gótica de autores como Daphne du Maurier como a propuestas recientes de la literatura de género que reescriben lo siniestro desde perspectivas poscoloniales.

Sin embargo, aquí surge uno de los problemas centrales del libro: la mezcla de géneros y temas no siempre se traduce en una narrativa sólida y coherente. Aunque las reseñas especializadas subrayan su atmósfera “tensa y envolvente”, y destacan la prosa hábil de Davids y la “narración paranoica de Soraya”, también es evidente que el giro hacia lo sobrenatural —fantasmas y presencias en la casa— compite con la exploración histórica y social de maneras que a ratos parecen superficialmente superpuestas, más que interconectadas de forma orgánica.

La relación entre Soraya y Mrs. Hattingh funciona, dentro del relato, como una metáfora de las tensiones coloniales: la patrona, obsesionada con su propio legado cultural y con la idea de “elevar” a su empleada, no es solo condescendiente, sino manipuladora. Su ofrecimiento de escribir cartas al prometido de Soraya, en tono afectuoso pero profundamente apropiativo, se convierte en un ejercicio de usurpación de voz y agencia. Esta dinámica —la extranjera que cree representar los mejores intereses de la otra bajo la capa de benevolencia— es el corazón temático más potente del libro. La autora critica el paternalismo colonial, describe la devastación histórica de Sudáfrica y construye un relato inquietante al modo gótico, lo que da lugar a momentos narrativos diversos: ciertas escenas grotescas o caricaturescas de Mrs. Hattingh parecen más un recurso de tensión estilística que una reflexión profunda sobre la psicología del personaje.

Asimismo, el tratamiento de la presencia de fantasmas y manifestaciones raras en la casa —posibles interpretaciones de traumas colectivos o, alternativamente, simples elementos atmosféricos— parece en ocasiones como una concesión al género, más que una integración plena de los aspectos históricos y sociales que el texto pretende abordar. Desde la perspectiva de la representación cultural, Soraya es, sin duda, un personaje bien dibujado: sus recuerdos, su relación con la comunidad musulmana y su intuición frente a las microagresiones de Mrs. Hattingh constituyen las partes más logradas de la novela. El conflicto es interpersonal y simbólico: Davids explora cómo las estructuras coloniales continúan permeando el imaginario de quienes las sufren. Esta dimensión histórica es uno de los aspectos más válidos de la novela, aunque el enfoque excesivamente fragmentario diluye parte de su impacto.

Otra cuestión crítica es la ausencia —hasta ahora— de traducción al español que se pueda consultar en ámbitos editoriales hispanohablantes: Cape Fever se presenta, por el momento, principalmente en su edición original inglesa, lo que limita el alcance de su recepción crítica en mercados fuera del anglosajón. En última instancia, Cape Fever es un libro valiente en sus intenciones, ambicioso en sus temas y frecuentemente atmosférico en su ejecución. Las críticas especializadas lo han aclamado como una exploración elegante de historia, clase y racismo bajo la forma de un thriller literario gótico, y muchos lectores encontrarán aquí una voz nueva y poderosa.

Pero la novela también es un recordatorio de los riesgos de intentar fusionar demasiado sin permitir que cada elemento temático se sostenga por sí mismo. El resultado es un texto que fascina, intriga y a veces desconcierta, muy eficaz en la construcción de escenas y atmósferas, pero que no siempre logra una cohesión argumental que honre plenamente sus ambiciones más profundas.

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